Darlo todo por amor a Cristo

Los empresarios también pueden ser santos

 

Él era un empresario industrial que se consolidó en el boom económico de Italia a fines de la década de los cincuenta. También un hombre generoso, respetado por todos en Milán (Italia). Pero en algún momento de su vida, nada de eso fue suficiente: sentía que Dios le estaba pidiendo algo más. Por ello decidió venderlo todo para construir un hospital en el Amazonas e ir a pasar allí el resto de sus días, pobre entre los pobres.

13/07/14 11:07 AM


(Portaluz/InfoCatólica) Un empresario que se atrevió a dar un sí total a Cristo. Laico, misionero, de nuestro tiempo, camino a los altares.

Así se resume la vibrante historia del empresario Marcello Candia, reconocido oficialmente como venerable por la Iglesia Católica. La oficina de prensa del Vaticano, anunció este 9 de julio que el Papa Francisco autorizó el decreto que reconoce las virtudes heroicas de Candia, junto con las de otros seis siervos de Dios. Avanza así la causa de beatificación de este gran misionero laico del siglo XX, que comenzó a ser alentada en Milán por el cardenal Carlo Maria Martini en 1991.

Marcello nació en Portici en 1916 como hijo del doctor Camillo Candia, gestor en Italia de la producción industrial de ácido carbónico (usos industriales en bebidas, hielo seco, laboratorios u hospitales, entre otros).

Un emprendedor enamorado de Cristo

Con estudios en química adquiridos en Milán se preparó Marcello para seguir los pasos de su padre. Se forjó en los difíciles años de la reconstrucción económica de Italia tras las guerras mundiales y a la par que obtenía éxitos con sus empresas, maduraba su participación en múltiples obras benéficas.

Tenía especial cariño y preocupación por los misioneros. Pero el punto de inflexión en su historia llegaría sólo en los años cincuenta, cuando durante un viaje a Brasil, conoció al padre Arístide Pirovano, misionero del PIME (Pontificio Instituto para Misiones Extranjeras) y obispo de Amapà (Amazonía de Brasil, frontera con Guayana Francesa). Junto a él conoció en profundidad a los pobres que habitan el corazón de la Amazonía y al reconocer el rostro de Cristo sufriente en ellos, decidió vender todos sus bienes para construir un hospital en Macapà que estuviera al servicio de esos hijos de Dios abandonados por el Estado.

Las obras se iniciaron en 1961, pero Marcello tuvo que esperar otros cuatro años antes de partir a Brasil… un grave incendio en sus industrias afincadas en Italia lo habían casi arruinado. No sólo el proyecto en Brasil peligraba, sino también la subsistencia de sus trabajadores y sus familias italianos. Podría igual haber financiado su anhelo vendiendo todo, pero empoderado en una ética cristiana, el empresario Candia no se iría hasta solucionarlo todo.

Viviendo con los pobres de los pobres

En Brasil siguió siempre los consejos que le dio el entonces cardenal arzobispo Giovanni Battista Montini: «Haz todo de tal forma que no seas necesario». Por ello cedió a los Camilianos el gran hospital que había construido, porque no debía siquiera suponerse que aquello era su nueva empresa.

De sí mismo decía: «Me basta el Bautismo para ser un misionero»… Un bautismo que le llevó a preferir los suburbios más extremos. Así, cuando el hospital en Macapà entró en contacto con el drama de los leprosos, que hasta ese instante eran marginados sociales, se fue a vivir en medio de ellos en Marituba. Y se embarcó allí en un nuevo proyecto: transformar esa que calificó como «antesala del infierno» en un lugar de dignidad para los hijos de Dios. Fue en Marituba, con sus leprosos, que en 1981 tuvieron la alegría de recibir la visita del hoy santo Papa Juan Pablo II.

Marcello Candia fue llevado a Italia cuando ya estaba gravemente enfermo donde murió a las pocas semanas el 31 de agosto de 1983.

Camino de santidad

Desde entonces hasta hoy ya muchos conocen en Italia el testimonio de amor a Cristo vivido por Marcello, especialmente por el libro «El que era rico» de Giorgio Torelli publicado a finales de los años setenta. «Argumentan que las opciones para el progreso deben ser sólo y siempre políticas, no de los individuos»-dice Candia en el libro, refiriéndose al clima que enfrentó en sus años de empresario y misionero-. Y entonces yo respondo: de acuerdo, pero esa afirmación habla de una inteligencia que yo no tengo. Yo sólo sé hacer una cosa, quizás es un eventual talento: arrodillarme ante quien reconozco como mi hermano. Permítanme hacerlo, mientras maduran sus acciones políticas. Mi hermano necesita hoy, no puede esperar. Junto a ese hombre espero por usted».

«El Señor -continuó Candia en esa entrevista que el libro reseña- me dio a entender en profundidad el Evangelio cuando lo leí en la Amazonía. En Italia ya lo había leído muchas veces, pero aquí finalmente comprendí bien la frase del Señor: «Lo qué hiciste a uno de estos pequeñitos me lo haces a mí». Así que si usted me pregunta si lo que damos es lo que recibimos… Debo decir que es mucho más lo que recibimos, porque aquí –como nunca antes en mi vida- he comprendido el Evangelio».