28.09.14

Con uno como tú tenemos bastante

A las 7:45 PM, por Jorge
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Daría algo por encontrar aquel cartel. No recuerdo la imagen, pero sí perfectamente la frase que acompañaba: “No quieras que todos sean como tú. Con uno como tú tenemos bastante”.

La he empleado mucho en la vida parroquial consciente de que los conflictos en las parroquias, tanto entre colaboradores como entre sacerdotes, rara vez viene por problemas de doctrina, liturgia o de graves discrepancias en moral. Lo que enciende los ánimos, molesta y encocora son los “modos”, las “formas”, los “detalles”.

No creo que en jamás de los jamases dos catequistas discutan agriamente sobre la forma de explicar a los niños la transustanciación o animar a los padres a acudir a misa dominical. Eso sí, como Juani sea un poco abandonada para el aula de catequesis y Manolo, que es la perfección con patas, encuentre un papel en el suelo, arden Troya y toda la Gracia clásica.

Tampoco llegará la sangre al río si se trata se preparar la liturgia dominical. Pero he visto auténticas peloteras a cuento de quién decide qué mantel se coloca y si se ha colocado el purificador adecuado. Aún recuerdo no voces, sino peleas a grito pelado sobre la cantidad y calidad de las flores en una misa solemne.

Los líos gordos en la parroquia raramente sucederán por grandes asuntos de especial gravedad. Pero como se junten en una tarea don orden perfecto y doña qué más da, hay que acudir a los municipales. Si coinciden doña simpatías y don severidad, más de lo mismo, como si a la postre se vienen a juntar en Cáritas don blandengue y doña ni un euro más…

La verdad es que el hecho de que se reúnan en torno a la parroquia gentes tan diversas, es de una riqueza excepcional. Uno aporta la exactitud, el otro una cierta flexibilidad, este generosidad quizá excesiva, aquél mayor control de los dineros, el de acá la pulcritud de una patena de las de antes y el de acullá alguna mota de polvo que se le cuela.

He hablado de voluntarios hasta ahora. Pero no se olviden de los fieles de cada día. Porque a don Manuel le gustan las misas rezadas, lo que pasa es que a su lado está doña Eduvigis que se emociona con el canto y quiere más y más. Don Juan es de homilías cortitas o mejor sin homilía, y don Alberto gusta de grandes pláticas a lo de antes. Doña Justa es de flores, puntillas, adornos y perifollos, mientras que doña Soledad, como su propio nombre indica, es austera de esas que se indignan ante una vainica doble.

Y todos acuden al párroco a quejarse de lo que a su juicio tan imperfectamente hacen los demás. Pues para esos momentos es para los que echo en falta el cartelito de marras: “No quieras que todos sean como tú…”

Un don Manuel está bien, trescientos sería un horror. Una señora maniática de la limpieza es tolerable, cien sería como para marcharse a misiones. Y al revés. Una persona poco limpia se aguanta, doscientos cochinos hacen una pocilga de las gordas. Ahora, qué bien que coincidan los dos para que la una sea menos maniática y el otro espabile.

Pues eso. Un don Manuel, una doña Justa, una doña Soledad, un don Alberto, o a lo sumo dos, y ni uno más.

Estas pequeñas cosas de las parroquias, pequeñas pero que son el origen de los conflictos desagradables, digo siempre que deben resolverse con perdón, tolerancia mutua, serenidad y una pizquita de sentido del humor. Ahí es cuando digo: doña Soledad… no quiera que todos sean como usted… con una como usted la parroquia tiene bastante…

Y doña Soledad se sonríe mientras dice por lo bajinis… este cura… ay este cura… Y no sé si lo dice como halago o porque me deja por imposible.