1.10.14

Amor de  Dios

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

(1 Jn 4, 16)

Este texto, de la Primera Epístola de San Juan es muy corto pero, a la vez, muestra la esencia de la realidad de Dios al respecto del ser humano que creó y mantiene en su Creación.

Es más, un poco después, tres versículos en concreto, abunda en una verdad crucial que dice que: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero”.

Dios, pues, es amor y, además, es ejemplo de Amor y luz que ilumina nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo. Pero eso, en realidad, ¿qué consecuencias tiene para nuestra existencia y para nuestra realidad de seres humanos?

Que Dios sea Amor, como es, se ha de manifestar en una serie de, llamemos, cualidades que el Creador tiene al respecto de nosotros, hijos suyos. Y las mismas se han de ver, forzosamente, en nuestra vida como quicios sobre los que apoyarnos para no sucumbir a las asechanzas del Maligno. Y sobre ellas podemos llevar una vida de la que pueda decirse que es, verdaderamente, la propia de los hijos de un tan gran Señor, como diría Santa Teresa de Jesús.

Decimos que son cualidades de Dios. Y lo decimos porque las mismas cualifican, califican, dicen algo característico del Creador. Es decir, lo muestran como es de cara a nosotros, su descendencia.

Así, por ejemplo, decimos del Todopoderoso que muestra misericordia, capacidad de perdón, olvido de lo que hacemos mal, bondad, paciencia para con nuestros pecados, magnanimidad, dadivosidad, providencialidad, benignidad, fidelidad, sentido de la justicia o compasión porque sabemos, en nuestro diario vivir que es así. No se trata de características que se nos muestren desde tratados teológicos (que también) sino que, en efecto, apreciamos porque nos sabemos objeto de su Amor. Por eso el Padre no puede dejar de ser misericordioso o de perdonarnos o, en fin, de proveer, para nosotros, lo que mejor nos conviene.

En realidad, como escribe San Josemaría en “Amar a la Iglesia “ (7)

“No tiene límites el Amor de Dios: el mismo San Pablo anuncia que el Salvador Nuestro quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad (1 Tim II, 4).”

Por eso ha de verse reflejado en nuestra vida y es que (San Josemaría, “Forja”, 500)

“Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites”.

Nos atrae, pues, Dios con su Amor porque lo podemos ver reflejado en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que es cierto y porque no se trata de ningún efecto de nuestra imaginación. Dios es Amor y lo es (parafraseando a San Juan cuando escribió – 1Jn 3,1- que somos hijos de Dios, “¡pues lo somos!”) Y eso nos hace agradecer que su bondad, su fidelidad o su magnanimidad estén siempre en acto y nunca en potencia, siempre siendo útiles a nuestros intereses y siempre efectivas en nuestra vida.

Dios, que quiso crear lo que creó y mantenerlo luego, ofrece su mejor realidad, la misma Verdad, a través de su Amor. Y no es algo grandilocuente propio de espíritus inalcanzables sino, al contrario, algo muy sencillo porque es lo esencial en el corazón del Padre. Y lo pone todo a nuestra disposición para que, como hijos, gocemos de los bienes de Quien quiso que fuéramos… y fuimos.

En esta serie vamos, pues a referirnos a las cualidades intrínsecas derivadas del Amor de Dios que son, siempre y además, puestas a disposición de las criaturas que creó a imagen y semejanza suya.

Dios es compasivo

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

(1 Jn 4, 16)

Compasión de Dios

Hay una escena en la película “Gladiator” que siempre me ha producido una especie de pavor por lo que supone.

Comodo, que mata a su padre el emperador Aurelio, conversa con su hermana Lucilla con la que había estado manteniendo una relación totalmente inmoral. La está conminando a que le de un heredero y la amenaza con matar al hijo que ella tiene. Todo esto con el más terrible semblante de amenaza.

En un momento determinado, Comodo le dice que no es compasivo. Y, como parece que no se ha expresado con suficiente ánimo, lo dice gritando: ¡No soy compasivo!

Y es que esta escena tiene bastante relación con otra de la película “La lista de Schindler” en la que, estando en un campo de concentración, quien tiene el mando militar da la impresión de que perdona a un encarcelado y lo deja escapar. Pero cuando está en la distancia piensa algo que le hace cambiar de idea y, apuntando su arma, dispara y lo mata.

Todo esto es ejemplo de lo que, justamente, no es Dios. Y es que el Creador es verdaderamente compasivo.

La compasión requiere de un corazón tierno, de un corazón de carne y no de piedra.

En realidad, como aquello que tiene relación con el corazón de Dios tiene un mismo origen pudiera dar la impresión de que estamos, siempre, con lo mismo. Sin embargo, la riqueza infinita del Creador hace posible que lo que, en síntesis, es la manifestación exacta de las entrañas del Padre, pueda verse desde muchos puntos de vista. Y de tal poliédrica circunstancia participa la compasión de Dios.

Que Dios es compasivo nos lo dice su Hijo. Por ejemplo, en el evangelio de San Lucas (6, 36) se pone en boca del Emmanuel

“Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo”

Pero mucho antes, el salmista (79, 8) cuando escribe

“No recuerdes contra nosotros
Las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.”

En ambos textos se nos dice lo que es Dios, a tal respecto, y lo que espera el Creador de nosotros.

A este respecto, la compasión de Dios, que sea compasivo con sus hijos, tiene que ver mucho con la ternura. Así, en algunas traducciones de las Sagradas Escrituras se escribe (refiriéndonos al Salmo citado arriba)

“No recuerdes contra nosotros culpas de antepasados, vengan presto a nuestro encuentro tus ternuras, pues estamos abatidos del todo.”


Y eso porque Dios es tierno, compasivo, con su descendencia. Y lo manifiesta en bondades sin término y en atenciones tiernas con nosotros que tan díscolos somos las más de las veces. ¡Compasión, ternura, frente a traición e infidelidad!

A lo mejor Dios siente lástima de nosotros pues siendo sus hijos preferimos, demasiadas veces, actuar como si no lo fuéramos.

Y a eso se le llama, también, fidelidad.

Eleuterio Fernández Guzmán