25.08.14

Un pesebre para mi Padre

A las 12:25 AM, por P. Diego Cano
Categorías : Sin categorías, Ante la muerte de mi Padre

A mi padre, mi madre y mis hermanos.

Pajas… paredes de barro. Una gran cantidad de pastorcitos, muy humildes. Algunos que pasan y entran a ver qué sucede. Allí adoran, aunque muchos de ellos no comprenden todo lo que pasa, pero saben que es algo sagrado, algo relacionado con Dios. La Virgen esta allí, tan cercana, al lado, junto a su Hijo. Un coro de ángeles, que se llenan de alegría por lo que está pasando. El fuego encendido, el piso de tierra, pero bien barrido. Y mucha alegría, porque allí se hace presente el Verbo Encarnado, en esos lienzos blancos.

hostia

Esta descripción no es la del establo de Belén, aunque muy bien podría serlo. Es lo que hoy pude contemplar en la visita a una aldea, Ubawe. Esa capilla con paredes de barro y techo de paja, me hizo pensar en el pesebre. Me resulta tan cautivante la hostia blanca en el momento de la consagración, tan blanca destacada con en ese fondo de paja… mis ojos se dirigen hacia arriba, hacia la hostia, y detrás de ella, aquello que fue su cuna en Belén. Ver la gran cantidad de niños, pastores en su mayoría, muchos que salieron del colegio y con la ropa de la escuela entraron en la capilla para ver qué sucedía, y se quedaron a rezar mirando todo con ojos de asombro. La imagen de la Virgen que habíamos llevado de regalo y que por no haber mas lugar la pusimos sobre el altar, tan cerca de su Hijo. Los ángeles no se veían por supuesto, pero estaban como en cada misa… o bien podían ser esos seis niños que bautizamos. El fuego encendido, el fuego del altar, intenso, que ilumina. Y en medio de todo eso, el centro, el Verbo que se hace carne, humilde, pequeño, casi desapercibido. Todo esto, causa de inmensa alegría, como lo expresaba la gente.

Pensaba en esto mientras el P. Damiano preparaba las ofrendas de la misa. Cuando pensaba en escribirlo, al llegar al centro de la misión, me avisan que mi padre había fallecido en Argentina, casi a la hora que terminábamos esa misa. Pensé en hacerlo esta misma noche, como un homenaje a mi padre, y a mi familia. Dios me estaba regalado esas gracias en merito al sacrificio de todos ellos. No merezco todo esto. Ustedes saben que me gusta escribir, y hoy escribo como para desahogarme, porque siempre he tenido a todos tan cerca de mí por este medio. Y saben que les agradezco inmensamente su cercanía en las oraciones.

Estos días he tenido grandes ejemplos de virtud, ejemplos de vida. Un sufrimiento largo y prolongado. Un acto de perdón realmente magnánimo. Actos de paciencia y caridad. Generosidad en todos… digamos que es ése tinte que le da a la obra la perfección, sufrimiento generoso, perdón generoso, caridad generosa… entrega generosa. En fin, no me queda más que tratar de ser santo. Los actos de virtud están a la vista, sólo tenemos que imitarlos. Agradezco a Dios la familia que tengo, y no sólo lo digo por mi madre y mis hermanos, sino también por toda la familia espiritual… mis hermanos y hermanas en el Verbo Encarnado.

Hoy me gustaría decir algo, pero en referencia a todos los misioneros que parten a tierras lejanas. No por casualidad hoy escuchamos estas palabras de Cristo el evangelio del día: el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.” Hoy pesaba que en estas palabras se resume gran parte de la entrega del misionero.

Hoy, como pienso que nos puede pasar a todos en un momento como éste, recordaba la última vez que nos vimos con mi padre. Y recuerdo su mirada como una fotografía. No nos dijimos palabras, porque no podíamos. Pero esa mirada decía todo… era una mirada afirmativa, y emocionada. Se perdió luego entre la gente que caminaba por la calle. Yo lo miré un rato a ver si se daba vuelta y levantaba la mano. Pero no, fue una despedida decidida. Nos vemos “allá”, parecía decirme.

No quiero que sea algo tan personal, lo aplico a todos los misioneros, especialmente a los grandes santos. Pero hoy junto al dolor me he sentido muy feliz… me he sentido heredero, en parte, de una bendición muy inmensa…el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.” Y lo que me deja mas tranquilo, es que no hay mérito en esto, y por eso lo quiero contar, para “cantar las misericordias del Señor”, y no por otra cosa.

Dios nos conceda ser dignos de servirle hasta el fin. Pidamos esa gracia todos los días.

Y reencontrarnos “allá” todos.

Firmes en la brecha.

P. Diego Cano, IVE