19.05.14

 

Allá por el año 1971, la Sagrada Congregación para el Culto Divino tuvo a bien publicar una Instrución General sobre la Liturgia de las Horas. Para comprender su importancia, cito:

La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”

La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de las Horas, ya que esta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de sacrificio.

Pues bien, entre las muchas gracias que el Señor concede a los que, por obligación o devoción, recitan a diario la Liturgia de las Horas, se encuentra la posibilidad de leer textos escogidos de los Padres de la Iglesia. Hoy, por ejemplo, leemos esta disertación de san Gregorio de Nisa sobre la resurrección de Cristo (negritas mías):

De las Disertaciones de san Gregorio de Nisa, obispo
(Disertación 1 Sobre la resurrección de Cristo: PG 46, 603-606. 626-627)

EL PRIMOGÉNITO DE LA NUEVA CREACIÓN

Ha llegado el reino de la vida y ha sido destruido el imperio de la muerte. Ha hecho su aparición un nuevo nacimiento, una vida nueva, un nuevo modo de vida, una transformación de nuestra misma naturaleza. ¿Cuál es este nuevo nacimiento? El de los que nacen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios.

Sin duda te preguntarás: «¿Cómo puede ser esto?» Pon atención, que te lo voy a explicar en pocas palabras. Este nuevo germen de vida es concebido por la fe, es dado a luz por la regeneración bautismal, tiene por nodriza a la Iglesia, que lo amamanta con su doctrina y enseñanzas, y su alimento es el pan celestial; la madurez de su edad es una conducta perfecta, su matrimonio es la unión con la Sabiduría, sus hijos son la esperanza, su casa es el reino y su herencia y sus riquezas son las delicias del paraíso; su fin no es la muerte, sino aquella vida feliz y eterna, preparada para los que se hacen dignos de ella.

Éste es el día en que actuó el Señor, día en gran manera distinto de los días establecidos desde la creación del mundo, que son medidos por el paso del tiempo. Este otro día es el principio de una segunda creación. En este día, efectivamente, Dios hace un cielo nuevo y una tierra nueva, según palabras del profeta. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. ¿Qué tierra? El corazón bueno de que habla el Señor, la tierra que absorbe la lluvia, que cae sobre ella, y produce fruto multiplicado.

El sol de esta nueva creación es una vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire es una conducta digna; el mar es el abismo de riqueza de la sabiduría y ciencia; las hierbas y el follaje son la recta doctrina y las enseñanzas divinas, que son el alimento con que se apacienta la grey divina, es decir, el pueblo de Dios; los árboles frutales son la observancia de los mandamientos.

Éste es el día en que es creado el hombre verdadero a imagen y semejanza de Dios. ¿No es todo un mundo el que es inaugurado para ti por este día en que actuó el Señor? A este mundo se refiere el profeta, cuando habla de un día y una noche que no tienen semejante.

Pero aún no hemos explicado lo más destacado de este día de gracia. Él ha destruido los dolores de la muerte, él ha engendrado al primogénito de entre los muertos.

Cristo dice: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza.

¿Se imaginan ustedes a una madre que en vez de amamantar a su hijo con su propia leche -o con las que están en el mercado para dicho fin- le diera a beber un biberón de agua o, aun peor, de veneno? ¿cuánto podría sobrevivir la criatura?

Pues de la misma manera, no es posible que el pueblo de Dios crezca en salud espiritual si desde la Iglesia no se le alimenta con la sana doctrina, con las enseñanzas de Dios.

No hay pastoral posible que no esté anclada en el depósito de la fe que fue una vez entregada a los santos. Cristo no murió y resucitó para que a aquellos por los que dio su vida mueran por falta de formación. Como advierte el profeta Oseas:

Perece mi pueblo por falta de conocimiento; por haber rechazado tú el conocimiento, te rechazaré yo a ti de mi sacerdocio;
(Os 4,6)

Es Cristo mismo el que advierte a su Iglesia del pecado de consentir en su seno a los que enseñan la herejía y el error:

Pero tengo algo contra ti: que toleras ahí a quienes siguen la doctrina de Balam, el que enseñaba a Balac a poner tropiezos delante de los hijos de Israel, a comer de los sacrificios de los ídolos y fornicar. Así también toleras tú a quienes siguen de igual modo la doctrina de los nicolaítas.
(Ap 2,14-15)

Y:

Pero tengo contra ti que permites a Jezabel, esa que a sí misma se dice profetisa, enseñar y extraviar a mis siervos hasta hacerlos fornicar y comer de los sacrificios de los ídolos. Yo le he dado tiempo para que se arrepintiese; pero no quiere arrepentirse de su fornicación, y voy a arrojarla en cama, y a los que con ella adulteran, en tribulación grande, por si se arrepienten de sus obras. Y a sus hijos los haré morir con muerte arrebatada, y conocerán todas las iglesias que yo soy el que escudriña las entrañas y los corazones, y que os daré a cada uno según vuestras obras.
(Ap 2,20-23)

Esas advertencias del Señor no están puestas en la Biblia de adorno. Son un llamado a la Iglesia en todo tiempo y lugar. Lo cual incluye este tiempo en el que nos ha tocado vivir.

Luis Fernando Pérez Bustamante