3.04.14

Nisan

A las 12:39 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Nisan

Las Sagradas Escrituras son, sin duda alguna, una fuente privilegiada para conocer lo que somos, en cuanto a la fe y en cuanto a nuestra vida eterna.

Dice, a tal respecto, el capítulo 12 del Éxodo (versículos 1 ss) lo que sigue:

”Dijo Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: ‘Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa. Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa, según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer…’

Esto es, como es más que sabido, la indicación de cómo debía celebrar, el pueblo elegido por Dios, su liberación de la esclavitud de Egipto o, lo que es lo mismo, el paso del Creador-Liberador por la vida de sus hijos. En resumen, la Pascua.

Quedó, en efecto, liberado del yugo duro y fuerte al que había estado sometido el pueblo judío. Por eso se celebraba (y es de suponer que se sigue celebrando ahora) un momento histórico tan importante.

Aquel mes, el primero desde entonces así considerado en el calendario judío, era el de Nisan. Y fue en aquel mes cuando Jesucristo entró en Jerusalén entre multitudes que lo aclamaban como el Enviado de Dios y cuando, las mismas multitudes reclamaron, en el Pretorio, su muerte en Cruz.

Es cierto, sin embargo, que, como Dios hace todas las cosas nuevas, tenía que procurarnos una nueva Creación. No se trataría de la que daría luz a la tierra y al cielo, a los seres vivos y, entre ellos, al ser humano, semejanza suya, sino una nueva en el sentido de pacto entre Él, Señor Todopoderoso y su descendencia a través de su Hijo Jesucristo.

Y todo eso pasó en aquel mes de Nisan.

Nisan es, también para todo católico, un mes de salvación eterna. Lo es en el sentido mismo de que Cristo nos ganó la misma con aquella Pasión que es, en un modo muy cierto, nuestra pasión particular. Y lo es, también, en el sentido bien cierto que tiene su morada en la sangre que regó el suelo de aquel Gólgota donde se paró el tiempo viejo y nació uno nuevo.

Desde aquel mes de Nisan los discípulos de Cristo gozamos de una vida nueva ganada por el Maestro al haber vencido a la muerte (cual Cordero Pascual que nos libera del pecado pues, como dice San Pablo en 1 Cor, 5,7, “Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado”) y al Demonio con su Resurrección, verdadera victoria del Bien sobre el Mal y momento exacto a partir del cual la historia del hombre se escribe de nuevo.

Y todo eso pasó en aquel mes de Nisan.

Por tanto, si para el pueblo judío la Pascua supone traer al presente la liberación de la esclavitud, para el pueblo nuevo, el que se reconoce discípulo de Cristo, el sentido de aquel tiempo, recordado cada año y hecho actualidad, supone, también, una liberación que tiene todo que ver con el pecado, como hechos dicho arriba, que nos hace caer en tantas indignidades contra nuestro Creador. Liberación que no siempre tenemos en cuenta en nuestro devenir diario pues nos dejamos llevar por nuestra humana tendencia a olvidar lo que supuso que el Hijo de Dios muriese como murió y que lo hiciese por sus hermanos los hombres.

Por eso consideramos a este tiempo, el que se refiere a la Pascua propiamente dicha, como el fundamental en nuestra fe. Es, podemos decirlo así, importante hasta por encima de la propia Navidad pues si bien en tal tiempo recordamos, con gozo, la venida al mundo del Salvador, no es poco cierto que hubiera quedado todo a medio hacer si no hubiera comido aquella Pascua con sus discípulos, no hubiera ido luego a Getsemaní, no hubiera sido apresado, juzgado (de manera escasamente legal), vilipendiado, castigado de forma inmisericorde y, por fin, clavado en una Cruz donde entregaría su espíritu al Padre.

Por eso, no podemos, por menos, que clamar al cielo, a Dios, diciendo

“Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum”: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, pues con tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Escuche Dios nuestras muestras de admiración por Quien supo vivir como hombre sabiéndose Hijo de Dios y por Quien supo morir como Mesías ganándonos la salvación eterna.

Amén y Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán