10.08.14

 

Los curas párrocos solemos ser bastante celosos de lo que antes se llamaban “derechos parroquiales”. Cada parroquia tiene asignado un territorio geográfico concreto y de siempre se ha reivindicado que ciertas cosas, especialmente bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas, entierros y funerales, se celebraran en la parroquia propia del sujeto para el que se solicitaba el servicio.

Es decir, si usted vive en la calle Pepito Pérez, 57 y esa dirección corresponde a la parroquia de San Apapucio, eso quiere decir que el expediente matrimonial, su boda, el bautizo del niño, la comunión de la niña, la confirmación del mozalbete y el funeral de la abuela que vive con ustedes, todo eso ha de celebrarse en la susodicha parroquia.

Las razones eran básicamente de dos tipos: por un lado favorecer la vida de fe y la inserción en la comunidad parroquial de referencia, y por otro garantizar unos ingresos mínimos, ya que algunas parroquias se ponían de moda y mientras en ellas se realizaban celebraciones de todo tipo, con lo que supone de aumento de vida parroquial, y aumento de ingresos, no nos engañemos, otras apenas podían sobrevivir.

Salvando todo lo que diga el derecho canónico, creo que los señores curas párrocos debemos ir dando pasos hacia una mayor flexibilidad en estas cuestiones de territorialidad parroquial.

Para empezar, porque la gente se mueve hoy más que nunca. Y los habitantes de Pepito Pérez, 57 pasan el fin de semana en el pueblo y van allí a misa algunas veces, y otras en la parroquia de los suegros si comen con ellos el domingo. Alguna vez se acercan a la iglesia de X, donde uno de los hijos se ha incorporado a un grupo juvenil y entre semana van a misa y a confesarse a una parroquia del centro cerquita de su trabajo. Vamos, que a san Apapucio apenas acuden.

Pero es que luego está la cabezonería propia de los que somos párrocos. Porque en la parroquia de X, la propia, solo bautizan los domingos por la tarde, sin excepciones, cuando la familia de Anita trabaja toda en la hostelería. Pero es que en la de Y lo hacen los sábados, cuando son todos comerciantes. Pues que miren dónde les va mejor. Tampoco es tan complicado.

Los vecinos de estos amigos, los del número 59, tampoco acuden a la parroquia porque no les va el estilo ni aguantan las misas. Hace tiempo que acuden a la parroquia de Santa Gundisalva donde se encuentran a las mil maravillas.

Pues eso. Que lo que no tiene mucho sentido, insisto que salvando lo que mande el derecho, que hasta ahí podíamos llegar, es que unos y otros, por narices, tengan que bautizar al niño en san Apapucio, que ni les va ni les viene por muy parroquia territorial suya que sea. Como tampoco lo tiene que la niña, que acompaña a sus papás desde casi recién nacida a Santa Gundisalva, ahora tenga que apuntarse a catequesis en San Apapucio. Pues no.

Luego hay una cuestión muy seria que hay que respetar. Y es que los primeros responsables de la educación de sus hijos son los padres y estas familias de Pepito Pérez 57 y 59 no se fían de su parroquia ni un pelo porque han escuchado cosas raras en las homilías, porque les llegan al buzón de correo unas hojitas parroquiales que les preocupan y porque tiene vistas cosas que no, y se pongan como se pongan no dejan a sus retoños en la catequesis de su parroquia.

Y al revés. Hay familias de Santa Gundisalva y de San Serenín que quieren apuntar a sus niños a la catequesis de San Apapucio porque les gusta más. Pues ellos mismos.

Quiero decir con esto, especialmente a los señores curas párrocos, entre los que me encuentro, que tenemos que ejercer mucho más eso de la libertad, el respeto al prójimo y el reconocimiento de la mayoría de edad de los laicos y facilitarles en la medida de lo posible que vayan a la parroquia que quieran no solo a misa, a rezar y a confesarse, que eso por supuesto, sino también a bautizar a sus hijos, llevarlos a catequesis y celebrar su fe en momentos especiales si así lo desean. Que no tengamos reparo en admitir a catequesis niños de otras parroquias ni en bautizar aunque sean de otra zona. Y al revés. Que si hay feligreses nuestros que prefieren acudir a otro lugar, que lo hagan. Tan felices.

Una última cosa. En algunas parroquias para bautizar niños de otros lugares y para admitirlos a catequesis, solicitan autorización por escrito del párroco propio. Volviendo a admitir lo que diga el derecho –que no se me enfade mi amigo Félix, flamante doctor en la materia-, procuremos facilitar las cosas. No es fácil para una familia que no pisa su parroquia, o que se las ha tenido con el párroco por cuestiones varias, tener que acudir al despacho a pedir el papelito.