17.07.14

Su Corazón Misericordioso queda deshecho

A las 9:45 AM, por P. Diego Cano
Categorías : Diario de un misionero en Tanzania

Ushetu, Tanzania, 22 de junio de 2014.

Solemnidad de Corpus Christi

Estábamos en que les tenía que escribir la segunda parte del “Kambi” de catecismo. ¿Y porque dividirlo en dos partes?, porque realmente en esa semana se sumaron varias experiencias muy interesantes que trataré de trasmitirles. En esos días, como les contaba, además deatender a los niños de nuestro centro, simultáneamente estaban los niños de las demás aldeas haciendo su curso de catecismo. Por esa razón era interesante poder visitarlos, oportunidad para conocer a los chicos que están en catecismo en las aldeas, y también que me conozcan un poco. A muchos de ellos no les he visitado nunca. Además Filipo, el catequista, me contó que así hacían los Padres Blancos hace mucho tiempo, cuando comenzaron con esta misión. Eso me animó más.

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Así fue que el martes 10 fui a la aldea de Ilomelo, que además es un centro que congrega a otras dos aldeas. De Ilomelo les he hablado en un escrito anterior, esta era mi segunda visita en pocos días. Aprovechamos a hacer la misa de matomolo, ya que como estoy sólo con el trabajo, hay que ahorrar esfuerzos y viajes. El día anterior me llama el catequista y me dice que como los chicos eran pocos, y también los catequistas disponibles, decidieron juntarlos con los de otro centro, que se llama Ubawe, y comenzarían el miércoles 11. Eso significaba que no podría verlos chicos, como era el plan, y aprovechar el viaje, que es bastante largo. Pero en fin, estamos en África, y los planes siempre cambian fácilmente. Sin embargo Dios nos tenía preparadas varias gratas sorpresas.

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Fui a Ilomelo, una gran fiesta estaba organizada. La gente muy feliz, y muy generosa en la entrega de su colaboración de parte de la cosecha para la iglesia. Luego de la bendición de los frutos (maíz, maní, porotos), almorzamos, y fuimos para visitar un enfermo, en la aldea de “Namba tisa”. Era el papá del catequista. Fuimos en auto hasta donde pudimos, y luego caminamos un poco, pasando junto a varias casas que saludaban sorprendidos de ver un padre “mzungu”. Me gustaría poder describirles el entorno de esa casa, y trataré de hacerlo, aunque las fotos pueden completar lo que digo. Llegamos a un patio muy bien barrido y limpio, con cinco pequeñas casas de adobe formando un patio interno, algunas de ellas con techos de chapas y otras de paja.

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Junto a esas casitas habían algunas plantas de papaya, y en el centro del patio dominaba un árbol de mangosárboles que son muy agradables por la sombra tupida que dan, porque crecen muy grandes, y permanecen frondosos en los siete meses de sequía. Había algunas herramientas de trabajo, y como siempre, algunas gallinas que gozan de plena libertad. Fuimos recibidos con una alegría muy grande por la abuela, que inmediatamente nos invita a pasar y sentarnos, como es costumbre aquí, muy parecido a las costumbres del campo en nuestras tierras. Son muy amables y siempre se recibe al “mgeni” (visitante), sea quien sea. Luego de los saludos y otras cosas, en un ambiente realmente alegre, visitamos a Estanislaus, el abuelo que estaba perfectamente consciente, pero imposibilitado de caminar. Todos quisieron estar presentes mientras le administraba la comunión, y en la pequeña habitación rezamos y cantamos todos juntos.

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Luego de esto lo llevo al catequista de regreso a la capilla, porque él había quedado en juntarse con los chicos que tenían que ir al “kambi” a la otra aldea, e ir caminando, pero temprano, para no llegar muy tarde. Pero viendo la hora que se nos había hecho, me decía que iban a llegar de noche. Yo luego de deliberar un poco, le ofrecí que nos apretemos un poco en la camioneta, y como el camino no es para correr, sino para caminar… podíamos ir despacio. Una alegría muy grande para todos, especialmente para los chicos. Allí comenzamos con lo que me sorprendió tanto en ésa semana, y algo ya les conté en el escrito anterior, la sencillez de estos chicos. Acomodamos la comida que cada uno traía para la semana: harina, maní, porotos, algo de arroz (no mucho, porque es caro). Eso es todo lo que comen. Y los bolsos… cada uno llevaba alguna bolsa de plástico, y los que más, alguna mochila de tela, de esas como para ir a la escuela. Muchos de ellos eran chiquitos… y así dispuestos van al campamento de catecismo, sabiendo que tenían que llevar eso caminando… y como pude ver después, eran varios kilómetros para recorrer. Para nosotros esta caminata sería toda una salida de montaña… o treeking, y buscaríamos el calzado mas adecuado, y llevar agua, y algo para el sol, y algún repelente, algo para comer, y… acá todo eso no hace falta.

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Así “amuchados” hicimos el viaje, pero la mayor parte era por una huella de carros, otra apenas de motos, y el último trecho era un camino mas ancho, pero en muy mal estado. En alguna parte pusimos la tracción 4x4, aunque no era tan necesaria, pero no quería quedarme empantanado con una camioneta llena de chicos, y ya casi cayendo la tarde.

Pasamos por la aldea de Itobora, y llegamos finalmente a Mazirayo, donde iban a pasar esos días todos los niños. Una capilla muy pequeña, techo de paja, y casi sin ventanas. Rodeada de campos y altos yuyos secos, señal del tiempo de sequía. Al llegar salieron de la capilla un gran número de niños a recibirnos, y no podían ocultar su sorpresa y alegría al mismo tiempo. Creo que anduvimos más de 10 km… y pensar que lo iban a hacer caminando, y llegarían con la noche ya cerrada. Todo me hace admirar mas y mas… porque los niños estaban felices de poder ir a esa aldea para su semana de catequesis.

En otro día de esa semana traté de hacer la visita a tres centros más: Nyanmilangano, Uyogo, y Nyaza. Tomé para ello el viernes, día previo a cerrar el campamento de nuestra aldea. Salí temprano, luego de la misa explicada para los niños de aquí, y luego de una hora de viaje, llego a la escuela primaria de Nyanmilangano, donde había un gran grupo de chicos y tres catequistas. Salieron a saludar todos, y yo era la primera vez que iba a esta aldea también. Luego de saludarlos en el aula, les repartí medallas y estampas a todos, y les avisé que los que ya habían recibido la comunión, podían confesarse… respondieron con un gran aplauso, cosa admirable también. Pude confesar por un poco mas de una hora. Luego rechacé las insistentes invitaciones a comer… con la explicación del trabajo que me quedaba en el día: la visita a dos centros más. Así emprendí el viaje a Uyogo, que queda en el mismo camino, regresando a la parroquia. Allí eran muchos menos chicos, pero del mismo modo, hicimos saludos, confesiones, entrega de rosarios y estampas, fotos en la puerta de la capilla, caramelos… y nuevamente rechazar la invitación a almorzar. Ya sólo me quedaba una aldea, Nyaza, conocida por la distancia que la separa del centro, y andando por caminos no muy buenos.

Esta aldea ha sido objeto de varias crónicas, y no repito, pero siempre es sumamente agradable llegar allí, por el paisaje… pero mucho más por la gente. Es un lugar muy apartado, la capilla muy pequeña y humilde… y allí salieron los niños a recibirme otra vez, pero con cantos y bienvenidas. Aquí les ofrecí hacer la misa explicada para los niños, ya que en este lugar no tienen misas tan seguido, cada dos o tres meses, con suerte. Luego de las confesiones, comencé a explicar cada uno de los objetos de la misa y los ornamentos. Creo que algo me entendían. El catequista traducía algunas cosas al sukuma. Y así luego de la acostumbrada agenda de regalos, fotos y caramelos… sin mucha demora emprendí el regreso, porque el trecho es largo. Llegué a la misión entrando la noche.

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En ése día, además de visitar tres aldeas, rezar dos misas explicadas, y repartir regalos con un Papá Noel, recibido con alegría por los chicos como si fueran a recibir grandes obsequios… entre las grandes alegrías fue el poder escuchar tantas confesiones de esos niños. Los catequistas enseñan con un catecismo antiguo muy bueno, y les enseñan el modo de confesarse. Luego de la enumeración de los pecados dicen esto:“Oh Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mi que soy un pecador”. Yo me quedaba pensando en esas palabras… y ponía ante mi imaginación a Cristo, al escuchar una súplica como ésta de los labios de estos chicos. ¿Los dejaría terminar la frase o haría como el padre el Hijo Pródigo, que no dejó a su hijo pronunciar su discurso? ¿Demoraría su perdón? Me imagino que ése Corazón misericordioso quedaría deshecho.

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En fin, experiencias de esos días, que como verán, no podían quedar en el tintero, y tampoco ser contadas en dos renglones, al menos yo no tengo capacidad para hacerlo… por eso han ido en esta segunda y (respiren aliviados) última parte.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego.

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