23.09.14

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Segundo precepto del Decálogo del enfermo
“No veo, no entiendo, pero noto el dolor de Cristo y, en él, todo lo veo y lo entiendo.”

Lolo

Cuando sufrimos, por algún dolor físico o espiritual, no sabemos, muchas veces, a qué atenernos. Es decir, de no tener en cuenta nuestra fe no sabemos, entonces, a qué atenernos.

En más de una ocasión Cristo dijo que sin Él no podíamos hacer nada. Y tal no poder hacer se entiende desde la totalidad de la persona, de y desde el ser humano que, sabiéndose hijo de Dios tiene al Mesías como hermano suyo; espejo, pues, donde mirarse.

Ciertamente no podemos hacer gran cosa si es que no tenemos a Jesús como modelo a seguir y si no permanecemos en Él y Él en nosotros.

Esto se ve, muy bien, en materia de dolor y en realidad de sufrimiento.

Cuando padecemos alguna enfermedad, digamos, grave o pasamos por momentos espirituales difíciles de sobrellevar, es más que probable que no alcancemos a entender lo que nos pasa. Bueno, sabemos por lo que estamos pasando pero de ahí a contemplar perfectamente nuestra total naturaleza y, por tanto, comprender las razones de eso hay un paso, una distancia, muy grande.

Ni vemos, en realidad, el conjunto de lo que nos pasa y ni siquiera hacemos por verlo. Ciegos con nuestro dolor, cerramos los ojos del corazón porque creemos que es la mejor manera de enfrentarlo. Sin embargo, como suele pasar, no es que sea lo mejor sino que, al contrario, es lo menos recomendable.

Y Jesús está ahí, precisamente, para que veamos, para que sepamos lo que nos pasa y hasta las razones de lo que nos pasa.

Cuando decimos que el Hijo de Dios nos sirve de espejo en lo referido al dolor queremos decir que viendo su forma de ser y estar ante lo que pasó en su Pasión y viendo el ofrecimiento de su vida por el prójimo, para la salvación de la humanidad, no podemos, ¡qué menos!, que sobrenaturalizar aquellas situaciones por las que pasamos y que no son, precisamente, saludables sino todo lo contrario. Es ahí, en su naturaleza divina y en su comportamiento de hijo de Dios, donde podemos fijar nuestra atención. Y entonces aquello que nos corroe por dentro, que aniquila nuestra vida de hombres y que termina con nuestra paciencia y resignación, se esfuma cual voluta de humo que emerge de una hoguera o de cualquiera fuego al uso.

Ciertamente no es fácil estar a buenas con el dolor y con el sufrimiento. Sin embargo, lo puede ser si vemos en Cristo a Quien sufrió y sintió dolor (era hombre) pero supo aquilatar la situación por la que estaba pasando, el valor que tenía padecer como padeció.

Y es que es bien cierto que en Cristo lo podemos todo. Hasta esto. Es más, sobre todo, esto.

Eleuterio Fernández Guzmán