29.05.14

Rafaela y el nuevo alcalde

A las 10:24 AM, por Jorge
Categorías : Señora Rafaela

 

El pleno municipal se presentaba movidito. Tras unos cuantos chanchullos del partido ahora el alcalde era Tomás, el de la mina. Después de unos años fuera del pueblo trabajando en la minería asturiana, de ahí el apodo, regresó prejubilado y con un cierto caché de conocer y saber. Sindicalista de joven, y experto en todas las reivindicaciones, rápido fue pescado por la izquierda del municipio primero como concejal y, cosas de la vida, ahora alcalde y de rebote.

Primer pleno municipal. Rafaela, mientras tomaba su manzanilla en el bar de la esquina, echó un vistazo al orden del día. Normal, normal, esto también… hasta que llegó al punto siete: “revisión de IBI y demás exenciones a la parroquia”. La parroquia, tradicionalmente, no solo no pagaba el IBI según marca la ley, sino que también estaba exenta de la tasa de basuras, vado y otras tasas municipales. Incluso los arreglos de las campanas se pagaban a medias entre parroquia y ayuntamiento. Costumbres.

El día del pleno Rafaela no varió sus planes. Como siempre, primera fila. Hasta el punto siete todo más o menos según lo previsto. Pero llegó el siete… y Tomás fue implacable: se acabaron las exenciones y las ayudas, la parroquia en su casa y necesidad de permiso previo para procesiones y cualquier otra actividad pública. La gente callada. Habían venido de otros pueblos, y entre ellos Juan el gordo y Manolo, el tumbamulas. Mejor cuidado.

Tímidamente todos los concejales fueron levantando su brazo a favor de la propuesta. Todos menos Agustina, pero de nada sirvió.

A la mañana siguiente, cuando Tomás el de la mina se dirigía al ayuntamiento descubrió que a la puerta formaban cola no menos de veinticinco o treinta personas con sus bolsas en la mano. Al frente, Rafaela. ¡Rafaela! –exclamó Tomás- ¿se puede saber qué leches es todo esto?

Pues que tienes razón, alcalde. Y que ya está bien de privilegios de la parroquia en el pueblo. Mira, el mayor privilegio que tenemos es el de dar comida todas las semanas a este montón de gente. Pero tienes razón, cada cual a lo suyo. Nosotros, en la parroquia, a rezar y a nuestros santos, como bien dices, y las cosas del pueblo mejor vosotros. Así que les he dicho a todos estos que desde hoy la comida y lo que necesiten mejor en el ayuntamiento. Ahí los tienes.

Tomás se fue poniendo rojo de ira por momentos. Eran veinticinco familias con las bolsas vacías. Entre otras, su prima Engracia, la viuda, con un chiquillo de dos años asido al cuello.

Solo me faltaba esto hoy, gritó el alcalde. ¿No sabes que anoche se murió de repente mi cuñado Francisco? ¿Cuándo pensáis tocar las campanas? Pues de eso también quería hablarte. Que dice el señor cura que está de acuerdo con lo de anoche en el ayuntamiento, que mejor todo separado y las cosas en su sitio, y que para mejor entenderse con las autoridades municipales ha decidido que no toca las campanas a no ser con un permiso escrito de la alcaldía. Y que si me puedes hacer otro para que esta tarde pueda acercarse revestido a casa de Francisco y llevar su cuerpo a la iglesia y al cementerio como siempre se hizo entre cristianos.

Déjate en paz de papeles, demonio de mujer, respondió Tomás a Rafaela, con las venas del cuello a punto de estallar. Toca las campanas y esta tarde el entierro como siempre. Dice don Jesús que sin papel nada de nada. Veinticinco testigos tienes delante de que hay permiso para tocar y enterrar siempre que haga falta. ¿Hace falta más?

Vale, vale… Me voy a tocar las campanas. Y aquí se le quedan estos, ya les he dicho que seguramente desde hoy recibirán ración especial.