6.08.14

 

Cuando estamos esperando la llegada a España de Miguel Pajares, religioso de San Juan de Dios, es asqueroso lo que en las redes sociales se vomita contra esta decisión y la persona misma del religioso. Cuánta bajeza moral, cuánto hijo de mala madre, cuanta mierda puede caber en las mentes de algunas personas.

He encontrado tres tipos de argumentos en contra de traer a España a este religioso.

El primero habla de dinero. De que cómo gastamos tanto dinero si con lo del avión medicalizado y luego el hospital y bla, bla, bla… se podría curar y dar de comer a tanta gente. Hay que tener el corazón negro.

Aquí en este país que antes se llamaba España y ahora es la cueva de Alí Babá, no tenemos problema en gastar absolutamente en todo. Basta que un gatito se quede atrapado en un árbol o una cigüeña traspuesta para que se realice un despliegue de agárrate y no te menees. Se paga por liberar secuestrados por Al Quaeda, se acude al lugar más remoto a rescatar a un perniquebrado, se pueden fletar aviones para repatriar a seis inmigrantes ilegales a Bangladesh, hay dinero para analizar el cultivo de la lenteja en Camerún, pero es excesivo movilizarse para traer a España a un anciano ciudadano español contagiado por el ébola y que lleva en medio de la peor mierda africana cincuenta años. Para eso no hay dinero.

Otro argumento dice que como el ébola es contagioso, en lugar de venir a España para ser tratado en un hospital público, que se lo lleve su familia a casa y se contagien ellos.

¿Recuerdan lo que pasaba cuando el SIDA? Se podía haber dicho que como era contagioso cada enfermo de SIDA se fuera con su familia y no al hospital a contagiar a la gente. Evidentemente no vamos a comparar a un enfermo de SIDA, contagiado básicamente por drogodependencia o relaciones homosexuales, con un religioso contagiado de ébola por servir a los pobres de entre los pobres. El enfermo de SIDA todos los derechos, el de ébola, que se pudra.

También dicen que si él eligió vivir así pues nada, que muera allí donde estaba, que sea coherente. Bien. Lo mismo se podía decir del paseante por alta montaña en chándal en tarde de invierno, si él eligió eso y se cae, pues nada, que se muera de frío. O del nadador imprudente que decidió nadar hasta donde lo llevó la resaca, él lo eligió. O el toxicómano, el alcohólico, o el fumador empedernido con dos enfisemas. Que apenquen con su decisión.

El hermano Miguel tiene un serio problema: que lleva una cruz al cuello como fundamento de su vida, y esto en España no solo no se perdona, sino que es patente de corso para tirarse a su yugular y lanzar contra él toda la artillería.

Si el contagio por el virus del ébola lo hubiera sufrido un voluntario de Médicos sin fronteras que llevara allí tres meses, un observador de Amnistía Internacional, una enfermera de UGT o un voluntario de barrio con ganas de conocer a los pobres negritos de Liberia, tendríamos a toda la progresía y a todas las cadenas de televisión haciendo reportajes al héroe y con un recibimiento con alfombra roja y pétalos de flores.

Pero no es el caso. Es un religioso católico con casi cincuenta años dejándose la vida entre los pobres. Como si son sesenta o setenta o cien. Es religioso católico y a partir de ahí no tiene derecho a nada, si acaso a morirse de asco y a ser posible lejos y sin molestar mucho. Es el triste destino de los que decidieron hacer de la cruz su insignia y su forma de amar al hermano.

Todavía hay algún bobo que dirá que los problemas que tiene la Iglesia católica le vienen por estar al lado de los ricos y poderosos. No se engañen. Si así fuera, ahora mismo tendríamos a toda la modernidad poniendo como ejemplo de cristiano auténtico y comprometido al hermano Pajares frente a los Roucos de turno anclados en el pasado, el poder y el bla, bla, bla.

Pues no. Toda la modernidad escandalizada porque a un hombre de setenta y cinco años, que lleva toda la vida en el culo del mundo dejándose el pellejo por los más pobres de la tierra, y ahora gravemente enfermo, el estado español ha decidido repatriarlo para tratar de sacar adelante su vida.

Si ese hombre fuera un católico disidente, un miembro de Amnistía Internacional o un afiliado a la UGT sería un héroe. Pero es un religioso normal. Y esto en España, para muchos, es un grave delito que no se perdona.