29.07.14

Un amigo de Lolo – Dar a ver a Dios

A las 12:09 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Dar a ver a Dios

“La sonrisa de Dios florece en el jardín de la serenidad de los hombres”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (859)

Desde que el ser humano supo, vía hechos y vía intervención divina mediante, que el Creador era el Creador y que no había que tener múltiples dioses porque sólo uno era Dios, cundió, entre los seres humanos ya creyentes (porque creían en el Todopoderoso según es el Todopoderoso) la especie cierta según la cual mucho de lo que hacemos refleja que somos semejanza del Señor.

Por ejemplo, al Padre Abrahám, que vivía complacido con sus muchos bienes y llevaba una vida, digamos, agradable (según su tiempo y circunstancias) se le complicó la existencia cuando Dios le dijo que lo abandonara todo (incluso, sobre todo, los muchos dioses que eran adorados allí donde habitaba) y que fuese donde le iba a decir. Pues bien, tuvo fe y el Padre, que había confiado en la naturaleza espiritual de aquel hijo suyo, vio cómo en aquel hombre se cumplía su santa voluntad. Se vio, pues, que era posible que el ser humano reflejara que era lo que era y que provenía de Quien provenía

Pero Dios tiene una serie de cualidades y virtudes que a muchos hijos suyos nos gustaría poder mostrar como propias, de nosotros mismos. Y tales cualidades apuntalan nuestro camino porque nos muestran cómo caminar, hacia dónde mirar y, sobre todo, qué hacer (¡y que no hacer!) en tal camino, en tal caminar, en tal ir hacia la vida eterna.

Pero para nosotros, que queremos igualar, en fe, a quien más haya tenido y a quien mejor haya sabido responder a la voluntad de Dios con respuesta acertada, resulta muy difícil, a lo mejor, siquiera plantearnos eso. Nos vemos poca cosa (lo somos, es cierto) y por nada del mundo querríamos que Dios creyese que le damos de lado porque fallamos y porque hacemos caer, a nuestra alma, en las trampas que el mundo nos tiende. No queremos que eso sea del conocimiento de Dios aunque estamos seguros de que ya lo sabe y conoce pues su ser penetra hasta lo más escondido de nuestro corazón, allá en lo secreto del mismo donde queremos que nadie llegue. Pero Él sí llega; Él llega, ve lo que somos y acaricia nuestro corazón con su perdón porque sabe que lo necesitamos y que sin el mismo caemos, caemos, caemos en la tibieza.

Eso, tal llegar, debería hacernos ver que nos conviene, muy mucho, manifestar un comportamiento que acuerde con lo que Dios quiere. Así, entonces, de tal manera y de esa forma, habremos cumplido con la parte que nos toca en el pacto entre el Creador y nosotros: Él nos crea y mantiene y nosotros, por nuestra parte, no hacemos como si eso no fuera así y nos hubiéramos creado a nosotros mismos y nada dependiese de su voluntad. Y tal pacto sigue vigente porque lo confirmó con sangre: la de su Hijo Jesucristo.

Es bien cierto, por otra parte, que sabemos que el corazón de Dios no es que sea grande (que lo es) sino que es capaz de soportar los más grandes agravios que perdona siempre que haya arrepentimiento por nuestra parte. Ser, entonces, con tal arrepentirse, hijos de un tan gran Señor no ha de ser imposible para nosotros o, ni siquiera, difícil. Y es que bien podríamos decir que Dios sonríe cada vez que un hombre, que es imagen y semejanza suya, ha comprendido que es imagen y semejanza suya.

“Imagen y semejanza de Dios”. Y entregarlo todo por la una y por la otra. Y saber qué significa eso. Y no fallarle nunca, nunca más.

Eleuterio Fernández Guzmán