15.07.14

Un amigo de Lolo – Santa y necesaria humildad

A las 12:04 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Santa y necesaria humildad

“La humildad es como los olvidados guijarros del camino, que la luz los busca y ellos responden con un alegre reflejo”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (460)

¿Qué somos ante el mundo, ante nuestro prójimo, ante Dios?

Esta pregunta tiene su intríngulis pues de la respuesta que demos nuestra relación con el Creador será de uno o otro cariz. En realidad, además, supone manifestar lo que, al respecto de nuestra fe, somos.

En una ocasión Jesús dijo que era “humilde de corazón”. No lo decía, como sabemos, con falsa modestia sino haciendo uso de su corazón verdadero y siendo la Palabra de Dios su propio Verbo.

Con aquello se ponía, otra vez ejemplo y otra vez Maestro, de lo que debe ser, de lo que debe hacer un discípulo suyo.

Ser de corazón humilde es algo más que una expresión bien expresada o algo bonito que sale de la boca de Dios. Supone vivir de una concreta forma y de una muy veraz forma ser hijo de un tan gran Padre.

Si del corazón salen las obras y, desde él, tanto lo bueno como lo malo que podamos ser o hacer, es bien cierto que también puede emerger aquello que determine que somos hermanos de los hombres y que, por tanto, nos consideramos lo menos posible ante ellos.

No ser humilde es fácil (¡Qué difícil es serlo!) porque nuestra naturaleza pecadora, lastrada por el pecado original y hundida en la fosa por cada daño causado a nuestra propia vida con nuestros haceres o pensares y no confesados, impide siempre que nos demos cuenta de que lo mejor, lo único, que nos conviene, es reconocer lo que somos antes Dios: nada.

¡Nada! Es. eso quizá piensen muchos, demasiado para nuestra soberbia humana. ¿Si no somos nada, qué somos entonces?

Responder a eso es materia sencilla. Está al alcance de cualquier hijo de Dios que se dé cuenta de lo que eso supone (Dios es nuestro Padre, nuestro Pastor) que no podemos hacer nada sin Cristo y que, por tanto, cualquier alejamiento del Creador no hará más que procurarnos un buen sitio en el Infierno donde van a parar, como sabemos, las buenas intenciones que se quedan en eso.

Pero, en realidad, ser humildes es mucho más que eso (que ya es importante). Ser humildes supone verse pequeños, poca cosa, ante el poder del Todopoderoso. Entonces nos daremos cuenta de que si no somos nada ante Él podemos apreciar que nuestros hermanos los hombres están a nuestra misma altura de situación personal. No abusar, pues, nunca, del miserable “poder” que atesoremos pues Dios, que ve en lo secreto de nuestro corazón, ha de ver muy mal que así actuemos cuando, a su lado somos una simple mota de polvo que sopla con su aliento la hacer perderse.

Ser humildes es, por tanto, saber que lo somos.

No es fácil, como hemos dicho, eso. Sin embargo tampoco es imposible pues, a lo largo de la historia de la salvación, muchos de nuestros hermanos, han podido serlo, han querido serlo y lo han sido. Y se han desprendido de todas las pesadas cargas que el mundo les imponía y han aceptado, con gusto, la de Jesús que es ligera y, además, llevadera porque Él mismo nos acompaña y lleva tal yugo. Así se es humilde.

Ser reflejo, ante nuestros hermanos, de la humildad de Cristo y, por tanto, llevarla a nuestra vida, no es que deba ser un objetivo a conseguir o una meta sino la causa de nuestra existencia y la razón misma de cada proceder que nazca de nuestro corazón. No una casualidad que a veces mostramos, como por azar o porque nos hemos descuidado en nuestro egoísmo sino la manifestación de una razón purificada por la fe.

Ser humildes, ser humildes… y serlo.

Eleuterio Fernández Guzmán