Para el director del Centro Penitenciario de Alhaurín de la Torre, Ángel Herbella, la labor de la Iglesia, a través de Pastoral Penitenciaria, es fundamental para que muchos, al salir de la cárcel, puedan recuperar la vida que han perdido.

-La Iglesia está presente en cada pueblo o barrio sirviendo a la gente. En la cárcel no podía faltar…

-La prisión de Alhaurín es una pequeña gran ciudad. Entre la población penitenciaria y los funcionarios, estamos cerca de 2.000 personas. La labor de la Iglesia, a través de la Pastoral Penitenciaria, es como la de una parroquia. Es una labor esencial, diaria y, los fines de semana, centrada en la celebración de la Eucaristía. Da el apoyo que necesitan las personas privadas de libertad. No hay un modelo único. Allí cada persona es un mundo. Tiene sus problemas, sus vivencias, sus dramas. Y es una labor cercana, agarrándole de la mano y escuchando para que esa persona se abra y pueda, una vez que salga en libertad, recuperar esa vida que ha perdido. En esta vida hablamos muchas veces más de la cuenta pero no sabemos escuchar. La Iglesia les ofrece poder ser escuchados, saber que no están solos, que siempre pueden tener apoyo, les anima a recuperarse y a saber que, cuando salgan en libertad, van a seguir teniendo ese apoyo que necesitan.

-¿Ayuda la fe a los reclusos?

-La fe es algo en lo que siempre te apoyas, te da fuerza en los momentos duros de tu vida. Muchos incluso encontraron la fe precisamente dentro del mundo penitenciario. Era algo que habían apartado de su vida y han sabido valorarlo. Son los reclusos quienes van buscando a los miembros de Pastoral Penitenciaria, y son ellos quienes se acercan a la fe, no al revés.

-Será difícil encontrar una celda sin una imagen o una estampa.

-Difícil no, imposible. Y no sólo en las celdas, sino en cualquier despacho de los funcionarios. Está muy presente el sentimiento religioso y cofrade. El Rico tiene un especial protagonismo, pero también el Cautivo, aunque cada uno tiene su propia devoción.

-¿Cómo han celebrado el Día de la Merced?

-La sensación es como la de las fiestas en cualquier pueblo, siempre entrecomillado, claro. Se durante semana y media aproximadamente. Comenzamos con la finalización de los actos de la cofradía del Rico, con motivo del 75 aniversario de la talla del Cristo, con una celebración eucarística dentro del centro. Fue una oportunidad para los reclusos el poder ver al Cristo que cada año libera a un preso. Por eso, el Rico ha estado dentro del centro penitenciario para que todos los cristianos puedan disfrutar y rezar con su Cristo. A partir de ahí hemos tenido muchos actos culturales, lúdicos, deportivos… El día 23 celebramos una misa para todos los internos, y las celebraciones concluyeron el día 24 con un acto institucional, con imposición de medalla a los funcionarios galardonados por su actividad extraordinaria desarrollada a lo largo del año.

-¿Cómo valora la labor de los miembros de Pastoral Penitenciaria?

-Es muy de alabar la labor de las personas voluntarias que se quitan tiempo de su familia y vienen al centro penitenciario para dar lo que tienen a otras personas. Podemos tener 40 personas ahora que vienen diariamente, o una vez en semana, y el equipo se va renovando. Animo a los chavales jóvenes a participar, porque su experiencia les puede ayudar mucho a los reclusos. Hay gente muy mayor también. Es extraordinaria la labor que están haciendo. Es una labor, como la de una parroquia, una labor de todos. Su éxito está en el conjunto, no en las personalidades.

-El reconocimiento del trabajo que realiza la Iglesia en favor de la reinserción se materializó en Málaga hace unos años con la puesta en marcha del nuevo centro de inserción que se bautizó con el nombre de un sacerdote que vive en nuestra diócesis y que trabajó mucho en ese campo…

-Evaristo Martín Nieto, así es. Yo abrí precisamente ese centro de inserción social como director. Con Evaristo tengo una anécdota curiosa. Él estuvo en la inauguración y al poco tiempo llamó para hablar conmigo. Me pasaron su llamada con ciertas dudas. Me decían: “Es una persona muy rara que dice que se llama como el centro, Evaristo Martín Nieto. Creo que me está tomando el pelo”. Le tuve que explicar que no era un bromista, que Evaristo está vivo y que es él el que ha puesto el nombre al centro de inserción social.

-El Papa llama habitualmente a los reclusos que él visitaba con frecuencia en Argentina y explica que ninguno estamos libres de cometer un fallo como el de ellos.

-Lo que dice el Papa es una lección de humildad y rompe con la soberbia que tenemos muchos de decir: “a mí nunca me va a pasar”. No, aquí nadie está libre de pecado y errores puede cometer todo el mundo. Hay que saber perdonar los errores y saber ser humilde en todas las situaciones que te pasan en tu vida. Yo comparto las palabras del Papa. Precisamente, mis internos, lo invitaron a que estuviera presente en la misa del 75 aniversario del Rico. Fueron ellos quienes tomaron la iniciativa y le mandaron una carta muy cariñosa a la que el papa ha contestado también de igual manera. Yo me asusté un poco porque pensé: “¡Tal y como es este papa, es capaz de venir!”.

-Los casos de corrupción están llevando a la cárcel, precisamente, a personas que se salen del estereotipo de delincuente al que nos llevan los prejuicios. Hablamos de gente con estudios, con muchas oportunidades en su vida, a quienes nunca les ha faltado de nada…

-Para eso está muy bien también la cárcel. No hay que olvidar que la pena de prisión tiene también un fin intimidatorio, un fin de castigo y hay gente que tiene que ver esa dureza de la cárcel por las consecuencias de sus actos que libremente ha realizado. El apoyo lo tiene que tener todo el mundo, sí, pero hay que volcarse, sobre todo, en la gente que por circunstancias de marginalidad, de falta de valores sociales, de falta de oportunidades merecen una especial apuesta por la reinserción. Por eso hay que darles esa educación, esa formación inexistente para recuperarlas en la vida en sociedad.

-¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie por ayudar a los que se rehabilitan en la cárcel?

-Primero confiar. Están privados de libertad porque han cometido un delito; y están en prisión porque lo están pagando, están saldando una deuda con la sociedad. Una vez que la cumplan, si no damos ese apoyo a nivel de reinserción, con formación, con ayuda en la búsqueda de empleo; si sus propias familias no los aceptan en sus brazos para que puedan reiniciar su vida, los estamos abocando otra vez a la comisión de un delito. Y de eso somos culpables todos los que no ayudamos a su reinserción, no sólo su entorno familiar. Ese rechazo social es lo que puede abocar a una persona a que vuelva a caer en un delito. Una persona que sale de la prisión y se reincorpora a la sociedad es una seguridad para el ciudadano. Es una persona que no va a atentar contra mi patrimonio o incluso contra mi vida. Y el mirar para otro lado es un fracaso social.

-Debe ser muy satisfactorio cuando devuelve a la sociedad a un preso que realmente ha rehecho su vida tras su paso por el centro penitenciario

-Es una satisfacción enorme. Me los encuentro por la calle, veo que están trabajando, me presentan a los niños, me invitan incluso a comuniones, a bodas, bautizos… Me siento casi como de su familia. Hay que tener en cuenta que el mío es un trabajo muy complicado porque no trabajo números, ni estoy en un despacho haciendo informes.. Es un trabajo de estar con ellos, escuchándolos. Yo y todos mis funcionarios. Y es un trabajo que muchas veces trasciende lo profesional y llega a lo personal, porque estás escuchando problemas reales. Estás atendiendo a familiares que son inocentes del delito de su hijo y los tienes que atender en tu despacho y ves auténticos dramas familiares. Gente que llora, gente absolutamente en la miseria que llega al pozo que significa tener a un hijo o a un marido preso… Eso es muy duro. En todos los trabajos tienes que dejar tu profesión en el trabajo y no llevártelo a casa. Para mí eso es imposible, porque lo que has vivido ese día le estás dando vueltas por la noche. Recuerdas muchas frases o experiencias que te han contado, o situaciones dramáticas que están viviendo otras personas. Es duro.

(Antonio Moreno Ruiz – Diócesis de Málaga)