15.08.14

En Cuerpo y Alma

A las 12:34 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Asunción de María


“Hoy María Virgen subió
a los cielos: alegraos
porque con Cristo reina
para siempre”

“Era lógico que ella, que había mantenido íntegra su virginidad en el parto, debe tener su propio cuerpo libre de toda corrupción, incluso después de la muerte. Era lógico que ella, que había llevado al Creador como un niño en su seno, deberían vivir juntos en los tabernáculos divinos. Era conveniente que el cónyuge, a quien el Padre le había tomado para sí, debe vivir en las mansiones divinas. Era lógico que ella, que había visto a su Hijo en la cruz y que habían recibido por lo tanto en su corazón la espada de la tristeza que se había escapado en el acto de dar a luz, debe buscar en él como él se sienta con el Padre. Convenía que la Madre de Dios debe poseer lo que pertenece a su Hijo, y que debe ser respetado por todas las criaturas como la Madre y como sierva de Dios.”

Estas palabras son de San Juan Damasceno. En concreto se encuentran en su Encomino Dormitionem Dei Genetricis semperque Virginis Mariae (Hom. II. N. 14). Nos vienen la mar de bien para manifestar que no otra cosa podía acaecer al respecto de la Virgen María que no fuera su Asunción a los cielos en cuerpo y alma y que el hecho de que tal verdad dogmática no se encuentre en las líneas de la Santa Biblia no quiere decir que eso no sucediese pues los católicos también tenemos en cuenta la Tradición… y el Magisterio de la Esposa de Cristo.

El caso es que María fue elevada los cielos en cuerpo y alma.

Cuando decimos esto estamos haciendo palpable no algo que sólo sea dogma de fe (Pío XII así lo declarara en la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”, de fecha 1 de noviembre de 1950) sino que manifestamos lo que para un creyente católico supone una verdad tan grande que le supera por todas partes.

¿Podemos, acaso, dudar de que la Virgen María fue elevada a los cielos en cuerpo y alma porque quiso Dios?

No podemos porque tanto su Inmaculada Concepción como su divina Maternidad o su perpetua Virginidad apuntan a una voluntad firme del Creador acerca de aquella joven que se definió como “esclava del Señor” en un momento crucial de la historia de la humanidad. Y aquella casi niña que no comprendía cómo iba a ser que tuviera un hijo sin haber conocido varón sí supo, de inmediato, que debía hacerse la voluntad de Dios. Seguramente, había entregado su virtud al Creador desde que fuera aun más niña. Se cumplía, ciertamente, lo que el Todopoderoso quería.

Y fue elevada, como decimos en este día, en cuerpo y alma: en cuerpo porque no podía conocer la corrupción aquella Virgen; en alma porque la pureza de aquella joven debía quedar preservada de ninguna asechanza del Maligno que en el Apocalipsis pretende arrebatar al niño recién nacido. Y Dios no podía consentir ni una cosa ni la otra.

Digamos, pues, con Prefacio de esta Solemnidad Mariana, que “Ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra”. Y abundemos con lo que sigue:Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la Mujer que, por obra del Espíritu Santo concibió en su seno al autor de la vida“. Y eso lo comprendió María y bien que lo dijo en el Magnificat cuando, inspirada por el Espíritu Santo, exclamó “el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas” (Lucas 1, 49).

Amén y amén.

Eleuterio Fernández Guzmán