2.07.14

Maestros de la música sacra. Jules van Nuffel

A las 11:26 PM, por Raúl del Toro
Categorías : General

 

Pasados los fragores del final de curso, he pensado iniciar una serie de artículos sobre diversos maestros de la música sacra. Como suele decirse, si se tercia quizá interrumpa alguna vez la serie para tratar otros temas, pero siempre con la intención de continuar más adelante.

Deseo comenzar con un compositor muy poco conocido: el belga Jules van Nuffel (1883-1953). Su nombre suena muy poco fuera de ambientes corales, y es llamativamente difícil encontrar información detallada sobre su vida y obra.

Jules van Nuffel nació en la localidad de Hemiksem, en la provincia de Amberes. Cursó los estudios conducentes al sacerdocio en el Seminario de Malinas, además de piano, violín, órgano, armonía y contrapunto. Desde 1918 fue director del Instituto Lemmens de la ciudad de Leuven, fundado por este gran organista belga que hoy da nombre al instituto, y que espero traer a esta serie de artículos en fechas próximas.

Cuando Van Nuffel accedió al cargo de chantre (responsable del coro) de la catedral de San Rumoldo de Malinas, se encontró con un panorama desolador en lo tocante a la música litúrgica.

La antigua colegiata de San Rumoldo, fundada hacia el 992, había contado  lo largo de los siglos entre sus canónigos a relevantes músicos, como es el caso de Johannes Augustini de Passagio, tenor de la corte borgoñona durante el siglo XV. Además, en esta catedral está documentada la interpretación de música polifónica en fecha tan temprana como 1313-14, cuando “tres cantores” cantaron ante el obispo de Cambray. Su capilla de música había llegado a contar en sus mejores tiempos con doce cantores fijos (cuatro tenores, cuatro bajos y cuatro contratenores), además de los niños de coro pertenecientes a la escolanía catedralicia, allí llamada Sanghuys, que solían ser alrededor de diez. Como curiosidad citemos que entre estos niños de coro de la catedral de Malinas estuvo Louis van Beethoven (1712-1773), abuelo del celebérrimo compositor alemán. Por otra parte, en el siglo XVI la catedral de Malinas contó entre sus chantres con importantes compositores como Jean Richafort (1507) o Nicolas Rogier (1585). Pero esta brillante trayectoria quedó al parecer totalmente arruinada  desde los últimos años del siglo XVIII.

La catedral de Malinas tuvo que esperar a la llegada de Jules van Nuffel para conocer un  resurgimiento de su música sacra, que se consiguió con la fundación de un coro que van Nuffel dirigió con gran éxito y fama hasta 1949. Contó además con la colaboración en la misma catedral del afamado organista Flor Peeters (1903-1986), quien comenzó a ejercer de organista asistente en 1923 y fue nombrado organista titular en 1925.

Cuando Jules van Nuffel se hizo cargo de la música en la catedral de Malinas, las cosas habían cambiado mucho desde los tiempos gloriosos de los polifonistas.

Históricamente, al menos desde la época de San Gregorio Magno, la música sacra había corrido en gran parte a cargo de cantores especializados, más o menos numerosos según la importancia y medios de cada iglesia. Cuando desde finales del siglo XVIII van triunfando los regímenes liberales nacidos de las sucesivas revoluciones, los nuevos gobernantes y las élites intelectuales bajo cuya influencia ejercen el poder ya no juzgan importante el culto público debido a Dios, tributado mediante la liturgia de la Iglesia con la solemnidad y esplendor proporcionados a tal alto fin. Prefieren más bien satisfacer los deseos e intereses de la nueva burguesía. En consecuencia, el oficio más destacado para un músico de tecla ya no es la organistía de alguna iglesia o catedral, sino ser llamado para tocar el piano en los salones más distinguidos de la alta sociedad, o comparecer como intérprete virtuoso, cual héroe prometeico, ante el público burgués congregado en las salas de conciertos. Ahí tenemos por ejemplo a Beethoven, el nieto del cantor catedralicio de Malinas, dedicando sus sonatas a los diversos aristócratas de quienes podía depender su sustento. Por su parte las capillas de música, históricos focos de la enseñanza, la interpretación y la composición de la música, languidecen en beneficio de las nuevas orquestas que fundan y sostienen las asociaciones burguesas o el mismo poder civil.

Es en este contexto cuando va surgiendo un fenómeno que hemos conocido con gran fuerza todavía hace unos años, al menos en estas tierras del norte de España desde las que escribo: el movimiento coral popular en la música litúrgica, como fenómeno distinto de los tradicionales coros eclesiásticos compuestos por cantores profesionales. Es en este fenómeno coral popular en el que hay que situar la música de Jules van Nuffel.

Muchos de los lectores, sobre todo los de cierta edad y que hayan tenido algún contacto con la música sacra, recordarán sin duda los nombres de Lorenzo Perosi, Oreste Ravanello, Licinio Refice, Raffaele Casimiri, etc. Todos estos músicos vivieron, como Jules van Nuffel, a caballo entre los siglos XIX y XX, y tuvieron el encargo histórico de traducir a la práctica las indicaciones del motu proprio de San Pío X, en un momento en que las tradicionales estructuras musicales de la Iglesia habían recibido ya el golpe de gracia. Compusieron una música polifónica sobria y solemne, inspirada en los modelos polifónicos clásicos, pero de más fácil interpretación. Sus destinatarios principales ya no eran los antiguos cantores elegidos mediante oposición, sino las scholae cantorum compuestas por los alumnos niños y mayores de los seminarios, así como los coros populares que se organizaron en tantas iglesias de pueblos y ciudades.

Estas nuevas realidades se diferenciaban de las antiguas capillas de música en el mayor número de cantores y su menor cualificación musical. Dado que tampoco había ya instrumentistas, el órgano era el único sustento de las voces y no siempre en manos expertas, por lo que los acompañamientos no debían ser demasiado difíciles de tocar.

Jules van Nuffel responde a este estado de cosas y su obra comparte aspectos con la de los autores antes citados. Su particularidad estriba en que su lenguaje musical es mucho más rico y variado, y en que el papel del órgano acompañante es de mayor importancia y dificultad técnica.

La música sacra de Nuffel, como está mandado, pronuncia el texto con nitidez, a través de líneas melódicas sobrias y serenas aún en medio de la grandiosidad. Se perciben también influencias gregorianas, tanto en lo suave de la evolución melódica como en la forma de formular las cadencias o finales de frase musical.

La dificultad técnica de la música de Jules van Nuffel, aun estando concebida para coros no profesionales, es bastante mayor que la de sus contemporáneos mencionados más arriba. Seguramente esto se deba al alto nivel que consiguió en su coro de la catedral de Malinas.

la verdadera música sacra, una vez cumplida la innegociable exigencia de calidad artística, puede presentar diferentes afectos. Puede ser serena y contemplativa, como el canto gregoriano tal y como estamos acostumbrados a oírlo, y como otros tantos buenos ejemplos de música sagrada. Pero puede resultar también apabullantemente grandiosa en su expresión de la majestad divina de Jesucristo exaltado en los cielos, verdadero y sumo Sacerdote de la acción litúrgica. Esta segunda modalidad es la que prevalece en el sobrecogedor motete Statuit ei Dominus para coro y órgano que les invito a escuchar a continuación.

El texto corresponde al introito del común de mártires pontífices, que en el rito romano tradicional también pertenece al común de confesores pontífices. El texto del introito está tomado de Eclesiástico 45, 30; y el versículo del salmo 131.

Este motete presenta una particularidad respecto al modelo litúrgico: Después de que, tras el versículo, se repita el cuerpo del introito (repetición polifónica en lugar del poderoso unísono inicial), y antes del grandioso Alleluia final, se añade una cita del salmo 109: Tú eres sacerdote eterno.

En el vídeo la pieza aparece interpretada dentro del contexto de un concierto. Pero hay que tener en cuenta que, en principio, su destino es el introito de una misa. Su duración (alrededor de 7 minutos) puede llamar la atención hoy en día, pero hay que tener en cuenta que en el rito romano tradicional, para el que fue concebida la pieza, el rito de entrada es más largo y complejo que en el Novus Ordo.

En el rito tradicional el preste dice al pie del altar las oraciones iniciales que incluyen el salmo 42 con la famosa antífona Introibo ad altare Dei, el Confiteor recitado primero por el preste y luego por los ministros, etc. También, si ha lugar, se lleva a cabo la incensación del altar. Mientras todo ello ocurre el coro va cantando el introito, o, si no hay cantores capaces, suena el órgano solo, hasta enlazar directamente con el canto de los Kyries. En una celebración según el Novus Ordo, para no detener el desarrollo del culto, la interpretación de una pieza de estas dimensiones requeriría de una gran procesión de entrada y una prolongada incensación. Les sugiero tener estos posibles contextos en mente a la hora de escuchar esta hermosísima pieza.

 
Statuit éi Dóminus testaméntum pácis, El Señor estableció con él una alianza de paz,
Et príncipem fécit éum:    Y lo hizo príncipe;
Ut sit ílli sacerdótii dígnitas in aetérnum. Para que tuviese la dignidad del sacerdocio eternamente.
   
Ps 131: Meménto Dómine Dávid: Acuérdate, Señor, de David,
Et ómnis mansuetúdinis éius. Y de toda su mansedumbre.
   
Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto, Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
   
Statuit éi Dóminus testaméntum pácis, El Señor estableció con él una alianza de paz,
Et príncipem fécit éum:    Y lo hizo príncipe;
Ut sit ílli sacerdótii dígnitas in aetérnum. Para que tuviese la dignidad del sacerdocio eternamente.
   
Tu es sacérdos in aetérnum. Tú eres sacerdote eterno.
Alleluia. Aleluya.

 

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