¡Al cielo con Ella!

 

En ese camino de ascensión, María nos precede, como en todos los aspectos de la vida cristiana. Ella ha sido la primera redimida, la mejor redimida. Inmaculada desde el comienzo, madre virginal del Redentor, terminado el curso de su vida terrena fue elevada al cielo en cuerpo y alma, fue trasplantada como una flor preciosa, con tierra y todo, hasta la patria celestial.

29/05/14 3:30 PM


Coincide el final del mes de mayo con la fiesta de la Ascensión del Señor. Y a lo largo del mes de mayo está presente de manera especial María, la madre de Dios y madre nuestra. Ella nos acompaña en el camino de la vida para llevarnos al cielo, a la patria donde Dios nos ha preparado el gozo eterno de los santos.

La Ascensión del Señor consiste en que Jesús, después de cuarenta días apareciéndose a sus discípulos para mostrarles que estaba vivo, que había resucitado, subió al cielo delante de sus ojos hasta que desapareció de su vista. Ese cuerpo glorioso, animado por un alma humana como la nuestra, ha ido a la gloria con el Padre, indicándonos al mismo tiempo cuál es la meta y cuál es el camino. La meta es Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que nos ha preparado el hogar del cielo para hacernos felices con él para siempre. El camino es la santa humanidad de Cristo, como puente y escalera que Dios nos ha dado a toda la humanidad para que pasando por él lleguemos a la meta.

La Ascensión del Señor es el culmen de una vida y de una misión. El Hijo, enviado por el Padre, ha venido a la tierra para llevarse consigo a la humanidad cautiva, liberándola de los lazos de muerte que la atan y otorgándola la libertad de los hijos de Dios. Y elevado al cielo, nos enviará el Espíritu Santo, que hace posible esa libertad desde dentro de nuestro corazón. Jesús no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino para prepararnos un sitio y tirar de nosotros hacia arriba. Ese itinerario ascendente nos muestra que estamos llamados al cielo, y esa esperanza nos sostiene en la construcción de un mundo nuevo, en el que reine la justicia y la paz entre todos los hombres.

En la Ascensión del Señor estamos llamados a elevarnos de nivel, pero no porque nosotros subimos un escalón más, sino porque somos elevados por la fuerza del Espíritu a niveles inimaginables, con tal de que no impidamos con el peso de nuestra culpas ese vuelo hacia arriba.

En ese camino de ascensión, María nos precede, como en todos los aspectos de la vida cristiana. Ella ha sido la primera redimida, la mejor redimida. Inmaculada desde el comienzo, madre virginal del Redentor, terminado el curso de su vida terrena fue elevada al cielo en cuerpo y alma, fue trasplantada como una flor preciosa, con tierra y todo, hasta la patria celestial. En ella vemos cómo su elevación al cielo ha sido obra del Espíritu en ella, por eso hablamos de asunción. Y en ella vemos nuestro propio destino, que no consiste sólo en ir al cielo, sino en ir al cielo con todo nuestro ser, alma y cuerpo.

La fiesta de la Ascensión del Señor tiene su cumplimiento en la fiesta de la Asunción de María (15 de agosto). Una vez más, él y ella van inseparablemente unidos desde aquel momento culminante de la Encarnación, que unió a los dos para siempre. El misterio de María se entiende a la luz del misterio de Cristo, y el misterio de Cristo se entiende mejor cuando lo vemos cumplido en María, como primicia de lo que Dios va a realizar en cada uno de nosotros.

«¡Al cielo con ella!» es el grito del capataz que manda en un paso de palio, y todos a una levantan a la madre de Dios. En estos días, este grito se hace realidad en nuestras vidas. No somos nosotros quienes levantan a María, es ella la que nos levanta con la fuerza atrayente de su asunción. Pero en el origen está Jesús que, con su poder divino, ha ascendido al cielo, mostrándonos a todos el camino y la meta: con él y hasta la gloria que Dios nos tiene preparada. «Al cielo con ella!» es un nuevo estímulo en este final de mayo para celebrar la Ascensión del Señor, situándonos con Jesús en la gloria, desde donde vivimos nuestra vida terrena, todavía sometida a las pruebas de esta etapa.

El pensamiento del cielo no como una utopía inalcanzable, sino como una realidad que nos espera, es el mejor estímulo para seguir caminando con esperanza, es la mejor fuerza para superar las dificultades de la vida, incluida la muerte, porque en el cielo nos espera Jesús y nos espera siempre nuestra madre María.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba