11.09.14

Rezar por los sacerdotes difuntos

A las 6:26 PM, por Jorge
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En un rato vamos a celebrar una misa de funeral por Pedro, párroco que fue de mi pueblo, Miraflores, durante diecisiete años y hasta hace apenas unos meses. Aludo a él en mi libro “De profesión, cura” hablando de la soledad del sacerdote y de un compañero al que acababan de diagnosticarle “algo malo”. Ocho años al pie del cañón hasta que la enfermedad lo ha vencido.

Fue enterrado en su pueblo riojano. Así lo había decidido y dispuesto, porque como decía: “allí algún sobrino se acordará de rezarme algo, en el pueblo nadie se acordará de mí en cuatro días”.

Así es la vida. Recuerdo en el pueblo en donde estuve de párroco nueve años. En el cementerio parroquial, en una pequeño capilla reposaban los restos de D. Ignacio y D. Joaquín, párrocos que fueron del lugar. Cada vez que entrábamos ahí, los compañeros teníamos costumbre de elevar al cielo una oración por su eterno descanso. También en la parroquia, cada 17 de enero ¡aún me acuerdo de la fecha! aniversario del fallecimiento de D. Ignacio, celebrábamos la misa por él y por todos los párrocos difuntos.

No sé si mucha gente se acuerda de rezar por los sacerdotes fallecidos. La Vicaría del clero de Madrid edita cada año una guía para rezar por los sacerdotes diocesanos vivos y difuntos. Los que aún peregrinamos en este mundo estamos colocados y distribuidos entre los días del año por orden alfabético. Los ya fallecidos, en el día de su muerte. Cada día uno encuentra tres o cuatro nombres a los que encomendar.

De cuando en cuando os pediría que hicieseis memoria de aquellos sacerdotes a los que hemos conocido a lo largo de nuestra vida, de manera especial aquellos que nos marcaron en un momento determinado: el que nos administró el bautismo, el que acogió nuestra primera confesión, el de la primera comunión o el matrimonio, el director espiritual… y elevemos una oración por ellos, por su vida y ministerio si aún viven, por su eterno descanso si ya han muerto.

Sería triste que después de haber celebrado tantas misas, confesado, bautizado… después de atender a tantos enfermos, acoger a los pobres, enseñar a los niños, al final uno tenga que decir “que me lleven al pueblo donde nací para que alguien se acuerde de mí”.