8.09.14

Cuando nace la Sin Pecado

A las 12:17 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Natividad de Bamberg

Hubo quien dijo, al respecto del nacimiento inmaculado de María, que Dios podía hacer que eso pudiera ser posible, que quería que eso fuera posible y que por eso fue posible. Y es que para Dios nada hay imposible como muy sabemos por haberlo demostrado muchas veces.

Tal realidad espiritual la tenemos por dogmática porque no puede ser de otra forma. Y aceptamos que María nació sin el pecado original porque fue concebida de forma santa y, hay que decirlo, milagrosa, por aquella mujer, la llamamos Ana, que era mayor para concebir (como lo era, luego, Isabel, la esposa de Zacarías, y madre de Juan el Bautista; ambas “estériles” para el mundo)

El caso es que María nació. Y que lo hizo de la forma más limpia posible que fue la misma que seguiría a lo largo de su vida terrena; limpieza impresa a fuego en su corazón. Y por eso subió así al cielo, en Cuerpo y Alma. Y es que todo, en la vida de aquella de la que hoy celebramos su natividad, estaba escrito en el corazón de Dios.

María, pues, vino al mundo para que el mundo se salvara. Y, aunque es bien cierto que Gabriel, el Ángel del Señor, le presentara la voluntad de Dios, no es menos cierto que estaba más que seguro que la aceptaría aún no sabiendo cómo iba a ocurrir quedar encinta sin haber conocido varón. Confiaría, pues, en Quien tanto amaba desde muy niña y a Quien sabía Todopoderoso y amaba sobre todas las cosas y por encima de todas las realidades y circunstancias.

María nació porque así debía ser. Dios así lo quería.

El hecho según el cual una recién nacida fuera tan especial para el futuro casi inmediato ha de atribuirse a que la salvación de la humanidad caída (pues se había precipitado en la fosa del real alejamiento de Dios) necesitaba de un nuevo vínculo entre Dios y el hombre, de una nueva Alianza que sustituye a la que el Creador había establecido entre su pueblo y Él hacía bastantes siglos.

Aquella Alianza, ahora Nueva, la facilitó el fiat de aquella joven que dijo sí. Y fue, para aquellos otros nosotros y para todo el que ha venido al mundo desde entonces, la posibilidad cierta de ganar la vida eterna que, si bien es donación graciosa de Dios a su criatura, no es falso decir que cada cual, cada hijo, la obtiene según haga, según sea, según, en fin, concrete en su corazón y en su vida lo que el Creador quiere de él.

Y todo eso lo procuró aquella niña de la que hoy recordamos su nacimiento.

Por otra parte, al menos en España, se celebra, hoy mismo, en todos aquellos pueblos donde una Virgen (una talla, una escultura) fue “encontrada” por haber desaparecido, por lo general, en tiempos de la invasión musulmana, y aparecer tiempo después, el “nacimiento” de tal Virgen. Y, ciertamente, hay muchos porque fueron muchas las imágenes que tuvieron que ser escondidas por miedo (legítimo y cierto) a la desolación que provocó, en la España católica, la llegada de aquella turba mahometana.

Con esto queremos decir que, ciertamente, la Virgen María, nació y volvió a nacer, a renacer, entre los fieles que la tenían como Madre pero que, por circunstancias ajenas a su fe, se vieron obligados a desprenderse de algo tan valioso, espiritualmente, como era una figura de Nuestra Señora.

En realidad, cuando celebramos, recordando, el nacimiento de la Santísima Virgen, nos hacemos un gran favor. A nosotros mismos nos conviene saber y no olvidar que fue por una mujer que llegó la salvación al mundo. Es cierto que Dios podría haberlo hecho de otra forma pero quiso hacerlo así y eso nos basta para saber qué es lo que debemos creer. No nos hacen falta más teologías ni más circunloquios: María nació porque así estaba establecido desde el principio de los tiempos y desde la eternidad misma que nos ganó poder habitar en una de las estancias que su hijo, Jesús, nos está preparando en el definitivo Reino de Dios.

Digamos, pues, con gozo:

“Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.”

Ha nacido la Sin Pecado y Dios, que desde su definitivo Reino, ve las cosas del mundo, no deja de decirse que, también eso, lo ha hecho muy bien. Como una nueva creación.

Eleuterio Fernández Guzmán