26.06.14

¿El regreso de la esclavitud? –y 4

A las 12:11 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Libros

Reseña del libro: Hilaire Belloc, El Estado Servil, La Espiga de Oro, Buenos Aires, 1945; traducción de la tercera edición del original inglés: The Servile State.

En la Sección IX, Belloc pretende demostrar que la transformación del Estado capitalista en el Estado servil ya estaba en marcha en la Gran Bretaña de su época. Sostiene que la manifestación del Estado servil en las leyes será de dos tipos: a) leyes que obliguen al proletario a trabajar; b) operaciones financieras que remachen con más fuerza el dominio de los capitalistas sobre la sociedad.

Con respecto al punto a), el autor lo encuentra ya actuando en disposiciones tales como la Ley de Seguros, los proyectos de Arbitraje Obligatorio, la imposición de convenios colectivos y el establecimiento de Colonias de Trabajo para los que no pueden conseguir empleo.

Con respecto al punto b), el autor afirma que los experimentos de “socialización” de medios de producción a nivel municipal o nacional han acrecentado ya y siguen acrecentando la subordinación de la sociedad a los capitalistas.

Al final de la Conclusión del libro, Belloc afirma lo siguiente: “Mi convicción de que el restablecimiento del status servil en la sociedad industrial ha entrado a regir ya entre nosotros no me lleva a ningún vaticinio endeble y mecánico de lo que será el futuro de Europa. La fuerza de la que he estado hablando no es la única fuerza en juego. Existe un complicado nudo de fuerzas en el substrato de todas las naciones que fueron cristianas; un rescoldo del fuego antiguo. (…)

No afirmo yo que este factor segundo en el desenvolvimiento futuro, vale decir la presencia de sociedades libres, destruirá la tendencia al Estado servil en todas partes; pero creo que la modificará, sin duda, mediante el ejemplo, y quizás atacándola directamente. Y como en general tengo la esperanza de que la Fe recobrará su lugar íntimo y orientador en el corazón de Europa, creo que este retroceso a nuestro paganismo originario (pues no otra cosa es la tendencia al Estado servil) será en su oportunidad contenido y enderezado en sentido contrario.

Videat Deus.” (pp. 188-189).


Habiendo presentado sintéticamente el contenido del libro, me toca ahora dar mi opinión sobre esta original y sorprendente obra de Belloc. Comenzaré indicando algunas de sus fortalezas.

En primer lugar, opino que Belloc corrige la visión marxista de la historia económica, ampliamente difundida incluso hoy. El esquema marxista afirma que las principales etapas sucesivas de esa historia fueron la esclavitud antigua, el feudalismo medieval y el capitalismo moderno y contemporáneo. En cambio, Belloc subraya que las grandes transformaciones económicas y sociales de la Cristiandad Medieval no sólo llevaron a la sustitución del antiguo régimen servil por el régimen feudal, sino que continuaron hasta producir, a fines de la Edad Media, un Estado distributivo, en el que la mayoría de las familias poseían medios de producción. Desde esta perspectiva histórica, el posterior surgimiento y triunfo del capitalismo se ve como una inversión del proceso medieval hacia una mayor distribución de la propiedad.

En segundo lugar, nuestro autor nos ayuda a comprender que el capitalismo y el colectivismo no están tan distantes entre sí como parece a primera vista. Yo lo explicaría de la siguiente forma: el ideal distributista (que es el ideal propio del sentido común de la gente corriente, no ideologizada) es una sociedad en la que el 100% de los ciudadanos adultos o de las familias poseen medios de producción. En cambio, el ideal colectivista es que ese porcentaje sea del 0% y que el Estado monopolice todos los medios de producción. Pues bien, en la realidad de las sociedades capitalistas, ese porcentaje es quizás del orden del 5 o 10%; o sea que, desde este punto de vista de importancia fundamental, la realidad del capitalismo está mucho más cerca del ideal colectivista que del ideal distributista.

Consideremos ahora las principales debilidades de “El Estado servil”.

En primer lugar, parece claro que Belloc sobreestimó la inestabilidad del capitalismo. 101 años después de la primera edición de “The Servile State”, el capitalismo continúa “vivo y coleando”. En defensa de la tesis de Belloc, se podría argumentar que el capitalismo actual es muy distinto del “capitalismo salvaje” del siglo XIX y principios del siglo XX y que este último era realmente inestable. Sin embargo, es preciso reconocer que las reformas del sistema capitalista no han traído consigo el restablecimiento del Estado servil, sino algo en principio muy diferente: el Estado de bienestar. Con todo, cabría que nos preguntáramos si, retomando la tesis de Belloc, el Estado de bienestar no podría ser una etapa intermedia de un proceso más largo de regreso a la esclavitud. Se trata de una pregunta inquietante.

Recordemos que la “nueva esclavitud”, tal como la define Belloc, no sería una simple reedición de la esclavitud de la Antigüedad pagana, cuando se consideraba y trataba al esclavo como una cosa, un bien del amo semejante a sus otros bienes (tierras, ganado, herramientas, etc.). La “nueva esclavitud” estaría determinada por la noción de “trabajo legalmente obligatorio”. Un proletario es un esclavo, según Belloc, sólo si la ley positiva lo obliga a trabajar como asalariado de un capitalista.

¿Estamos hoy en esa situación? Considerando estrictamente la noción de “obligación legal”, yo diría que no, porque en general los trabajadores pueden renunciar a su trabajo y… atenerse a las consecuencias. Ahora bien, las consecuencias suelen ser tan duras que muchos trabajadores no podrán o no querrán afrontarlas. En ese sentido menos preciso de “esclavitud” (equivalente a “opresión”), podría decirse que muchos trabajadores viven hoy una especie de esclavitud.

Por otra parte, la tendencia hacia el Estado de bienestar encaja bastante bien en uno de los pronósticos de Belloc: me refiero a la sustitución del objetivo original del reformador socialista (la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción) por el de una limitación de la libertad a cambio de mayor seguridad. Esta segunda vía, que se suele caracterizar como “socialdemócrata” (recordemos que la social-democracia tiene orígenes marxistas), ha sido sin embargo apoyada con entusiasmo por muchas otras corrientes de opinión, incluyendo a la democracia cristiana. El problema de esta vía es que, en su afán de construir una organización social basada en el principio de solidaridad, a menudo descuida o rechaza el otro gran principio de la doctrina social católica: la subsidiariedad. En otras palabras, el Estado de bienestar tiende a convertirse en un gigante hipertrofiado que, con su bosque siempre creciente de poderes y regulaciones, atenta contra la libertad y la iniciativa de los ciudadanos, las familias, las empresas (sobre todo las pequeñas) y las asociaciones intermedias. No cuesta demasiado descubrir algunos aspectos del “lado oscuro” de esta situación aparentemente tan positiva. Nótese, por ejemplo, la dura persecución de algunos Estados europeos (tan “democráticos” y “avanzados”) contra las familias de homeschoolers. El moderno “Estado de bienestar” (relativista y secularista) es un Leviatán con un cerebro pequeño, que tiende a confundir, por ejemplo, una inofensiva palmada en las nalgas con las peores formas de violencia y de abuso infantil. Se podría multiplicar los ejemplos que muestran que la libertad del actual ciudadano común es bastante más limitada de lo que parece.

La otra debilidad principal de esta obra de Belloc es su subestimación de la factibilidad del Estado colectivista. Belloc escribió estas palabras (comprensibles en la primera edición de 1913, pero menos justificables en la tercera edición, de 1927, diez años después de la Revolución bolchevique en Rusia): “No puedo creer que ese colectivismo teórico que está hoy día fracasando tan manifiestamente haya de informar jamás una sociedad real y viviente” (p. 188). No obstante, el colectivismo se implantó íntegramente en la Unión Soviética y otras naciones comunistas. El lado bueno de este error de Belloc es que el carácter antinatural del colectivismo (que llevó a Belloc a considerarlo inviable) lo volvió tan frágil que lo llevó a su casi desaparición en 1989-1991.

“El Estado servil” de Belloc ha sido apreciado por autores de tendencias muy disímiles. George Orwell, socialista, autor de la novela distópica “1984” y de la novela satírica “Rebelión en la granja”, dijo que Belloc había predicho con notable perspicacia los acontecimientos de los años ’30. Kenneth Minogue, conservador, se inspiró en “El Estado servil” para escribir su obra “La mente servil”. Friedrich von Hayek, liberal, elogió la verdad de las predicciones de Belloc en su libro “Camino de servidumbre”. Véase: http://en.wikipedia.org/wiki/The_Servile_State

Pienso que la escena final de “Rebelión en la granja” ilustra una posibilidad muy cercana a la tesis de Belloc. Los cerdos (los líderes de la revolución de los animales de la granja) se reúnen con los hombres (los capitalistas). Ambas partes llegan a un acuerdo amistoso, pero perjudicial para los demás animales, que siguen siendo tan explotados como antes. Más aún, cerdos y hombres se transforman tanto que ya no es posible distinguir entre ellos. La actual alianza entre las grandes empresas y el “gran gobierno”, que conlleva varias consecuencias opresivas para el ciudadano corriente, no parece estar tan lejos de ese resultado final del intento revolucionario. (Fin).

Daniel Iglesias Grèzes