29.08.14

Bendijeron a la gente congregada, un sobrino suyo se alegró que los mataran

Cuatro son los beatificados entre los asesinados del sábado 29 de agosto de 1936: tres dominicos muertos en Madrid, Valencia y Teruel -Francisco Monzón- y un operario diocesano en Tortosa.

No le dejaron despedirse de su madre

Nicasio Romo Rubio, de 44 años y conquense de Castillejo del Romeral, profesó como hermano cooperador dominico en 1921. Trabajó en Ávila, Santa María de Nieva y Ocaña (Toledo) como cocinero, sacristán, portero y asistente del ecónomo. Estaba visitando a su madre ciega en su pueblo cuando estalló la guerra. El 25 de agosto las milicias ferroviarias de Madrid y Aranjuez profanaron la iglesia parroquial e hicieron detenciones. No quiso esconderse, «porque en todos los sitios estaba Dios, y de Dios no se puede esconder nadie». Los milicianos le golpearon y se lo llevaron, sin dejarle despedirse de su madre. Le condujeron a la casa del pueblo, maltratándolo y burlándose de él. El 29 de agosto lo llevaron a Madrid, donde fue encerrado y castigado brutalmente en la estación de Atocha, donde se preparó con serenidad para el martirio. Esa noche fue ejecutado con dos sacerdotes, en la Pradera de San Isidro. Murieron abrazados los tres y cantando en oración.

Detenido por ir a decir misa en una casa

Constantino Fernández Álvarez, tenía 29 años y era de La Vecilla (León). Con diez ingresó en la Escuela Apostólica de los Dominicos en Solsona y desde 1929 fue sacerdote, doctorándose después en el Angelicum de Roma, donde luego dio clases, lo mismo que en Valencia, donde estaba el 18 de julio. El 19 dejó el convento para refugiarse con una familia amiga. Avanzado el mes de agosto fue detenido en el portal de una casa a la que iba a celebrar misa. No disimuló ser religioso, por lo que lo llevaron a la Cárcel Modelo —de la que no consiguió que lo extraditaran a Italia por razón de ser profesor en Roma—, donde un sacerdote diocesano que llevaba la biblioteca le pasaba libros de Derecho y el 29 de agosto le dio la comunión. Hacia las 23 horas de ese día lo fusilaron a las afueras de Valencia.

“Diez años antes o después es igual. Me matan por ser sacerdote”

José María Tarín Curto, de 44 años y tarraconense de Santa Bárbara, se ordenó sacerdote en 1917 y ese mismo año ingresó en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, trabajando en los seminarios de Belchite, Burgos, León, Astorga, Toledo y Zaragoza. A finales de junio de 1936 fue a Tortosa a hacer ejercicios espirituales y a pasar las vacaciones con su familia en Santa Bárbara (algo más al sur). Al estallar la guerra se ofreció a sustituir al párroco para que este pudiera marcharse, y dijo a los suyos: «¡Bien está todo! ¡Sería la ocasión de dar la vida por Cristo! ¡Qué dicha sería para mí si me mataran por ser sacerdote!». Siguió escondido en su casa con un tío sacerdote, don Jorge, y se decía que no buscó un lugar más seguro por no abandonarle. Se los llevaron a los dos juntos y él se despidió de su madre, hermanas y sobrinos, con un «¡hasta el Cielo! Madre, diez años antes o después es igual. Me matan por ser sacerdote. ¡Bendito sea Dios!». Estuvieron encarcelados solo unas horas, ya que se congregó mucha gente en la plaza al saberlo, porque eran muy apreciados. Se los llevaron en coches y al pasar por la plaza saludaron y bendijeron a la gente. El coche que llevaba a Tarín se detuvo para fusilarle en Pla dels Ametllers, cerca de Tortosa.

La documentación de la Causa general (legajo 1448, expediente 20) precisa que fueron cuatro los sacerdotes asesinados ese día, por lo que parece familiares por parejas (Jorge Tarín Yago, de 67 años, y José Tarín Curto; José Arasa Barberá, de 62, y José Pla Arasa, de 45), que los mataron en la carretera de Vinaroz y que los sospechosos del crimen eran Juan Llombart Alberich y José Llasat Accensi “que participaron en la búsqueda y captura de ellos". Se da el caso de que un sobrino de dos de los sacerdotes, Pedro Tarín Altadill, que antes de la guerra fue de Acción Católica, se había hecho del comité de la CNT, convirtiéndose en “principal dirigente” para la acción de quemar las imágenes religiosas y detener a los miembros de A.C. ("sin más consecuencias", es decir, que no les mataron), y “demostrando su contento” cuando mataron a sus tíos (folio 46 de dicho expediente).

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