24.05.14

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Caín y Abel (Gn 4, 1-16 )

Esto está escrito

Caín y Abel

1 Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: ‘He adquirido un varón con el favor de Yahveh.’ 2 volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. 3 Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. 4 También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, 5 mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro.

6 Yahveh dijo a Caín: ‘¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? 7 ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.’ 8 Caín, dijo a su hermano Abel: ‘Vamos afuera.’ Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. 9 Yahveh dijo a Caín: ‘¿Dónde está tu hermano Abel?’ Contestó: ‘No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?’10 Replicó Yahveh: ‘¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. 11 Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 12 Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.’ 13 Entonces dijo Caín a Yahveh: ‘Mi culpa es demasiado grande para soportarla. 14 Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.’”
15 Respondióle Yahveh: ‘Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.’ Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara.
16 Caín salió de la presencia de Yahveh, y se estableció en el país de Nod, al oriente de Edén.

Bien podemos decir que el ser humano, desde el principio de serlo, ha sido bastante obstruso. Más dado al olvido de lo que supone ser hijo de Dios, creación del Todopoderoso, y menos a reconocerse hermano del prójimo. Ha venido a ser como un negarse a sí mismo al negar al otro. O, también, como una especie de tour de force contra la voluntad del Padre que tiene poco o nada que ver con abusar de la humanidad en beneficio de quien eso hace.

¿Qué más podía querer Caín?

En el principio de la humanidad aquellos dos hermanos (el citado y Abel) son ejemplo de muchas cosas que luego hemos sido el resto de descendientes de aquellos primeros padres que tantos disgustos acarrearon a la humanidad toda (no siendo el menos importante haber iniciado el camino del pecado y procurar la muerte para la criatura de Dios)

Cada uno de ellos ofrecía a Dios lo que era caso de su quehacer diario. No había nada extraño en que el Creador aceptara mejor una que otra y de eso no se podía hacer, digamos, casus belli, a no ser que el caso estuviera bien preparado por el mismo que consiguió que su madre y su padre llevaran por el camino de la amargura al ser humano. Sabemos, si nos referimos a la acción del Príncipe de este mundo, que siempre ha conseguido súbditos a lo largo de la historia de la humanidad y que así será hasta que Cristo le venza, para siempre, cuando vuelva a juzgar a vivos y a muertos.

Pues bien, podía haber procurado Caín que su próxima ofrenda fuera más agradable a Dios que lo que lo había sido la que fue causa de la gran discordia con su hermano. Sin embargo, es más que posible que al Creador le pareciera mejor la ofrenda de Abel no por la ofrenda en sí sino por la forma en la que el corazón del oferente se la había ofrecido. Sabemos, a este respecto, que Dios tiene una finura muy fina a la hora de conocer los secretos de nuestro corazón y, a lo mejor, el de Caín no escondía nada bueno que tuviera poco que ver con el odio o la envidia. Y, por eso, la ofrenda, de cara a Dios, fue lo de menos, sino el cómo de la misma, la esencia, lo que había encerrado en el fondo del alma del fratricida.

Jesús nos diría, muchos siglos después, que el Padre ve en lo obscuro, en lo secreto, de nuestro corazón. Pero aquellos hombres, los primeros de nosotros, no podían conocer una realidad tan profunda como era aquella. Sin embargo, si eso podía exculpar a Caín en algo no por eso le cubrió las espaldas en lo otro.

Lo otro era la respuesta que le dio a Dios. El Todopoderoso sabía que había matado a su hermano Abel pues su sangre clamaba al cielo desde la tierra de la que había salido el hombre.

Y entonces, entonces, Caín le responde a Dios (preguntándole) si es que él era el guardian de su hermano.

En realidad, lo era. En primer lugar por ser su hermano Abel; en segundo lugar porque él, Caín, había nacido primero y era, por tanto, el hermano mayor, encargado, vía familiar, de cuidar de los descendientes de sus padres en caso de que faltaran los mismos.

Era, por tanto, por dos vías, el guardián de su hermano y quien debía guardarlo, mantenerlo a salvo de las malas circunstancias de aquella vida en la que debían ganar lo que comían con el sudor de su frente al haber pasado lo que había pasado en el Paraíso del que fueron expulsados sus padres.

Alguien podría pensar que a Caín no le fueron mal las cosas. Mató a su hermano y Dios no cargó su mano contra Él. Y, además, procuró el Creador que nadie matase al primer hijo nacido de los primeros padres de la humanidad.

Sin embargo, ¡qué castigo peor que Caín cargara, en su conciencia, con aquella absurda e inútil muerte! Y que eso fuera para siempre, hasta que muriese él mismo con aquella mancha tan grande alquitranando su alma.

Tampoco sabía, al parecer, aquel hombre envidioso que Dios, además de bueno (por eso le perdonó la vida) era justo (por eso aquella magistral sentencia que aúna lo hecho con lo merecido)

Desde entonces, ha habido, en la historia de la humanidad, muchos Caínes y muchos Abeles pues el hombre, muchas veces, es capaz de molestarse tanto con Dios que hasta se aparta del Creador como si tal cosa, como apartando algo que no le sirve y que, además, le molesta con tanta norma divina y tanta exigencia de correspondencia filial o como si le debiese algo Quien lo había creado y no al revés…

¡Humanidad de dura cerviz!

Eleuterio Fernández Guzmán