23.09.14

Darle un pisotón al diablo

A las 12:15 PM, por P. Diego Cano
Categorías : Diario de un misionero en Tanzania

Ushetu, Tanzania, 19 de septiembre de 2014.

¿Porqué siempre que dejo la cámara de fotos pasan cosas dignas de contarse? Hoy tendría que haberla llevado. Fuimos a la aldea de Hendya, pero los sucesos de hoy necesitan una introducción. Esta aldea nos recuerda a los misioneros de este lugar que “no todo es llegar y vencer”, como decía el Sto. Hno. Rafael. Y como lo dice con tanta claridad el P. Segundo Llorente:

“El que crea que ser Misionero es sinónimo de levantar el crucifijo en alto y llevarse de calle los pueblos y ciudades gentiles, se engaña de medio a medio. Eso no lo ha hecho nadie. Desde el Calvario hasta el Gobierno comunista de Madrid, la empresa misionera ha sido una cadena larguísima formada por eslabones de conquistas, derrotas, más conquistas, nuevas derrotas, triunfos, fracasos, martirios, persecuciones, herejías, victorias parciales y fusión de sangre. No se avanza a paso de gigante, sino a paso de caracol. No se conquistan reinos; se ganan algunas almas dentro de los diversos reinos. Sólo uno de cada cinco en el mundo está bautizado en la iglesia católica. Mirado en conjunto, el mundo es aún pagano. No; aquí, en las lomas del Polo Norte, no se llevan de calle pueblos y muchedumbres. Hoy se convierte uno y mañana sale otro del redil. Más tarde se convierten dos, de los cuales uno viene a la iglesia de Pascuas a Reyes, y así sucesivamente”.

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Como les he contado, tenemos 47 aldeas en nuestra parroquia, y entre ellas tenemos de todo, de las que son un modelo de trabajo y devoción, y de las que no lo son tanto… o casi nada, al menos en lo que se puede ver externamente. No son el común de las aldeas, y de los fieles, sino que la mayoría siempre son un gran ejemplo para todos nosotros, pero de vez en cuando es bueno contar algunas de estas historias para tener una verdadera idea de la misión y en qué consiste nuestro trabajo. Pensemos que no siempre será llegar a una aldea y que salgan corriendo a recibir al misionero, cantando y alegrándose, y entrar en una iglesia rebosante de gente que reclaman insistentemente la confesión y te agradecen a diestra y siniestra. Aldeas como éstas tenemos, y muchas, y gracias a Dios son la mayoría; pero no siempre es así. Aclaro sin embargo, que siempre existe el riesgo de generalizar, porque aún en una aldea pequeña, lejana, y poco atendida, podemos encontrar corazones muy valiosos.

Retomando el hilo, hoy iba a ir a Hendya, una aldea que venía arrastrando una serie de sucesos poco felices. Por un lado, durante mucho tiempo el catequista vivía en concubinato, sin casarse y sin dar el brazo a torcer a las insistencias del párroco. Se llego al punto de tener que pedirle que deje su trabajo, y buscar otro que tome su puesto, que no se pudo encontrar. Para agregar a esto, es un aldea que no tiene capilla, sino que rezan debajo de un árbol. Comenzaron la construcción, pero sin mucho profesionalismo… lo cual llevó a que las paredes se cayeran un par de veces. Así fue que ellos, en vez de llamar a un albañil mas diestro, llamaron a los brujos para que hicieran su fetiches en ése lugar. Ya se darán cuenta que la cosa iba de mal en peor, y así los mismos fieles dejaron de ir a la capilla, y los líderes dejaron de ser líderes. Este año, cuando comenzamos el matomolo (bendición de los frutos), el día que les tocaba a ellos nos dijeron no podían, que no había nadie, que no había catequista, ni líderes… ya, ni frutos de la cosecha para bendecir.

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Verán que estamos en el nudo de la historia. No me dejen en este momento, veamos como comienzan a despejarse los nubarrones que amenazan a no retirarse. Por gracia de Dios, gracias a las oraciones de tantos, y la continua insistencia de otros, el catequista decidió casarse y dar nuevo comienzo a su trabajo. Dios tocó ése corazón, como sólo Él lo sabe hacer. Podemos decir que estábamos en vías de un nuevo comienzo, pero todavía falta mucho.

Hoy era la segunda fecha que pusimos para ir a celebrar la misa de matomolo, y de paso queríamos ir a bendecir nuevamente el terreno y la construcción, luego de haber sido objeto de brujerías y rituales paganos. Media hora antes de salir, a la 9:00 de la mañana, llama el catequista de Hendya, para decir que estaba fuera de la iglesia, debajo del árbol, con sólo dos feligreses. Sobre llovidos, mojados, pensé. Cuando Filipo, nuestro catequista me avisa eso, le digo: “Dígale que vamos a ir igual”. Y le dije a Filipo que al menos rezaríamos, bendeciríamos el terreno y la iglesia, y nos volvíamos, si eran pocos. Al momento de subir a la camioneta, Filipo va a buscar el bolso con las cosas de misa. Yo dudé si hacía falta, y él me respondió: “llevémoslo por las dudas”. Yo pensaba que iba a ser una visita breve, y por eso ni se me ocurrió llevar la cámara… ni que decir que hasta los caramelos de los niños me olvidé.

Recorrimos por más de 40 minutos un camino muy malo, uno de los peores que he recorrido en la parroquia, y no es poco decir. Comenzamos a llegar a la aldea, y por las casas que pasábamos nos miraban con muchísima sorpresa. Al llegar a la capilla, de verdad que la vista no era de lo mas alentador. Un puñado de fieles, sentados fuera de lo que sería la iglesia, sólo construidas las cuatro paredes. Al bajarme del vehículo contrariamente a lo acostumbrado, tuve que ir a saludarlos a ellos que estaban todos sentados sobre algunas piedras. Pero ya eran mas de dos… unos diez mas o menos. Y esperaban la misa allí, debajo del árbol. A unos 15 metros, un grupo de hombres se dedican a tomar alcohol… y la vida de la aldea seguía su marcha, con niños dando vueltas, gente que trabaja en la casa, las motos y bicicletas que pasaban y miraban qué hacíamos.

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Yo ofrecí confesar un rato, y vinieron tres personas. Acto seguido, comienzo la misa. Pusimos el vehículo detrás del celebrante, para no estar mirando y escuchando los comentarios y las risas de los que estaban en el precario “bar”… que en realidad no es tal, sino que todos también se sientan compartiendo la sombra de un árbol y allí pasan copa tras copa de un alcohol casero muy fuerte y tóxico. Les soy sincero, que fue un poco cuesta arriba comenzar la misa, pero a medida que iba transcurriendo, me daba cuenta de la gran gracia que significaba… hacía dos años que Cristo en la Eucaristía no se hacía presente en esa aldea; los veía cantar, sin nada de respeto humano, estábamos debajo de un árbol, un puñado de católicos, rodeados de paganos, que pasaban y miraban, algunos se burlaban… pero como pasó con dos motocicletas que pasaron, sus burlas quedaron ahogadas por los cantos que continuaban sin inmutarse en lo más mínimo. Me admiró mucho esto, tal vez nosotros en nuestra sociedad nunca veríamos algo así. Me dio que pensar que si bien el diablo andaba haciendo de las suyas en ése lugar, por algo la fe se mantenía, por encontrar corazones tan desprendidos del respeto humano… y mucho mas en una aldea donde todos se conocen.

Al llegar el final de la misa, bendije el agua y la sal, luego el matomolo (los frutos, en este caso maíz y maní), y les hice una pequeña arenga en medio-swahili, para que no se desanimen, pero sobre todo para que no vuelvan a las costumbres de los paganos. Hemos salido de las tinieblas y entrado en la luz de Cristo por el bautismo, no volvamos atrás. No podemos mezclar en nuestra vida y creencias las cosas de Dios y las del diablo. Hubiera querido decirles más cosas, pero no me venían las palabras… De todos modos nos entendimos bien. Así que por todo eso, íbamos a bendecir nuevamente el lugar de la capilla, y que si se caía alguna pared otra vez, que llamaran a un albañil de buena mano. Que en verdad si uno miraba las paredes, le daba sensación de mareo.

Había llevado para la ocasión una Medalla Milagrosa de la Virgen, una estampa con una reliquia de segundo grado de San Juan Pablo II, y otra de San Pio de Pietralcina. Las íbamos a enterrar allí para que ellos sean los protectores del lugar. Luego de tirar agua bendita para todos lados, y en abundancia, para que de paso sea bien visible por todos, enterramos la medalla y estampas, y allí mismo Filipo invitó a cantar… la alegría era notoria en todos… como se imaginan, se prendieron ahí nomás. Parecía que había una alegría que había sido contenida por mucho tiempo. Me alegró mucho mirar las cara de alegría mientras cantaban y bailaban. La canción con la que se comenzó fue ésta, que les arrancó varias sonrisas:

Njooni wote, tujiunge na shirika la Moyo… Vengan todos, unámonos al grupo del Sagrado Corazón

Tumponde-ponde Shetani… Pisoteemos al demonio, (y en ése momento todos al mismo tiempo hacen como que lo pisan); Tumsage-sage Shetani… Molamos al demonio… (Y con el pié hacían el gesto en el piso de pisar y moler… refregar).

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Me parecía que la alegría había estado contenida, por el hecho de que en tanto tiempo no tenían la misa, las confesiones, la bendición… y terminamos pisoteando al demonio. Mañana viene hasta la misión el catequista para llevarse una imagen de la Virgen, de yeso, de unos 40 cms, que hemos hecho aquí mismo en la misión. Van a juntarse a rezar el rosario ante la imagen, debajo del árbol, antes de tener la celebración de la palabra cada domingo.

No me alargo contando las despedidas, conversaciones antes de partir. Todos agradecidos, y reconociendo que se habían dejado ganar por el desánimo, pero pedían que estas visitas sean cada vez más frecuentes.

Una vez en el auto, con Filipo no dejamos de ponderar cómo había sido toda esta historia… cómo el demonio siempre es el encargado de desanimar. Ellos se desanimaron, llamaron a los brujos, la iglesia se cae, van dejando de rezar… Éste día, casi que no vamos, primero porque el catequista nos llama para decirnos que eran sólo tres los que estaban; casi que no llevamos la valija de la misa… y luego esa misa que empezó con tantas contrariedades. Pero finalmente todo se hizo, fuimos hacia adelante por gracia de Dios. Podemos decir que hicimos como nos enseña San Ignacio, que se debe ponermucho rostro contra las tentaciones del enemigo (EE [325]).

Se nos vino a la mente esas palabras de San Pablo sobre la lucha del cristiano: “No es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires” (Ef 6,12). Y por lo mismo sabemos que nuestras armas son espirituales.

Como les dije, no llevé la cámara de fotos, así que las imágenes que acompañan, son de una anterior visita en que fui para atender un enfermo.

Dios los bendiga.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego.