CARTA DEL OBISPO

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

 

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SANTANDER | 31.10.2014


Queridos hermanos:

            El día 2 de noviembre celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos. En torno a ese día nuestros cementerios se convierten en lugares de romería y peregrinación de devoción y amor a nuestros seres queridos difuntos.

            En esta carta  quiero ofrecer algunos puntos de la doctrina de la Iglesia sobre la fe en la resurrección de los muertos y sobre el significado de los sufragios por los difuntos.

            La resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro son elementos esenciales de la revelación cristiana y artículos del credo de nuestra fe. “El máximo enigma de la vida humana es la muerte” (Vaticano II, GS 18). Sin embargo, la fe en Cristo convierte este enigma en certeza de vida sin fin. La muerte es el final de la etapa terrena de la vida, pero no de nuestro ser, pues el alma es inmortal.

            La  muerte es el paso a la plenitud de la vida verdadera, por lo que la Iglesia, invirtiendo la lógica y las expectativas de este mundo, llama dies natalis al día de la muerte del cristiano, día de su nacimiento para el cielo, donde “no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni preocupaciones, porque las cosas de antes han pasado” (Ap 21, 4). La muerte es la prolongación de la vida en un modo nuevo, porque como dice la Liturgia: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Misal Romano, Prefacio de difuntos I).

            A diferencia de toda idea de reencarnación, entendida como vuelta de una persona que ya ha vivido, en formas  nuevas y diferentes en la historia de los hombres, la fe cristiana en la resurrección de los muertos afirma el valor irrepetible de cada existencia individual humana. Amada y redimida por Dios en la totalidad de su ser, toda persona está llamada a una alianza de fidelidad eterna y encuentro personal con el Dios de la vida y de la historia.

            La Iglesia aplica sufragios por los difuntos e implora la vida eterna no sólo para los discípulos de Cristo muertos en su paz, sino también para todos los difuntos, cuya fe sólo Dios ha conocido.

            Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la comunión de los santos. Así, “la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, ‘porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (2 Mac 12, 46)” (LG 50). Estos sufragios son, en primer lugar, la aplicación de la celebración de la santa misa, y después, otras expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de los difuntos.

            Con mi afecto de siempre, gratitud y bendición,

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander