7.04.14

educacionarg

Hace unos años, se notaba con relativa frecuencia en ambientes católicos argentinos, la subsistencia del sentido común que reconocía la necesidad de resistir ante la avalancha de basura que se nos venía encima con la Ley de Educación -ya vigente-, apelando a diferentes estrategias más o menos aceptables, pero insisto, con la intención clara de oponer un dique ante el diluvio de inmundicia. No reinaba el fervor de San Francisco Javier,  pero sí de cierto sentido común al menos.

Hoy la verdad es que no sé si serán los cambios climáticos, o el olor a azufre que nos va embotando los “reflejos”, el caso es que me parece vivir eclesialmente en la ciudad de la Bella Durmiente del Bosque. Sí, muchos piensan que yo sigo “creyendo en los cuentos de hadas”, pues ya he pasado hace rato los 12 años, pero sigo completamente convencida de que la Verdad debe ser servida y para ello, debe ser amada, y que si a las almas se las acostumbra a nadar en la mentira y a respirar falacias, ese amor no puede crecer y desarrollarse como debe.

En el mundo de Tolerandia, pienso que no debe tolerarse el error sistemáticamente impartido, pertinazmente sostenido y cínicamente defendido. Pero quienes pensamos así, recibimos como respuesta de más de un sacerdote, representante legal, obispo y vicarios, miradas atónitas y urticarias súbitas, como si pidiéramos carrozas de calabazas.

Hace años, hasta los colegios católicos han claudicado y admitido finalmente que deben repetir y enseñar las mentiras de la leyenda negra antiespañola, cantando la loa indigenista -poniéndonos sus “plumas” hasta en la sopa-, abominando de Colón (la mujer que detenta el gobierno se ha dado ya el gusto de retirar su estatua, porque “le molestaba”) y de todo lo  hispanocatólico.

Todos los dogmas del evolucionismo, del ecologismo new age, del democratismo liberal y por supuesto, la “mirada rosa” al terrorismo marxista ya han sido impuestos como obligatorios, y parece que entonces, ya es asunto cerrado. En las áreas artístico literarias, el nivel de “profundidad” es francamente subterráneo, y la fiebre de lo “popular” hace que el rock, la cultura (sic) callejera y hasta la grosería, se haya impuesto como contenido curricular oficial.

Hace menos de un año el gobierno de Bs. As. corrompe a menores a mansalva con un “portal de sexo y salud” llamado “Chau tabú” http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=19452 , y pese a la recolección de firmas, alertas digitales, y comentarios, todavía no hemos oído ninguna voz de la Jerarquía defendiendo las almas de esos niños y jóvenes, la gran mayoría de los cuales han sido puestos bajo su cuidado pastoral el día de su bautismo. Una carta de un sacerdote coherente a los alumnos de un colegio, parece una voz que clama en el desierto.

Las áreas de Humanidades, Ciencia y Artes han sido arrasadas de un modo que creo que no tiene precedentes, haciendo crecer a nuestras jóvenes generaciones en la mentira y el pecado, con mínimas posibilidades de hallar algo sólido que les haga frente.

Por supuesto que esto no se corrige con las clases de Catequesis (cada vez  más vacías de contenido, y más llenas de guitarritas y “dinámicas” estériles y sensibleras), como no se cura un cuerpo canceroso o envenenado con pastillas de vitamina C. 

Parece evidente que la educación católica requiere como mínimo, un respeto por la verdad a secas, como presupuesto necesario para aspirar a la verdad sobrenatural y el crecimiento en la fe.  ¿Cómo esperar que se acepte la autoridad de la Iglesia, si desde el Jardín de infantes todo apunta a minar el más elemental sentido de autoridad? ¿Cómo sorprendernos ante el “analfabetismo religioso” que constataba Benedicto XVI al inaugurar el Año de la Fe?

¿Cómo pretender, en fin, que se busque y se valore la Revelación, si lo único sagrado parece ser la Revolución…?

Mientras en otras latitudes, hay hermanos nuestros dando su vida por la fe, el grado de resignación ante “las leyes” y evitación sistemática del martirio en la Argentina es tan vergonzoso, que uno ve bastante lógico que los crucifijos vayan desapareciendo de los sitios públicos con relativa facilidad. Si el estandarte de victoria que nos caracteriza como cristianos deja de ser predicado y practicado, es razonable que vivamos en un clima enrarecido de miedo y cobardía.

 Hace poco me comentaban que en un colegio parroquial de San Miguel (“Inst. Niño Jesús”) se prohíbe a los alumnos llevar la cruz al cuello, aún dentro de la camisa. Esa gente no quiere ser “más papista que el papa”, sino “más renegado que los mismos enemigos”, que aún no han propuesto este tipo de reglamentación ni leyes, pero la obsecuencia siempre se adelanta.

educacionarg

Mi pregunta es, ¿hasta cuándo? ¿Quién se preocupa por sanar estas úlceras producidas por la cultura que nos han hecho vivir?

Porque las opciones ante este estado de cosas son pocas:

a) la elegida por una triste mayoría, que ve algo “maloliente” pero dice a sus hijos “hacé lo que menos problemas te traiga”, aunque sepamos que es mentira, y dígannos si no es hipocresía hacerlos crecer mintiendo y aceptando que les mientan como si fuese algo natural, lo cual es perverso;

b) solicitar filial y respetuosamente alguna solución a nuestros pastores, rezando por ello insistentemente.

Pero cuando pasan los años y algunos fieles advierten que pasan a ser  "personas no gratas” por sus reclamos y solicitudes…¿además de la oración, qué deben hacer, en el orden temporal, para cumplir cabalmente su deber de bautizados?

Hace poco un Vicario de la diócesis de San Miguel, donde vivo, nos hablaba de la paciencia, de que las familias no forman lo suficiente, de que los cambios son muy lentos, que hay que ser benévolos presumiendo la buena intención de los directivos, y que los problemas sociales… y sinceramente, yo me preguntaba si compartíamos la misma fe, o si me había equivocado de número telefónico. Luego irán a buscar a los católicos a las perisferias…adonde primeramente los han mandado. Recientemente, un sacerdote de una parroquia donde irá a hablar el p. Mancuso (exorcista de La Plata) sobre los peligros de las sectas -tan a la orden del día-, al pedírsele que se invite por nota a las familias del colegio parroquial (2000 alumnos, muchos con familiares umbanda), responde “no sé si es prudente, políticamente…” Y yo digo, ¿a qué estamos jugando, si una institución católica renuncia a ser refugio y faro en medio de la tormenta?

Ya les contaré qué respuesta encontramos en un reclamo porque el profesor de música ha dado al grado de nuestra hija (11 años), esta porquería como tema para “estudiar” (lo que por supuesto, no hará): http://www.youtube.com/watch?v=ZCPACcVgJ3U

No estoy sugiriendo la predicación de una Cruzada, pero sí suplicando la más elemental dignidad episcopal para decir cada dos meses alguna palabra que nos anime  y nos haga creer que de verdad creen en la existencia del alma, en el Cielo, en el Infierno, y en el pecado. Algo que nos demuestre que ellos también han leído los documentos y principios del Magisterio acerca de la educación católica, y que los consideran vigentes y realizables.

“Que permanezcan y pastoreen con tu fortaleza, Señor, según la grandeza de tu Nombre”: así comienza una oración que solemos rezar por nuestros obispos. No se trata de que obren según nuestro capricho, ni según las circunstancias, sino según la grandeza del Nombre de Cristo, Buen Pastor.

 “Educación de calidad”, “educación por la paz” (con palomita y todo), “educación por la integración”, ¿no se dan cuenta de que ni a los más progresistas esos slogans les mueven ya ni un pelo? ¿Y educación en la Verdad? La respuesta es la cara de un chino que vende mercadería vencida cuando uno reclama: “- Mí no comprende”.

No es cansancio, al contrario. No es irreverencia; es insistencia y súplica confiada (quien no espera ya, no suplica), porque se nos ha dicho que “quien pide, recibe”, y que obremos como la viuda inoportuna de la parábola. Porque no podemos acostumbrarnos a ver ovejas destrozadas por los lobos cada mañana, colgadas en los alambrados. Porque debemos buscar la salvación propia y ajena con temor y temblor, y no veo esto conciliable con la parsimonia burocrática de lo políticamente correcto.

 Porque este silencio cómplice, cuando hay millones de almas y familias en juego, ya sinceramente, en esta patria nuestra, aturde y atormenta