17.04.14

Humanidad toda, todos hijos de Dios

A las 12:06 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Amor fraterno

Al Jueves Santo se le conoce por hechos varios que tienen mucho que ver con lo que sucedió un día como tal de la semana llamada Santa o de Pasión de Nuestro Señor.

Por ejemplo, como el día del “servicio y la entrega”, o el día de ser “el último”. Y es que Jesús quiso mostrar a los presentes en aquella sala preparada para celebrar la Pascua (a lo mejor propiedad del padre del que luego sería apóstol suyo conocido como San Marcos), al lavar los pies a los apóstoles, que era la mejor forma de mostrar que eran discípulos suyos. Y eso entendido no el hecho mismo de lavar los pies (que también) sino en lo que suponía hacer lo que sólo hacían los esclavos. Jesús, así, también se declaró esclavo de Dios como lo había hecho su Madre María ante los requerimientos del Ángel Gabriel.

También se conoce aquel jueves como el momento exacto en el que Jesús instituyó el sacerdocio y, claro está, partió el pan y repartió el vino haciendo, de tales especies, su cuerpo y su sangre. Y, en resumidas cuentas, que fue el lugar y el tiempo exacto en el que instituyó la Santa Misa, llamada también Eucaristía (por ser acción de gracias)

Pues bien, también se conoce el Jueves Santo (ya a punto de comenzar los verdaderos momentos de Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo) como día del Amor Fraterno.

El apóstol Juan, en su Primera Epístola recoge algo que es crucial para entender lo que significa el Amor Fraterno (escrito, así, con mayúsculas) y lo que no podemos entender acerca del amor que tenemos a Dios y al prójimo. Dice, pues, el discípulo amado, lo siguiente (4, 20-21):

“Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”.

Hay, pues, que tener muy en cuenta lo que escribe el apóstol que recogió a la Virgen María en su casa por voluntad expresa de Cristo en la Cruz. Y hay que tenerlo en cuenta porque nos dice mucho acerca de lo que es nuestra fe católica.

Así, por ejemplo, relaciona directamente el amor que tenemos a Dios con el que debemos tener por el prójimo. Así, aquel “amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” no se ha de quedar en expresión aceptable y aceptada sin más sino que, teniendo en cuenta de Quien viene todo eso, la debemos llevar a nuestra existencia como una exigencia de primer y fundamental orden.

Pero es que este texto, aún siendo corto en versículos (tan sólo dos) nos dice que tampoco podemos incumplir un Mandamiento de la Ley de Dios (el Octavo) acerca de la conveniencia de no decir mentiras. En realidad, esto se dice muy bien en el Eclesiástico (en concreto, entre los versículos 24 al 26 del capítulo 20 del mismo) cuando el escritor inspirado dice que

“Gran baldón para un hombre la mentira en boca de ignorantes repetida. Es preferible un ladrón que el que persiste en la mentira, aunque ambos heredarán la perdición. El hábito de mentiroso es una deshonra, su vergüenza le acompaña sin cesar”.

Y si es una gran carga la mentira, digamos, “ordinaria”, podemos suponer lo que es, de cara a nuestro Creador, decir que lo amamos pero que, en cambio, no es que no amemos a nuestro prójimo sino que lo aborrecemos lo que supone, como sabemos, dar un paso más acerca de no amar a quien debemos amar.

Alguno diría que, en realidad, aquí se refiere, todo eso, al “hermano” en cuanto familia, en cuanto nacido del mismo padre y la misma madre y en la circunstancia propia en la que cada cual se encuentre (pensemos, por ejemplo, en hermanos o en hermanastros) pero, en realidad, pensar así y creer eso es tener una mirada en el corazón en exceso alicorta.

En realidad, y esto es más que cierto, cuando Dios crea al hombre y, así, a la humanidad entera y toda, lo hace como hijos de un mismo Padre. Todos, pues, somos hermanos y todos, por lo tanto, somos y son susceptibles de ser amados como tales.

Cualquiera dirá que tal forma de hablar y expresarse indica tener un sentido algo exagerado de lo que supone la fraternidad. Sin embargo, sostener eso es lo mismo que decir que Dios crea al ser humano sin tener en cuenta que “todo” ser humano es hijo suyo pues, una cosa es considerar que para el Creador todos somos iguales y otra, al parecer, es que lo creamos nosotros al respeto de nuestra común filiación divina.

Todos, toda la humanidad, somos hijos de Dios y, por tanto, todo “otro” es nuestro prójimo. Por tanto, el Amor Fraterno cabe tenerlo en cuenta a todo aquel que conozcamos y, a lo lejos, pedir también por el que no conocemos.

El Jueves Santo, por lo tanto, supone un instrumento espiritual de vital importancia para llevar una vida espiritual de la que pueda predicarse que es verdaderamente cristiana y, yendo aún más lejos, que es verdaderamente propia de un hijo de Dios. Y eso, es verdad, es tarea encomendada a cada uno de nosotros.

Cristo, para empezar, dio ejemplo de eso.

Eleuterio Fernández Guzmán