8.08.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

La Fe y la Teología

Fe y teología

36. Al tratarse de una luz, la fe nos invita a adentrarnos en ella, a explorar cada vez más los horizontes que ilumina, para conocer mejor lo que amamos. De este deseo nace la teología cristiana. Por tanto, la teología es imposible sin la fe y forma parte del movimiento mismo de la fe, que busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios, cuyo culmen es el misterio de Cristo. La primera consecuencia de esto es que la teología no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente. Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. La teología, por tanto, no es solamente palabra sobre Dios, sino ante todo acogida y búsqueda de una inteligencia más profunda de esa palabra que Dios nos dirige, palabra que Dios pronuncia sobre sí mismo, porque es un diálogo eterno de comunión, y admite al hombre dentro de este diálogo. Así pues, la humildad que se deja ‘tocar’ por Dios forma parte de la teología, reconoce sus límites ante el misterio y se lanza a explorar, con la disciplina propia de la razón, las insondables riquezas de este misterio.

Además, la teología participa en la forma eclesial de la fe; su luz es la luz del sujeto creyente que es la Iglesia. Esto requiere, por una parte, que la teología esté al servicio de la fe de los cristianos, se ocupe humildemente de custodiar y profundizar la fe de todos, especialmente la de los sencillos. Por otra parte, la teología, puesto que vive de la fe, no puede considerar el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él como algo extrínseco, un límite a su libertad, sino al contrario, como un momento interno, constitutivo, en cuanto el Magisterio asegura el contacto con la fuente originaria, y ofrece, por tanto, la certeza de beber en la Palabra de Dios en su integridad.

Lumen fidei

La teología vive de la fe.

Esta expresión, contenida en este apartado de la Lf, indica más que bien una verdad que muchas veces se olvida pero que es esencial para el pensamiento y la creencia del católico. Nos muestra, además, el camino a seguir en ese especial aspecto de la luz de la fe. También ilumina aquello que tiene que ver, más directamente, con el misterio de Dios Nuestro Señor.

Existe, pues, una relación directa entre teología y fe. Por eso no se puede entender una ciencia que busca al Padre para entender lo que pueda ser capaz de entender acerca de Quien nos creó y la confianza que se pone en el Todopoderoso que, en efecto, nos creó y mantiene.

En realidad, es cierto que siendo luz la fe nos ayuda a buscar allí donde podemos encontrar oscuridad. Y si la misma tiene relación con aquello que sabemos de Dios la misma nos auxilia en el deseo de alcanzar las praderas del definitivo Reino del Todopoderoso sabiendo, a corazón cierto, a qué nos referimos cuando hablamos de Quien es Dios. Por eso existe una relación entre fe y teología y por eso la primera sirve para bien de la segunda.

Pero por eso mismo no vaya a creerse, como bien dice el Papa Francisco, que Dios es como una especie de objeto que estudia la teología o, por decirlo de otra forma, como un fin de tal manera idealizado que sólo se pretenda alcanzarlo para “saber más” del mismo pero sin consecuencia alguna en la vida del creyente. Y es que existe un vínculo muy distinto entre teología y fe.

Se participa, digamos, del conocimiento, sí, a partir del conocimiento que del mismo nos da la teología pero no es posible eso sin el camino que traza la fe para que eso sea posible. No podemos, pues, desvincular, como realidades separadas, la una de la otra.

Pudiera parecer que insistimos demasiado en esto. Sin embargo, no deja de ser síntoma de tener una fe floja y, por tanto, de hacer de la teología una ciencia capitidisminuida (pues se hace de menos a Dios) si hacemos como que el “buscado” no tuviera nada que ver con la fe que genera y que inserta en el corazón de los “buscadores”.

Pero ¿cómo es posible que el hombre pueda hacer uso de su inteligencia para ahondar en la relación que mantiene con Dios?

En esencia, eso es posible porque el Creador permite que su creatura dialogue con Él a través de la teología cuando sustenta tal diálogo en la fe. Y por eso el ser humano, semejanza de Dios, puede acercarse al Padre con la seguridad de que lo que conozca de Él es cierto y no anda equivocado su corazón.

Hay algo, sin embargo, que no siempre se entiende y que tiene mucho que ver con el propio ser, con el propio hacer, de la teología: ha de ser humilde.

Cualquiera diría que no se entendería una ciencia que busca a Dios que fuera soberbia. Así se separaría de a Quien busca porque pondría por encima del único interés que la debe dirigir los que son propios de quien busca. Encontrar, así, a un Creador hecho a semejanza suya es lo que guía el proceder de tal tipo de teología. Y la teología ha de ser otra cosa.

La teología, en cuanto búsqueda de Dios, ha de ser humilde. Reconocerse nada ante el Todopoderoso (Todo-poderoso, omni-potente) es partir desde un buen punto de partida para tratar de encontrar, en el amplio mundo de la fe, el destino anhelado por el ser humano que es, además, teólogo.

Y una advertencia.

El Papa Francisco pone sobre la mesa una verdad que, demasiadas veces, es olvidada por cierta teología católica: existe, también, relación entre el Magisterio del Papa y de los Obispos con lo que se busca. Es decir, que no pueden hacer caso omiso, en su estudio de Dios, de aquello establecido, precisamente, a lo largo de los siglos por los Papas y por los sucesores de los Apóstoles. Hacer eso es desconocer una gran parte del conocimiento que, de Dios, ha ido acumulando la Iglesia católica y, de paso, separarse de la única forma de alcanzar un conocimiento del Creador que pueda considerarse válido.

Es cierto, por tanto, que existe una relación muy importante entre teología y fe y que la segunda ha de iluminar (pues es luz) a la primera pero no es menos cierto que la primera no puede hacer como si la fe fuera un “instrumento” puesto por Dios para servir a unos intereses ajenos al fin buscado. Así, por tanto, no se llegaría al Creador sino, en todo caso, a un Ser superior muy otro.

Eleuterio Fernández Guzmán