«¡Podemos aprender mucho de esta historia!»

Japón: la epopeya de los «cristianos escondidos»

 

El Papa Francisco, que de joven soñaba con ser misionero en Oriente, se ha referido a ellos en más de una ocasión, como ejemplo de una Iglesia fundada en laicos conscientes de la dignidad de su Bautismo. Estamos hablando de los «Kakure Kirishitan», los «cristianos escondidos» que en Japón, a partir de principios del siglo XVII y hasta mediados del XIX, vivieron la fe en absoluta clandestinidad para huir de las persecuciones.

21/07/14 7:04 AM


(Vatican Insider/InfoCatólica) El último número de la revista «Jesus», publicación de actualidad religiosa de la San Paolo, dedica a los «cristianos escondidos» un reportaje muy interesante de Roberto Pacifico, que fue a buscar a los herederos de aquella comunidad, que permaneció aislada mucho tiempo del resto de la Iglesia católica y que, incluso hoy en día, sigue siendo una realidad muy peculiar.

Se lee en «Jesus»: «Los católicos oficiales y los «Kakure Kirishitan» siguieron viviendo en dos dimensiones paralelas durante 150 años. «En 2010, algunos católicos y cripto cristianos (otro de los nombres con los que se conocen los «Kakure Kirishitan») se reunieron en el bosque de Sotomé para rezar juntos por la paz, cada quien a modo suyo. Fue un primer paso para acercarnos», explica sor Rumiko Kataoka, rectora de la Junshin Catholic University de Nagasaki, estudiosa del cristianismo en Japón y del fenómeno de los «Kakure Kirishitan».

Los orígenes de los «cristianos escondidos» se remontan a un periodo muy difícil de la historia japonesa. Tras la predicación de San Francisco Javier en la tierra del Sol Levante, indica el reportaje de «Jesus», «además de los pobres, comenzaron a pedir el Bautismo personas de clases más acomodadas […] Pero, a partir de 1614, con la llegada del «shogun» (dictador militar) Toyomi Hideyoshi, el cristianismo fue prohibido del país.

Fue enconces cuando comenzaron las primeras persecuciones, que se convirtieron poco a poco en una situación violenta y cruel». En 1637 hubo una gran revuelta en la ciudad de Shimabara, al sur de Nagasaki. En un principio, los desórdenes nacieron debido a situaciones económicas y sociales, pero las autoridades aprovecharon la situación para acusar a los cristianos, «que eran la mayor parte de los revoltosos, simplemente porque en esa zona el cristianismo había llegado al 70 % de la población», y que posteriormente habrían sido perseguidos. Es una página dramática de la historia japonesa, que en 2009 el escritor Rino Camilleri revivió en su novela histórica «El crucifijo del samurai».

Pues bien, después del martirio del último sacerdote en el país, en 1644, comenzó la epopeya de los «cristianos escondidos», que, justamente, decidieron continuar viviendo su fe en secreto y fingiéndose a veces shintoistas o budistas para no tener problemas. El mundo habría descubierto la existencia de los «Kakure Kirishitan» casi dos siglos y medio más tarde, cuando la Iglesia subterránea japonesa resurgió del largo silencio durante la inauguración de la Iglesia de Oura (cerca de Nagasaki), que el gobierno de Tokio concedió a los misioneros franceses.

El 17 de marzo de 1865, mientras se encontraba rezando dentro de la Iglesia, el padre Bernard Petitjean (de las Misiones Exteriores de París y que se convertiría en el primer obispo de Nagasaki) fue disturbado por un pequeño grupo de campesinos del lugar que le preguntaba si era posible saludar a Jesús y a María. Después de un primer momento de sorpresa, el sacerdote pidió que le contaran su historia y descubrió la existencia de una comunidad cristiana numerosa en el país, que había permanecido en silencio desde los tiempos de la persecución del siglo XVII.

El ejemplo de los cristianos japoneses ha sido recordado por Papa Francisco en más de una ocasión: en la audiencia del 15 de enero dijo: «es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Escuchen bien: sufrió una dura persecución a principios del siglo XVII. Hubo numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y miles de fieles fueron asesinados. En Japón no había ningún sacerdote, todos fueron expulsados. Entonces la comunidad se retiró en la clandestinidad, conservando la fe y la oración a escondidas, y cuando nacía un niño, el papá y la mamá lo bautizaban, porque todos nosotros nos podemos bautizar. Cuando, después de casi dos siglos y medio, volvieron los misioneros a Japón, miles de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo volver a florecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo! Pero, esto es grande, ¿eh? El Pueblo de Dios conserva la fe y sigue adelante. Habían mantenido, aunque en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había convertido en un solo cuerpo en Cristo; estaban aislados y escondidos, pero eran miembros del Pueblo de Dios, de la Iglesia. ¡Podemos aprender mucho de esta historia!»

En enero de 2015, en Nagasaki (la ciudad japonesa que cuenta con la comunidad católica más fuerte de todo Japón), en ocasión de los 150 años del resurgimiento de los cristianos japoneses, se inaugurará un museo para celebrar y recordar a los «Kakure Kirishitan».

Y seguramente el Papa hará todo lo posible para ir a visitarlo, si es cierto que (como escriben algunos observadores) Francisco ha incluido Japón en la lista de sus próximos viajes.