22.04.14

 

La primera vez que se usó el término Iglesia Católica fue en la primera década del siglo II. El término aparece en la epístola de San Ignacio de Antioquía a los esmirneanos. Y el contexto de la cita es ciertamente significativo:

Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la Iglesia católica.

Como ven ustedes, el santo obispo mártir tenía bien claro cuál era el orden establecido por Dios para su Iglesia. El obispo al frente del pueblo. Pero no es ese el motivo de este post, que nace como reflexión al que escribió ayer el P. Jorge González y que se titula “Piedad no cree que Dios sea todopoderoso”. En el mismo nos cuenta como una feligresa de una parroquia católica no cree algo en lo que cualquiera que pretende ser cristiano debe creer.

Dejemos a un lado la cuestión de si se puede ser cristiano sin creer todo lo que enseña la Iglesia Católica. Es evidente que hay muchos hermanos separados que sin ser católicos, son cristianos. Ahora bien, San Agustín de Hipona predicó lo siguiente en un sermón:

“No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana”
(Sermon 120,13)

Fíjense ustedes bien que el doctor de la Iglesia no dice simplemente que no se puede ser católico sin creer lo que cree el Papa. No, va más allá. Niega la condición de católicos a los que NO ENSEÑAN que se debe guardar la fe del Vicario de Cristo, Obispo de Roma. Tomen nota de ello los que viven instalados en el “disenso” doctrinal y eclesial.

Es de sentido común que si uno no profesa los dogmas de una religión, no puede pretender ser miembro de la misma. Sin embargo, por alguna extraña circunstancia, llevamos décadas con la idea de que cualquiera puede ser católico, crea lo que crea y enseñe lo que enseñe. Lo que es lo mismo a decir que ser católico y ser la nada es la misma cosa.

San Paciano de Barcelona tiene otra cita que convendría dar a conocer. En una carta a un tal Simproniano, allá por el año 375, escribió:

“Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado… Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético”

Ese “Christianus mihi nomen est; catholicus vero cognomen” lo usé hace años como firma de mi perfil en un foro de debate con protestantes evangélicos y miembros de diversas sectas. Seguro que el lector habrá reparado en la idea de que eso de ser católico tiene mucho que ver con estar alejado de cualquier herejía.

El problema que tenemos hoy es que el mero uso de la palabra herejía o hereje convierte a alguien en sospechoso de ser un radical intolerante que desea el regreso de los autos de fe con piras humanas en las calles. Triste es la época que nos toca vivir, en la que la idea de la defensa de la verdad es considerada como incompatible con los deseos de unidad de la Iglesia, como algo propio de almas sin caridad.

Nadie discute que el sacramento del bautismo imprime carácter y que, por tanto, se puede decir en algún sentido que es y será católico todo aquel que recibió las aguas bautismales en la Iglesia Católica. Pero a nadie se le ocurriría llamar católico a un apóstata, a un ateo o a una persona que se ha convertido al Islam. Y, sin embargo, son multitud los bautizados que pretenden seguir siendo católicos a pesar de que han dejado de creer lo que cree y enseña la Iglesia.

Si ya es triste separarse de la fe católica, aun más penoso y peligroso para el alma es caer en el engaño de que uno es lo que ha dejado de ser. Para recuperarse de una enfermedad, lo primero que se tiene que hacer es reconocer que se padece. Luego se ponen el tratamiento para la cura. Pero si se empieza por negar el mal, ¿cómo se va a combatir?

Ahora que se habla mucho de la necesidad de hacer una pastoral para los alejados, toca preguntarse si no habría que empezar por constatar cuántos fieles hay que no están alejados de la Iglesia “físicamente", pero hace mucho que se alejaron por completo de la fe católica. Viven engañados. Viven en una quimera. Solo la verdad les hará libres. Primero, la verdad sobre su situación espiritual. Luego, la verdad a la que deben adherirse para ser verdaderamente católicos.

Luis Fernando Pérez Bustamante