29.04.14

Martirio de una madre con su hijo disminuido, su hermana e hija religiosas


Seis mártires de la guerra civil española nacieron un 29 de abril: un pasionista navarro, un hospitalario toledano y otro soriano martirizados el mismo día, un sacerdote dominico asturiano, un carmelita de la caridad tarraconense -asesinada junto a tres familiares- y un paúl turolense.

Además es el aniversario de la tercera beatificación de mártires de la revolución española (después de las de 1987 y 1989): la de 1990, diez de cuyos 11 beatificados han sido, además, ya canonizados (los mártires de Turón y san Jaime Hilario; María Mercedes Prat y Prat sigue siendo beata).

José (de Jesús y María) Osés Sainz, de 21 años y natural de Peralta (Navarra), fue uno de los nueve pasionistas del convento de Daimiel asesinados el 23 de julio de 1936 en las tapias de la Casa de Campo en Carabanchel Bajo (Madrid) y beatificados en 1989 (ver artículo del 3 de febrero).

Eusebio Ballesteros Rodríguez (hermano Honorio), de 41 años y natural de Ocaña (Toledo) y

Pedro Pastor García (hermano Segundo), de 51 años y nacido en Mezquetillas (Soria), formaban parte del grupo de ocho hospitalarios asesinados en Málaga el 17 de agosto de 1936 y beatificados en 2013 (ver artículo del 14 de marzo).

Prior que asumió para los dominicos misiones en Perú

Vicente Álvarez Cienfuegos, sacerdote dominico de 73 años oriundo de Villamejín (Proaza, Asturias), fue asesinado en Madrid el 25 de agosto de 1936 y beatificado en 2007. Profesó como dominico en 1878 y fue ordenado sacerdote en 1886. Entre 1904 y 1908 fue prior provincial, y, de nuevo, de 1914 a 1918; aceptó para su provincia las misiones de Urubamba y Madre de Dios, en Perú, fundó la escuela apostólica de Villava para la formación de misioneros destinados a América, y estableció otra en Caleruega, cuna de Santo Domingo. Dos veces prior del convento del Olivar, en Madrid, cuando fue asaltado el 20 de julio, pudo huir y encontró acogida en varias casas en las que llevó intensa vida de piedad y manifestó conformidad con la voluntad de Dios. El 22 de agosto de 1936 fue arrestado por su condición de religioso, y, aunque anciano, consumido, encorvado, llevado a la checa de Génova en la calle Montesquinza; estuvo tranquilo, con fortaleza de espíritu y resignación, y tres días más tarde lo sacaron para ejecutarlo.

Tres mártires de Benicalap, denunciadas por la criada

María Josefa (de Santa Sofía) del Río Messa, carmelita de la Caridad (vedruna) de 41 años y natural de Tarragona, fue asesinada el 23 de septiembre de 1936 con tres miembros de su familia y beatificada en 2001 con dos (las mujeres). En el cruce entre Benicalap -distrito en el noroeste de la ciudad de Valencia- y Campanar (otro distrito más al sur), mataron a María Josefa de Santa Sofía con su madrastra, María Sofía Teresa Ximénez Ximénez, de 59 años, y la hermana de ésta y también religiosa vedruna, María de la Purificación (de San José), de 65 años (ver artículo del 3 de febrero).

Del Río Messa vistió el hábito en Vic en 1917 y trabajó en el colegio de Terrassa y desde 1920 en el de la calle mayor de Gràcia en Barcelona. Se refugió al estallar la guerra en casa de un primo, que -según relata Andrés Ferri- podía sacarle un salvoconducto para pasar a la zona nacional, pero ella prefirió ir a Valencia, a casa de su “segunda madre”.

Purificación Ximénez profesó en 1896 en el noviciado de Vic (Barcelona) y de allí marchó al colegio de La Unión (Murcia). En 1906 regresó a Vic como Maestra de novicias. Luego fue superiora del colegio de Gandía (Valencia) y desde 1917 estuvo en Tarragona hasta el 22 de julio de 1936 en que les expulsaron los milicianos. Se refugió en casa de una familia,luego fue a Barcelona y por fin a casa de su hermana Sofía en Valencia. Denunciadas por la criada que les servía,los milicianos las detienen y matan.

Sofía Ximénez se había casado en 1905 con Carlos del Río Diez de Bulnes, que había enviudado, con tres niños pequeños (entre ellos sor María Josefa de Santa Sofía), y el matrimonio tendría cuatro hijos más. En 1927 enviudó y regresó a Valencia con su hijo Luis, soltero y minusválido por una parálisis infantil. Durante la revolución, acogió a varias religiosas y fue a las checas a llevar dinero a las personas detenidas. Al detenerla con su hija y hermana, los milicianos se llevaron también a Luis, que se tiró de la camioneta, rompiéndose una pierna; vuelto al interior del vehículo, fue asesinado antes que su madre, en el Picadero de Paterna. Según la Causa general (legajo 1367, exp. 1, folio 8), los cuatro fueron asesinados en Paterna.

Confesó a 300 presos y fue condenado por celebrar misa

Amado García Sánchez, de 33 años y natural de Moscardón (Teruel), sacerdote de la Congregación de la Misión, fue asesinado en Gijón el 24 de octubre de 1936 y beatificado en 2013. había profesado en 1921 y se ordenó sacerdote en 1926. Estuvo destinado en Ávila, Granada, y desde 1929 en Gijón, donde fue nombrado en 1935 superior de la residencia de los paúles. A pesar de que era bien conocido en el barrio de los pescadores, se había quedado en la casa junto con el hermano Jiménez, diciendo respectivamente que eran el carpintero y el cocinero, y los revolucionarios no se preocuparon de incautarse la residencia. Cuando le decían que se refugiara en sitio más seguro, contestaba: “¡Que no; que comprometo!”. Según escribiría uno de sus compañeros, el padre Lozano, fue precisamente un descuido del hermano Jiménez al ser detenido en un control, lo que le perdió:

—¿Quién eres?
—Un pobre lego.
—¿De qué convento?
—De los PP. Paúles.
—¿Dónde están los frailes?
—Algunos han sido fusilados y otros no sabemos dónde están.
—Y tú, ¿dónde vives?
—En nuestra casa, con el P. Superior.
—Síguenos.

El interrogatorio en la checa llevó a la detención del padre Amado, al que llevaron a la iglesia de la Compañía con 290 personas detenidas esa tarde. Según relataba una de ellas al padre Lozano, “Horas y horas se pasó en confesarnos a todos. Teníamos tan segura la muerte. Cuando todos estuvimos confesados, el buenísimo Padre, radiante de alegría, nos invitó a rezar el Rosario a la Milagrosa. Más que rezar, declamaba las oraciones, de tal modo, que sus palabras, rebotando en las bóvedas de la magnífica iglesia, convertida en catacumba, caían sobre todos nosotros como riada de optimismo y de valor. Al cabo, después de bendecirnos, nos recostamos para descansar y esperar tranquilos la muerte próxima. Casi todos nos habíamos proporcionado una manta, un colchón y una almohada, para no dormir en el duro suelo, que infinitos presos habían dejado a su paso infecto y sucio. Yo observé que el P. Amado no tenía en dónde acostarse y se recogía en un rinconcito. Le llamé y obligué a que se acostara conmigo. Poco después dormía tranquilamente: tal era su tranquilidad. A las doce de la noche nuestra magnífica iglesia-prisión, desmantelada, sin luz apenas, con cerca de trescientos hombres tirados por el suelo en la más rara y policroma confusión, se estremecía todavía con las plegarias de muchos hombres. Sólo el Padre dormía profundamente. Hacia las dos de la madrugada nuestros verdugos aparecieron como una invasión siniestra en el presbiterio. Fueron nombrando uno a uno y poniendo en libertad a muchos que, nunca pensaron en recobrarla. Al llegar al P. Amado, el que parecía jefe de aquella chusma cantó su nombre con una mezcla de odio y de sarcasmo. Amado García. Fraile. Tuve que despertarlo con algún esfuerzo. Se presentó ante ellos, y, como a los demás, también le dijeron, aunque con un tono bien distinto: También a ti te vamos a dar la libertad. Espérate aquí, a la izquierda. Su tono sarcástico daba a entender bien claro lo que aquella libertad significaba para él. Se acercó a mí y, visiblemente emocionado, me dijo abrazándome: Adiós. Hasta la eternidad. Después, se acercó de nuevo a los jocosos esbirros y les dijo presentándoles al Hermano: Matadme a mí, pero no hagáis nada a este pobre viejo, que nada tiene que ver. Es sólo un criado nuestro”.

Según el relato escrito por Elías Fuente en 1942, el padre Amado fue acusado el 21 de octubre ante un tribunal popular de celebrar misa el 15 de agosto en el Asilo Pola (donde además el día 12 había confesado a una treintena de personas). En todo caso, aún no había amanecido el día 24 cuando lo llevaron al cementerio de Ceares en coche. Sus últimas palabras fueron: “Matadme cuanto antes, pero no me martiricéis. Dios os perdone, como yo también os perdono”. Debía estarles bendiciendo, ya que un disparo le atravesó el antebrazo y la frente; un segundo disparo en el parietal lo remató.

Más sobre los 1.523 mártires beatificados, en “Holocausto católico”.