HOMILÍA DEL OBISPO

SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA

Seminario de Monte Corbán 2014

 

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SANTANDER | 24.11.2014


Textos: 2 Cor 4, 7-15; Ps 125, 1-6; Lc 9, 23-26

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander

 

            Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, claustro de profesores,  seminaristas, personas de servicio y amigos del Seminario, miembros de vida consagrada.

            Celebramos hoy con gozo la fiesta anticipada de Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir, fiesta tradicional y con solera en nuestro Seminario de Monte Corbán, que la honra como a su patrona. Lo hacemos compartiendo juntos la Misa y la mesa, evocando vivencias y cantando su himno. Mi gratitud al Seminario de Monte Corbán, que nos abre sus puertas y nos acoge con gozo.

Hoy entramos en comunión con Santa Catalina de Alejandría y recordamos su memoria. Celebrar la fiesta de Santa Catalina es glorificar a Dios, fuente de toda santidad. Ella nos ofrece el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos como ella la corona de gloria que no se marchita (cfr. Prefacio de los santos I).

            La Eucaristía, “sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad”, nos hermana en torno al mismo pan y al mismo cáliz, que se convertirán en el cuerpo entregado por nosotros y en la sangre derramada para el perdón de los pecados.

Vida y culto

            Las noticias sobre la vida de Santa Catalina nos las proporcionan documentos tardíos, el más antiguo es la Passio, redactada inicialmente en griego (s. VIII) y muy conocida en el siglo IX a través de la traducción latina.

            Su culto se difundió a partir de la segunda mitad del siglo X. La Universidad de París la proclamó patrona. Hoy es protectora y patrona de los filósofos y de cuantos por su oficio se relacionan con las ruedas: carreteros, molineros…La popularidad del culto explica su permanente presencia en la literatura y en las artes figurativas, donde se hallan los atributos iconográficos: la rueda arpada y la espada, que indican el martirio; la corona, con la alusión a la realeza, y el libro, símbolo de la sabiduría. Así aparece en los cuadros, escudos y anagrama de nuestro Seminario.

Amor a la sabiduría y a la verdad

            La vida y el martirio de Santa Catalina nos ofrecen un mensaje de permanente actualidad para todos nosotros: el amor a la sabiduría, que tiene su fuente en Dios; el “culto de la verdad”, es decir, una especie de veneración amorosa de la verdad, que nos prepara para dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida.

            San Pablo en el texto de la segunda carta a los Corintios, que hemos proclamado, hace teología sobre la vocación martirial. En los sufrimientos del Apóstol Pablo, como en el martirio de Santa Catalina, se reproducen los sufrimientos de la pasión y muerte de Cristo, para que también resplandezca la vida que Jesús adquirió en su resurrección. El pasaje  nos recuerda que el dolor y la cruz estarán presentes en los seguidores de Cristo.

 “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y me siga”, hemos escuchado en el evangelio según San Lucas.

El amor a Cristo y el sentido de la vida

            Amar a Cristo, amar como Cristo hasta la entrega total de uno mismo y seguirlo fielmente también en el camino de la cruz es nuestra verdad cristiana. Si confiamos en Cristo no perdemos nada, sino que lo ganamos todo. En sus manos nuestra vida adquiere su verdadero sentido.

       Este convencimiento ha de impulsarnos a promover el bien y a curar tantas llagas abiertas en nuestro entorno social, como la carencia de lo necesario para vivir que afecta a muchas personas y familias en momentos de crisis económica, que las sume en estado de pobreza severa, según atestiguan estudios de CÁRITAS y el informe de la Fundación FOESSA; la realidad trágica que están padeciendo tantos emigrantes y la situación de los “sin papeles”; la violencia doméstica que atormenta a tantas mujeres y niños; los efectos de la droga que destruye a la persona; la condición de muchos ancianos que se sienten olvidados; la pobreza infantil; la desesperanza de tantos jóvenes que se afanan en buscar paraísos perdidos; el hartazgo de la corrupción bastante generalizada, que tanto irrita  a los ciudadanos.

      Realidades, entre otras, que son consecuencia de la falta de reconocimiento de la dignidad de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios y de la ausencia de una verdadera conciencia ética formada a la luz de los valores humanos y cristianos. Cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural empieza a disiparse.

Seguir a Cristo es convertirnos en constructores de un auténtico humanismo, pues no es posible decir la verdad plena sobre el hombre sin conocerle a Cristo que revela el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación. La comprensión del hombre no puede separarse nunca del reconocimiento de la verdad plena sobre él, que incluye su vocación trascendente.

 Para disfrutar de nuestros derechos no es necesario renunciar a Dios que se nos ha revelado como amor en su Hijo Jesucristo, pues es Dios quien fundamenta los derechos y el mejor garante. El cristianismo es capaz de transformar la vida de las personas y de ayudarles a realizar su propia vocación en el transcurso de la historia.

            Queridos hermanos sacerdotes: nuestra vocación exige dar la vida por las ovejas, como Cristo, el Buen Pastor. En cada Eucaristía hacemos verdad las palabras de Jesús: “esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”. “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”, nos dijo el Obispo el día de nuestra ordenación sacerdotal. La vida entera del sacerdote es una oblación, una donación total a Cristo y a la Iglesia.

            Dar la vida, como el grano de trigo entregado al surco de la tierra, hasta que se pudra y muera, para dar mucho fruto (cfr. Jn 12, 24). Y dar la vida libremente.

            Dar la vida por amor. A San Pedro, el Señor le pidió por tres veces que lo amara a Él, porque oficio de amor (amoris officium) es apacentar la grey del Señor, dice San Agustín.

Llamada a la promoción de las vocaciones

            Celebramos esta fiesta un año más aquí en nuestro Seminario de Monte Corbán, que nos llama  revivir nuestra vocación sacerdotal y a que nosotros seamos promotores de vocaciones sacerdotales. Esta es una de las necesidades, a la que quiere dar respuesta nuestra Programación Pastoral Diocesana en el presente curso 2014-2015.

   Nuestra misma vida de presbíteros, nuestra entrega incondicionada a la grey de Dios, nuestro testimonio convencido de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia, nuestra concordia fraterna y nuestro celo por la evangelización del mundo, son los factores principales y más persuasivos de fecundidad vocacional.

            El Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium señala alguna causa de la crisis de vocaciones. “En algunos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas” (GS 107).

            Para ser promotores de vocaciones sacerdotales es importante que demos testimonio evangélico de nuestra vocación con alegría y humildad, aun en medio de las dificultades y cruces de la vida. No tengamos miedo y complejo de hacer la propuesta vocacional a los jóvenes de un modo claro y directo.

         Manifestemos a los jóvenes que somos felices en nuestro ministerio sacerdotal y que merece la pena ser sacerdote. Es necesario que asumamos como vital la tarea de la promoción de las vocaciones al sacerdocio en nuestras parroquias; entre los niños y monaguillos, a los que también llama el Señor, entre los adolescentes, jóvenes y mayores; en la animación del trabajo con los catequistas, los educadores y los profesores de Religión.

     Es verdad que es una tarea difícil, pero necesaria, apasionante y de siembra de futuro. Yo os invito a crear entre todos en la Diócesis “una cultura de la vocación”.

            Queridos hermanos: que la Eucaristía que estamos celebrando nos lleve a la acción de gracias al Padre, que ha glorificado a Santa Catalina y a nosotros nos concede alegrarnos en su fiesta. Que su amor a la verdad encarnada en Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, nos lleve al culto a la verdad y que, agradecidos a Dios y al  Seminario por el don de la vocación, seamos también promotores de vocaciones al sacerdocio. Amén.