21.08.14

 

Hoy se cumple el centenario de la muerte de San Pío X (1914-2014), por quien el Señor concedió a la Iglesia tantos bienes. Él decidió para siempre la conveniencia de la comunión eucarística frecuente, y aun diaria (¡inmenso don!). Él nos dejó un Catecismo precioso, el más importante que hubo en la Iglesia, antes del actual, después del de San Pío V. Él reformó puntos notables de la Liturgia, defendiendo el Temporal, acosado por el Santoral, que en su tiempo ocupaba 252 días del Año litúrgico, y preservando firmemente la celebración de la liturgia propia del domingo. Él reorientó eficazmente la dignidad sagrada de la música litúrgica. Él promovió la comunión de los niños, cuando alcanzan en la fe el uso de razón (¡inmenso don!). Él dio contra el modernismo, síntesis de todas las herejías, su combate más fuerte, llegando a mostrar con gran profundidad y claridad los errores y horrores de sus raíces filosóficas (enc. Pascendi, 1907) (¡inmenso don!). Bien merece, pues, que celebremos su centenario con gozo y con gran acción de gracias a Dios.

Nació en la aldea de Riese, situada en la región véneta, el año 1835. Primero ejerció santamente como presbítero, más tarde fue obispo de Mantua y luego patriarca de Venecia. El año 1903 fue elegido papa. Adoptó como lema de su pontificado: «Instaurare omnia in Christo», consigna por la que trabajó intensamente con sencillez de espíritu, pobreza y fortaleza, dando así un nuevo incremento a la vida de la Iglesia. Tuvo que luchar también contra los errores doctrinales del modernismo , que en ella se filtraban, y que perduran hasta nuestros días. Murió el día 20 de agosto del año 1914.

Nos fijaremos hoy en sólo un aspecto de su obra. San Pío X renovó profundamente el Breviario en la constitución apostólica Divino afflatu (1-XI-1911). Y la Liturgia de las Horas de hoy, en homenaje a él, en oración y solicitando su intercesión, reproduce lo que en ese documento dice preciosamente de los Salmos.

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Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia [Ef 5,19-20] sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensal­zarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas  frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?

Oración colecta de la Misa

Señor, Dios nuestro, que, para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al  papa san Pío décimo de sabiduría divina y fortaleza apostólica, concédenos que, siguiendo su ejemplo y su doctrina, podamos alcanzar la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.