3.10.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

La fe ilumina la sociedad

Luz para la vida en sociedad
“54. Asimilada y profundizada en la familia, la fe ilumina todas las relaciones sociales. Como experiencia de la paternidad y de la misericordia de Dios, se expande en un camino fraterno. En la ‘modernidad’ se ha intentado construir la fraternidad universal entre los hombres fundándose sobre la igualdad. Poco a poco, sin embargo, hemos comprendido que esta fraternidad, sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir. Es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad. Desde su mismo origen, la historia de la fe es una historia de fraternidad, si bien no exenta de conflictos. Dios llama a Abrahán a salir de su tierra y le promete hacer de él una sola gran nación, un gran pueblo, sobre el que desciende la bendición de Dios (cf. Gn 12,1-3). A lo largo de la historia de la salvación, el hombre descubre que Dios quiere hacer partícipes a todos, como hermanos, de la única bendición, que encuentra su plenitud en Jesús, para que todos sean uno. El amor inagotable del Padre se nos comunica en Jesús, también mediante la presencia del hermano. La fe nos enseña que cada hombre es una bendición para mí, que la luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano.

¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo. En el siglo II, el pagano Celso reprochaba a los cristianos lo que le parecía una ilusión y un engaño: pensar que Dios hubiera creado el mundo para el hombre, poniéndolo en la cima de todo el cosmos. Se preguntaba: ‘¿Por qué pretender que [la hierba] crezca para los hombres, y no mejor para los animales salvajes e irracionales?’[46]. ‘Si miramos la tierra desde el cielo, ¿qué diferencia hay entre nuestras ocupaciones y lo que hacen las hormigas y las abejas?’[47]. En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites.
55. La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla; nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común. La fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso; perdón posible cuando se descubre que el bien es siempre más originario y más fuerte que el mal, que la palabra con la que Dios afirma nuestra vida es más profunda que todas nuestras negaciones. Por lo demás, incluso desde un punto de vista simplemente antropológico, la unidad es superior al conflicto; hemos de contar también con el conflicto, pero experimentarlo debe llevarnos a resolverlo, a superarlo, transformándolo en un eslabón de una cadena, en un paso más hacia la unidad.

Cuando la fe se apaga, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella, como advertía el poeta T. S. Eliot: ‘¿Tenéis acaso necesidad de que se os diga que incluso aquellos modestos logros / que os permiten estar orgullosos de una sociedad educada / difícilmente sobrevivirán a la fe que les da sentido?’[48]. Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos sólo por el miedo, y la estabilidad estaría comprometida. La Carta a los Hebreos afirma: ‘Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad’ (Hb 11,16). La expresión ‘no tiene reparo’ hace referencia a un reconocimiento público. Indica que Dios, con su intervención concreta, con su presencia entre nosotros, confiesa públicamente su deseo de dar consistencia a las relaciones humanas. ¿Seremos en cambio nosotros los que tendremos reparo en llamar a Dios nuestro Dios? ¿Seremos capaces de no confesarlo como tal en nuestra vida pública, de no proponer la grandeza de la vida común que él hace posible? La fe ilumina la vida en sociedad; poniendo todos los acontecimientos en relación con el origen y el destino de todo en el Padre que nos ama, los ilumina con una luz creativa en cada nuevo momento de la historia.

Lumen fidei

Por mucho que los adalides de la modernidad quieren hacernos creer acerca de que la fe ha de tener un contexto privado, lo bien cierto es que la creencia en Dios Todopoderoso, a nivel social, tiene consecuencias indudables. Queremos decir que los creyentes no somos islas y que vivimos, unos con otros, en una sociedad que nos acoge como otros miembros más. Tiene, pues, que notarse que somos hijos de Dios y que eso nos importa.

A este respecto, el Papa Francisco abunda en el caso del abandono de la fe en su aspeco social o, lo que es lo mismo, en qué pasa, en qué nos pasa, cuando damos de lado la fe que tenemos. Y, claro está, esto tiene más importancia de la que podemos pensar.

Y es que, históricamente, la fe ha sido el instrumento ideal para que la vida en sociedad no se aviniera con lo malo y peor. Por eso habla acerca de los tiempos de Abrahám a quien Dios prometió entregar, procurarle, una gran nación, un gran pueblo… sociedad, al fin y al cabo. Y lo cumplió a rajatabla

Que la fe tenga que servir de instrumento de unión de la sociedad no quiere decir que no se den conflictos sociales. Sin duda se han dado a lo largo de los siglos, ahora mismo se están dando y, seguramente, se darán mañana. Y es que el ser humano, apartándose de Dios y dejando su fe escondida debajo de cualquier celemín, consigue, exactamente, lo contrario de lo que debe alcanzar apoyándose en el Creador.

Pues bien, ¿qué tiene que ver la fe y su luz con la sociedad?

En realidad, tiene que ver todo pues tener como buena y mejor una santa doctrina sólo puede ir en beneficio general. Si, además, la misma es la sembrada por Dios Todopoderoso en nuestros corazones es, como suele decirse, miel sobre hojuelas.

Nos dice el Santo Padre que se descubre la dignidad de la persona en cuanto se tiene en cuenta la fe. Y eso lleva, de forma inexorable, a respetar a todo ser humano que vive junto a nosotros que, por ser nuestro prójimo, tiene exactamente la misma dignidad que cada uno de los hijos de Dios.

Esto es, así dicho, el ejemplo perfecto de qué significa la fe para la vida social del ser humano; la fe verdadera, la católica.

Con fe, con la fe, sabemos (o descubrimos de no saberlo) que la naturaleza está creado para provecho (en el buen sentido) del ser humano. Y que, por eso mismo, debemos respetarla por ser donación de Dios. También que en nuestra vida social debemos ejercitar, con provecho, el valor del perdón…

Perdonar, en sociedad, es ejemplo de cómo puede un ser humano atender la voluntad de Dios sin, por ello, alejarse de su otro. Es más, es la mejor forma de demostrar que se tiene una filiación que, por ser divina, nos une con Aquel que todo lo creó y mantiene.

Socialmente, pues, la fe sirve de argamasa que une a los individuos que formamos parte de ella. Y nos une porque ha de ser única, aquella que Dios quiso y quiere para su creación que considerara muy buena cuando la creó.

Y es que, al fin y al cabo, la luz de la fe ilumina el camino que, en sociedad, vamos recorriendo y, además, nos sirve para no perder de vista, en la tiniebla, al prójimo.

Eleuterio Fernández Guzmán