4.07.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

¿Se relacionan la Fe y la Verdad?

Fe y verdad
“23. Si no creéis, no comprenderéis (cf. Is 7,9). La versión griega de la Biblia hebrea, la traducción de los Setenta realizada en Alejandría de Egipto, traduce así las palabras del profeta Isaías al rey Acaz. De este modo, la cuestión del conocimiento de la verdad se colocaba en el centro de la fe. Pero en el texto hebreo leemos de modo diferente. Aquí, el profeta dice al rey: ‘Si no creéis, no subsistiréis’. Se trata de un juego de palabras con dos formas del verbo ’amán: ‘creéis’ (ta’aminu), y ‘subsistiréis’ (te’amenu). Amedrentado por la fuerza de sus enemigos, el rey busca la seguridad de una alianza con el gran imperio de Asiria. El profeta le invita entonces a fiarse únicamente de la verdadera roca que no vacila, del Dios de Israel. Puesto que Dios es fiable, es razonable tener fe en él, cimentar la propia seguridad sobre su Palabra. Es este el Dios al que Isaías llamará más adelante dos veces ‘el Dios del Amén’ (Is 65,16), fundamento indestructible de fidelidad a la alianza. Se podría pensar que la versión griega de la Biblia, al traducir ‘subsistir’ por ‘comprender’, ha hecho un cambio profundo del sentido del texto, pasando de la noción bíblica de confianza en Dios a la griega de comprensión. Sin embargo, esta traducción, que aceptaba ciertamente el diálogo con la cultura helenista, no es ajena a la dinámica profunda del texto hebreo. En efecto, la subsistencia que Isaías promete al rey pasa por la comprensión de la acción de Dios y de la unidad que él confiere a la vida del hombre y a la historia del pueblo. El profeta invita a comprender las vías del Señor, descubriendo en la fidelidad de Dios el plan de sabiduría que gobierna los siglos. San Agustín ha hecho una síntesis de ‘comprender’ y ‘subsistir’ en sus Confesiones, cuando habla de fiarse de la verdad para mantenerse en pie: ‘Me estabilizaré y consolidaré en ti […], en tu verdad’. Por el contexto sabemos que san Agustín quiere mostrar cómo esta verdad fidedigna de Dios, según aparece en la Biblia, es su presencia fiel a lo largo de la historia, su capacidad de mantener unidos los tiempos, recogiendo la dispersión de los días del hombre.
24. Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. Si la fe fuese eso, el rey Acaz tendría razón en no jugarse su vida y la integridad de su reino por una emoción. En cambio, gracias a su unión intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey, porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a sus promesas.

25. Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por otra parte, estarían después las verdades del individuo, que consisten en la autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir al bien común. La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. En esta perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta arrollar a quien no comparte las propias creencias. A este respecto, podemos hablar de un gran olvido en nuestro mundo contemporáneo. En efecto, la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro ‘yo’ pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común.

Lumen fidei

¿Qué es la verdad?

Esta pregunta se la hace el Gobernador Pilato a Jesús poco antes de enviarlo a una muerte segura. Aquel hombre, pagano, no conocía la Verdad y, por tanto, preguntaba acerca de ella. Pensemos, incluso, que tenía voluntad, al menos curiosidad, por saber qué era.

Pero Jesús sabe que la Verdad es Dios. Y eso, siendo Él mismo el Creador hecho hombre (bien que lo sabía el Mesías) era bien cierto que Él mismo era la Verdad, aquella que Pilato no conocía. Y, luego, la Verdad, a partir de los Evangelios, pasó a formar parte del devenir de la humanidad.

Pues bien, al respecto de la verdad evangélica, en el Mensaje para la Jornada Misionera Mundial, celebrado el 20 de octubre de 2003, dijo el Papa Francisco que

“A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad”.

Para corroborar las palabras de Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (80) cuando escribió que

“Sería… un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad.y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer… es un homenaje a esta libertad”.

Por otra parte, en una carta abierta a Eugenio Scalfari, a la sazón fundador del diario “La Repubblica”, dice, en un momento determinado el Papa Francisco que

“La verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios por nosotros en Jesucristo y por tanto la verdad es una relación”.

Y que

“Cada uno recibe la verdad y la expresa a partir de si mismo, de su historia, de su cultura y de la situación en dónde vive”.

Sabemos, pues, que la Verdad es una y que es Cristo, que es Dios y que es Espíritu Santo. Sin embargo, como es lógico entender, cada cual la recibe según sus propias circunstancias y situaciones personales.

Y es que buscar la Verdad no es cosa de poca importancia sino, al contrario, lo más importante que el ser humano puede hacer. Por eso el número 2 de la Declaración “Dignitatis humanae” (sobre la libertad religiosa) nos dice que

“Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido”.

Al respecto del sentido primordial de Verdad, y de lo que eso significa para el ser humano y más aún para el creyente, el Papa Francisco, en estos 3 números de su Lf nos aboca a pensar, pues es cierto, que Verdad y Fe tienen una relación tan directa que no se puede entender una sin la otra o una sin tenerla en cuenta desde la otra.

En realidad, tener fe supone comprender lo que significa Dios, la Verdad, en la vida de cada uno de sus hijos; supone, también, subsistir pues aceptando, a través de la fe, la Verdad, quien eso hace se acerca a su salvación eterna pues podemos decir, a tenor de lo escrito por el Santo Padre, que el hombre “tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante”.

Y, sin embargo, ¿el mundo de hoy acepta la Verdad tal como es o se crea sus propias y pequeñas verdades?

Hace, el Papa Francisco, una disección clara de la situación por la que atraviesa el ser humano hoy día.

La verdad no es la Verdad o, lo que es lo mismo, la verdad es una, así, en minúscula. Lo es, primero porque no está centrada en Dios, la verdadera Verdad; segundo, porque es una verdad subjetiva, pegada a la voluntad de cada cual y, por tanto relativista. Además, por si eso no fuera, ya, suficientemente, distorsionador del sentido de Verdad, se asiente en lo tecnológico y, al fin y al cabo, en lo puramente pragmático pues está tocado por el aguijón mortal que sostiene que sólo se puede creer aquello que se puede, en efecto, “manipular” y Dios, como sabemos, no es, por decirlo así, “tangible. La Verdad, pues, no puede ser aceptada por quien hace ostentar, en su vida, al primacía de lo caduco y perecedero que son dos características que no se avienen, para nada, con Dios, Verdad Única y Eterna.

¿Cuál, pues, es la causa de todo esto?

Sostiene el Papa Francisco que debido a la relación, ya citada arriba, existente entre Verdad y Fe, es la crisis de la última de ellas la que causa, la que ocasiona y la que da lugar a que la Verdad se tenga por algo arcaico y pasado de moda.

Y así, claro, le va la cosa al hombre.

Eleuterio Fernández Guzmán