22.05.14

¿Evangelizar a tiempo y a destiempo?

A las 12:14 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Evangelización

“Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio”.

En la Segunda Epístola a Timoteo, concretamente entre los versículos dos y cinco del capítulo cuatro, el apóstol de los gentiles dijo entonces, y dice ahora, que existe algo sobre lo que no podemos hacer dejación, preterir o hacer como si no nos correspondiente: evangelizar.

En tiempos de tribulación, persecución material o espiritual de la Iglesia y de sus fieles, se hace, aún, más necesaria.

Cuando concluía el Gran Jubileo del año 2000, san Juan Pablo II regaló al mundo la Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, pues el comienzo de un nuevo milenio no podía quedar dejado de la mano de la Iglesia. Así, en orden a la importancia de la evangelización decía lo siguiente (40):

“Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una “sociedad cristiana“, la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la ‘llamada’ a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: ‘¡ay de mí si no predicara el Evangelio!’ (1 Co 9,16)”.

Destaca, en esta clara declaración de intenciones y establecimiento de una obligación para el católico, lo que nunca podemos olvidar:

-Ya no existe la sociedad que se regía por valores cristianos.
-Se hace necesario acudir a la llamada a la evangelización.
-Es imperiosa y, como se ha dicho arriba, obligada, la predicación.

Se cumple, así, tantos siglos después de haber sido escrito, lo dicho por san Pablo en la Epístola citada arriba que, por cierto, hace mención de una realidad que, hoy mismo, se hace evidente y, así, peligrosa.

Dice quien fuera perseguidor de los discípulos de Jesús que llegará un tiempo en el que muchos “se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas”.

Evangelizar, pues, a tiempo (cuando corresponde) o a destiempo (incluso cuando no corresponde) o, lo que es lo mismo, siempre, ha de querer decir, en primer lugar, que tenemos que estar preparados para no caer en la llamada que lo “nuevo” puede pretender traer a nuestro corazón.

Lo nuevo nos propone saltarnos la doctrina que la Iglesia propugna y defiende; hacer de nuestra fe un comportamiento alejado de la Verdad porque, así, vivimos de acuerdo con el mundo y con la mundanidad que propone; romper con la Tradición y hacer, incluso, mofa y escarnio del Magisterio como si fuera cosa de hijos de Dios y no procediese de Dios mismo.

Lo nuevo, al fin y cabo lo que pretende es, en efecto, retrotraer nuestra fe y, así, nuestra creencia, a tiempos paganos en los que no se reconocía a Dios como Padre ni a la Iglesia como madre y se sostenía, el devenir del hombre, en supersticiones y comportamientos mágicos con arraigo en concepciones precristianas relacionadas con la naturaleza y su supuesto poder decisorio.

En segundo lugar, esto (lo novedoso en materia espiritual) tiene que ser contestado con la sana doctrina con que cuenta la Santa Madre Iglesia que no cejado, desde que fuera creada por Jesucristo, en transmitir una forma de ser, unos valores y una doctrina que arraiga en la divinidad y en Dios tiene su asiento (léase, encarecidamente lo pedimos, la Carta encíclica “Quanta cura” de SS. Pío IX relativa a “los principales errores de la época”)

Pero no sólo se dice y recomienda que se evangelice sino que se “insista” en la evangelización porque, al igual que nuestra oración ha de ser perseverante y no limitada a determinados momentos (bien podemos decir que nuestra propia vida, toda, ha de ser oración) en la evangelización toda limitación de esfuerzo concluirá en una que sea, en su resultado, nula.

Pero, podemos preguntarnos las razones de la necesidad de evangelización. Si es que no alcanzamos a encontrar aquellas que sean fundamentales para nuestro hacer y quehacer, al Catecismo de la Iglesia católica nos ayuda y nos echa una mano. Así, por ejemplo, cuando habla de “La Ley nueva o Ley evangélica” nos dice lo siguiente:

”1965 La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: ‘Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva […] pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo’ (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).

1966 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo:

‘El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna cuanto se refiere a las más perfectas costumbres cristianas, al modo de la carta perfecta de la vida cristiana […] He dicho esto para dejar claro que este sermón es perfecto porque contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana’ (San Agustín, De sermone Domine in monte, 1, 1, 1).

1967 La Ley evangélica ‘da cumplimiento’ (cf Mt 5, 17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las ‘Bienaventuranzas’ da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al ‘Reino de los cielos’. Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.

1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5, 48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).

Vemos, pues, que tenemos razones más que suficientes como para instar, en nuestro corazón, la necesidad de evangelización. Es cierto que eso se dice mucho y que la expresión “nueva evangelización” está de actualidad y se transmite mucho por todos los foros posibles y existentes. Sin embargo, corremos el riesgo de tenerla por puesta y no hacer demasiado caso a lo que significa y supone tal expresión.

Todo lo bueno y mejor está en la evangelización: la vida mejor, la eterna. Y, por eso mismo, evangelizar a tiempo y a destiempo no es una simple propuesta que se nos hace desde las mismas Sagradas Escrituras sino una obligación grave de todo discípulo de Cristo.

¿Hasta dónde somos capaces de entender esto?

Eleuterio Fernández Guzmán