8.09.14

Me dejaría fusilar por salvar la religión, España y la honradez de mis hijas


Entre las personas asesinadas el martes 8 de septiembre de 1936 hay 10 beatos: la superiora general de las carmelitas de la caridad -Apolonia (del Santísimo Sacramento) Lizárraga y Ochoa de Zabalegui, según algunos, descuartizada y dada a comer a los cerdos en la checa de San Elías-, dos maristas -los hermanos Alipio José y Justo Pastor, de la comunidad de Vic-, un religioso de la Sagrada Familia -Segismundo Sagalés- y un sacerdote tarraconense -Josep Padrell- en Barcelona; dos lasalianos -los hermanos Teodomiro Joaquín y Evencio Ricardo- en la provincia de Almería; dos hermanitas de los ancianos desamparados -Dolores (de Santa Eulalia) Puig y la madre Josefa de San Juan de Dios- en la de Valencia y un laico en la de Alicante.

Condenado a muerte por evitar que quemaran una iglesia

Marino Blanes Giner, alcoyano de 48 años, casado desde los 25 con Julia Jordá Lloret —tuvieron nueve hijos—, trabajaba como empleado del Banco Español de Crédito y concejal del Ayuntamiento de Alcoy (Alicante); pertenecía a numerosas asociaciones católicas y colaboraba con el párroco. Previamente tuvo sendos negocios de curtido de cuero y comestibles, que quebraron porque aceptaba que le dejaran deudas que luego no le pagaban. Los domingos ayudaba a las religiosas del Hospital Oliver. Haber impedido que quemaran la iglesia de San Mauro fue, según Ramón Fita Revert —delegado diocesano para las causas de los santos en el arzobispado de Valencia—, la razón por la que los revolucionarios le condenaron a muerte.

Fue detenido el 21 de julio a las 13.30, según relató su mujer: «Juntamente con mi marido se llevaron a mi cuñado Román Rodes, hoy difunto, quien regresó a casa esa misma noche mientras a mi marido se lo llevaron a la cárcel donde estuvo alrededor de dos meses para ser trasladado a la prisión de las Esclavas, dos días antes de su muerte. A su entrada al ayuntamiento —me contó mi cuñado— un cabo de la guardia municipal, dijo: “Ya está aquí el de la gasolina, el que buscábamos” —refiriéndose al hecho de impedir con su intervención la quema de S. Mauro pues los sacerdotes así lo reconocían». Otro testigo estuvo en el ayuntamiento «dos o tres horas y en aquellos momentos pude hablar con él, quien me dijo: “Ah, D. Guillermo, usted lo contará, pero yo no”, previendo su próximo martirio». Un compañero de prisión contó que le oyó decir: «Si yo supiese que por morir fusilado por los rojos se había de salvar la religión, España y la honradez de mis hijas ahora mismo me haría matar».

Una de sus hijas recuerda que «en la noche del 7 al 8 de septiembre de 1936 nos despertamos todos mis hermanos a las tres como si presintiéramos alguna cosa desagradable y nos pusimos a rezar, y al día siguiente cuando mi hermano Marino fue a llevarle el desayuno a las 9 de la mañana, le dijeron que el gobernador de Alicante lo había reclamado y después fuimos a buscarlo a la misma cárcel y nos dijeron: “Anoche le dimos libertad”». Su esposa declaró: «Mi hijo fue un día a llevarle la comida y le dijeron que lo habían llevado a Alicante y ya no supimos nada más de él». Nunca se encontró el cuerpo.

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