26.09.14

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

La luz de la fe y la familia

Fe y familia
52. En el camino de Abrahán hacia la ciudad futura, la Carta a los Hebreos se refiere a una bendición que se transmite de padres a hijos (cf. Hb 11,20-21). El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona. En este sentido, Sara llegó a ser madre por la fe, contando con la fidelidad de Dios a sus promesas (cf. Hb 11,11).

53. En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe. Todos hemos visto cómo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades.

Lumen fidei

Podemos decir que la fe tiene mucho que ver con el sentido que, de la familia, tiene el discípulo de Cristo. Por eso en Lumen fidei el Papa Francisco dedica dos números del mismo a tan importante tema.

El Santo Padre reconoce la importancia de la familia. Y no es algo que se le haya ocurrido a Él con una especie de iluminación o cosa por el estilo sino porque reconoce que desde los tiempos remotos, en los que el padre Abrahám aceptó el mensaje de Dios, el ser humano ha tenido a tal grupo social como lo más importante de su propia existencia.

No es exagerado decir que lo primero que la fe ilumina, eso lo dice el Papa, es, precisamente, la familia. Empezando por el matrimonio como instrumento espiritual de relación entre el hombre y la mujer que se convierten en una sola carne (en palabras de Cristo según el Génesis) abandonando lo que antes eran para venir a ser algo más.

Y es que prometerse para siempre tiene mucho que ver con el sentido de trascendencia que tenemos inserto en nuestro corazón. Hay algo muy por encima de nuestras existencias que, además, ha dado forma a las mismas, las ha creado. Y teniendo eso en cuenta, el ser humano hombre y mujer, cuando contraen matrimonio, procuran servir a Dios en tal acción, en tal proceder.

Dios, que quiso lo mejor para su descendencia y que quiere, ahora mismo (pues la/nos mantiene) que la misma se procure lo mejor para sí, confía al hombre y a la mujer una posibilidad santa y digna de ser tenida por divina: engendrar un hijo. Y en la transmisión, así, de la vida, la fe ilumina la nueva existencia y trae al mundo un nuevo ser, hijo también de Dios.

Reclama el Papa Francisco, aquí mismo y en otras ocasiones lo mismo ha hecho, que la familia ha de ser un seno de fe donde se practique la fe que tiene la misma. Y tal es así porque en tan crucial célula social el ser humano crece no sólo físicamente sino, también, espiritualmente. Dejar de hacer eso es olvidar una de las misiones que la familia tiene encomendada por parte del Creador.

Y es que dentro de la familia, y sirviéndose de la fe como luz que guía en el devenir de nuestra existencia y, por tanto, dando forma a un proceder y a un ser y estar, el ser humano manifiesta fidelidad a Dios que, queriendo que su criatura (semejanza e imagen suya) creciese en un ámbito santo por serlo y santificado por querer serlo.

Eleuterio Fernández Guzmán