¿Es cierto que Martín Lutero murió siendo católico?

 

Es una pregunta que he escuchado en algunas ocasiones: ¿Se arrepintió Lutero al final de su vida de haberse apartado de la Iglesia Católica? ¿Expresó algún deseo de volver a su seno?  La verdad no he encontrado ninguna bibliografía seria (ni católica ni protestante) que narre tal cosa, por el contrario, todo indica que lamentablemente murió -según sus propias palabras- lleno de odio hacia el Papa y a la Iglesia Católica. Dios haya tenido piedad de su alma.

Reproduzco para los lectores un extracto de la obra Ricardo García Villoslada, Martín Lutero, Tomo II, En Lucha contra Roma, donde se narra lo ocurrido durante los últimos días de su vida.

La víspera de la muerte de Martín Lutero

Poseemos varios relatos de las últimas horas de Martín Lutero, redactados inmediatamente después de su muerte por testigos presenciales, de suerte que nos es muy fácil reconstruir la escena final. Tal vez exageraron tendenciosamente el espíritu de piedad y la continua oración, como si pintaran la muerte de uno de aquellos santos a quienes tan poca devoción tenía el Reformador; pero sustancialmente parecen objetivos y exactos. 

«Desde el día 29 de enero hasta el 17 de febrero inclusive—leemos en el relato de J. Jonas y M. Coelius—estuvo en Eisleben conferenciando (con los condes), y entre tanto predicó cuatro veces; una vez recibió públicamente la absolución de un sacerdote estando en el altar y dos veces comulgó. En la segunda de estas comuniones, o sea, el domingo 14, fiesta de San Valentín, ordenó y consagró dos sacerdotes según el uso de los apóstoles… Todos esos veintiún días, al anochecer, se levantaba de la mesa de la gran sala (en la planta baja) para subir a su cámara a eso de las ocho o antes. Y todas las noches pasaba un rato junto a la ventana, haciendo oración a Dios con tanta seriedad y diligencia, que nosotros, Dr. Joñas, M. Coelius, Ambrosio, su sirviente, y Juan Aurifaber Weimariense, que estábamos en silencio, le oíamos algunas palabras y nos admirábamos. Luego se volvía de la ventana alegremente como aliviado de un gran peso, y conversaba con nosotros la mitad de un cuarto de hora; y seguidamente se iba a la cama» (Bericht vom christlichen Abschied… D. Martini Lutheri: WA 54,488; STRIEDER, Authentische 25-26.).

«Todo el tiempo que estuvimos en Eisleben en estos negocios de los condes y señores fue normalmente a comer y cenar, y en la mesa comió y bebió bastante bien, y alabó la comida y la bebida, que tanto le gustaba siendo de su tierra. También durmió y descansó bastante todas las noches. Su criado Ambrosio, yo el Dr. Jonas, sus dos hijos menores, Martín y Pablo, juntamente con uno o dos sirvientes, nos quedábamos con él en su aposento, y, al ir a la cama, todas las noches le calentábamos los almohadones, según su costumbre»  (W. KAWERAU, Der Briefwechsel des J. Jonas II 177. Carta de Joñas a Juan Federico de Sajonia escrita el día 18 de febrero «umb vier Hor frue» (STRIEDER, 3))

Es de notar que el aposento era grande; medía, según Grisar, 8 X 2,58 metros. Según Paulus, 7,42 metros de longitud; de anchura, 2,45 metros en un extremo y 3,75 en el otro. En esta parte más ancha se abría otro aposentillo o alcoba, reservada a Lutero. El miércoles 17 de febrero ya no intervino en la pacificación de los condes, porque tanto estos señores como otros amigos, viéndolo muy fatigado, le rogaron que no viniese más a las reuniones, que se tenían en la planta baja, sino que se quedase en su habitación descansando. En efecto, ese día permaneció en su habitación, tendido en un sofá o camilla de cuero, quitados los calzones, o paseando y orando. Pero al mediodía y a la cena bajó a la sala grande y se sentó en su silla de siempre. «En la noche del mismo miércoles, antes de la cena, empezó a quejarse de una opresión en el pecho, no en el corazón, y pidió que le diéramos friegas con paños calientes, después de lo cual dijo: ‘La opresión disminuye un poco‘. Para la cena bajó a la gran sala inferior, porque decía: ‘El estar solo no causa alegría‘. En la cena comió bastante y estuvo de buen humor, contando chistes»  (KAWERAU, Der Briefwechsel 177; STRIEDER, 4.).

Se habló también de cosas serias, de la vida y de la muerte, y dijo Lutero que en la vida futura, eterna y bienaventurada, nos reconoceremos los que aquí fuimos amigos. A la pregunta cómo sería eso, respondió: «Como Adán, que, sin haber visto antes a Eva, la reconoció en seguida cuando el Señor se la presentó, pues no le interrogó: ‘ ¿Quién eres?’, sino que dijo: Tú eres carne de mi carne» (Bericht vom christlichen Abschied: WA 54,489; STRIEDER, 26.). Terminada la cena, se levantó y subió a su aposentillo (inn sein Stüblin).

 

«En tus manos encomiendo mi espíritu»

Sigamos oyendo el relato más largo de los testigos presenciales. «Subieron tras él sus dos hijos, Martín y Pablo, y M. Coelius. Según su costumbre, se asomó a la ventana de su aposentillo, orando. Se fue Coelius y vino Juan Aurifaber Weimariense. Entonces dijo el Doctor: ‘Me viene un dolor y angustia, como antes, en torno al pecho‘. Observó Aurifaber: ‘Cuando yo era preceptor de los condesitos, vi que, si les dolía el pecho o sentían cualquier otro mal, la condesa les daba unicornio; si queréis, lo mandaré traer’. ‘Sí’ dijo el Doctor…

»Cuando nosotros subimos, se quejaba de fuerte dolor al pecho. Inmediatamente empezamos a darle friegas con paños calientes, según acostumbraba a hacerlo en casa. Sintiendo alivio, dijo: ‘Estoy mejor’. Vino corriendo el conde Alberto con el maestro Juan (Aurifaber), trayendo unicornio. Habló el conde: ‘¿Cómo está, querido señor Doctor?’ Respondió el Doctor: ‘No es necesario, ilustre señor; ya comienzo a estar mejor’. El mismo conde raspó el unicornio, y, cuando el Doctor sintió mejoría, se marchó, dejando a uno de sus consejeros, Conrado de Wolfframsdorff, con nosotros, Dr. Jonas, M. Celio, Juan y Ambrosio. Por deseo del Doctor, se le administró dos veces polvo de unicornio en una cuchara con vino. A eso de las nueve se puso en su camilla o sofá (Rugebetlin), diciendo: ‘Si pudiera dormir media horita, creo que todo iría mejor’. Durmió hora y media suave y naturalmente hasta las diez… Cuando a las diez en punto se despertó, dijo: ‘ ¡Cómo! ¿Estáis aquí todavía? ¿Por qué no os vais a la cama?’ Respondímosle: ‘No, señor Doctor; ahora tenemos que velar y cuidaros’. Entonces quiso levantarse y anduvo un poco por la estancia… Al echarse de nuevo en la camilla, que estaba bien preparada con tablas calientes y almohadones, nos dio a todos la mano y las buenas noches, diciendo: ‘Doctor Jonas y maestro Coelius y demás, orad por nuestro Señor y por su Evangelio para que le vaya bien, pues el concilio de Trento y el miserable papa se embravecen duramente contra él. Pasaron la noche a su lado en su aposento el Dr. Jonas, los dos hijos, Martín y Pablo; el criado Ambrosio y otros sirvientes…

» Durmió bien con un resoplido natural, hasta que el reloj dio la una. Despertóse entonces y llamó a su criado Ambrosio, ordenándole que calentase el aposento… Preguntóle el Dr. Jonas si de nuevo sentía debilidad. Respondió:  ‘¡Ay, Señor Dios, qué mal me siento! ¡Ah, querido Dr. Jonas! Pienso que yo, nacido y bautizado en Eisleben, aquí quedaré’… Entonces él, sin apoyo ni ayuda de nadie, dio unos pasos por el aposento hasta la camarilla, exclamando en el umbral: In manus tuas commendo spiritum meum. Redemisti me, Domine, Deus veritatis» (Ibid., 489-90; 26-28.)

Como la opresión del pecho no cesaba, se acostó en el sofá. Temiendo por su vida, se mandó aviso—no obstante lo avanzado de la hora—a algunos amigos. A toda prisa vinieron el secretario de la ciudad, Juan Albrecht, con su mujer y con dos médicos; poco después, el conde Alberto con su esposa, y el conde y la condesa de Schwarzburg. Esta última tuvo la precaución de traer ungüentos y otras medicinas, con las que pensaba poder aliviarlo y fortalecerlo. Jonas y Coelius, acercándose a la cabecera, le sugirieron: «Reverendo padre, invocad a vuestro amado Señor Jesucristo, nuestro sumo sacerdote y único mediador». Y como notaran que tenía la camisa empapada de sudor: «Mucho habéis sudado, lo cual es bueno; Dios os otorgará la gracia de recobrar la salud». El replicó: «Mi sudor es el sudor frío de la muerte». Y rezó esta plegaria, según la transmiten Jonas y Coelius, siempre de acuerdo en todo:

«¡Oh Padre mío celestial, Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios de toda consolación! Yo te agradezco el haberme revelado a tu amado Hijo Jesucristo, en quien creo, a quien he predicado y confesado, a quien he amado y alabado, a quien deshonran, persiguen y blasfeman el miserable papa y todos los impíos. Te ruego, señor mío Jesucristo, que mi alma te sea encomendada. ¡Oh Padre celestial! Tengo que dejar ya este cuerpo y partir de esta vida, pero sé cierto que contigo permaneceré eternamente y nadie me arrebatará de tus manos» (Ibid., 491; 28-29.)

Siguió recitando algunos versículos del Evangelio y de los Salmos. Luego repitió tres veces: Pater, in manus tuas commendo spiritum meum. Redemisti me, Deus veritatis. Y quedó tranquilo, inmóvil, silencioso. El descanso eterno ¿Conservaba aún el conocimiento? «Lo menearon un poco, lo frotaron, lo airearon, lo llamaron, pero él cerró los ojos sin responder. La esposa del conde Alberto y los médicos le frotaron el pulso con toda clase de aguas confortativas… Estando así tan quieto, le gritaron al oído el Dr. Joñas y el maestro Coelius: ‘Reverendo padre, ¿queréis morir constante en la doctrina y en el Cristo que habéis predicado?’ Con voz claramente perceptible respondió: ‘Sí’. Volvióse entonces hacia el lado derecho y empezó a dormir, casi un cuarto de hora, tanto que los presentes, excepto los médicos, esperaban una mejoría…

»Entre tanto llegó el conde Juan Enrique de Schwartzenburg con su mujer.Pronto la cara del Doctor palideció completamente, la nariz y los pies se le pusieron fríos, y con una respiración profunda, pero suave, entregó su alma, con tanta paciencia y serenidad, que no movió un dedo ni meneó la pierna. Y nadie pudo notar—lo testificamos ante Dios y sobre nuestra conciencia— la menor inquietud, tortura del cuerpo o temor de la muerte, sino que se durmió pacífica y suavemente en el Señor, como cantó Simeón» (Ibid., 492; 29).

Era el 18 de febrero de 1546, jueves, a las tres menos cuarto de una mañana frígidísima66. Martín Lutero había muerto. Aquella mano que había esgrimido incansablemente la pluma como una espada invencible, caía ahora lánguidamente sobre su cuerpo yerto. Aquellos labios de elocuencia torrencial quedaban cerrados para siempre. Aquellos ojos centelleantes se habían apagado, cubiertos por los grandes párpados. Aquel corazón que tan encendidas hogueras de odio había alimentado, ya no volvería a latir. La cara—según el dibujo que poco después le sacó Fortenagel—quedó muy abotagada, con su carnosa sotabarba, mas no repulsiva .

Afirma Ratzeberger que, terminada la cena del día 17, tomó Lutero en su mano un poco de tiza y escribió en la pared aquel conocido verso: «En vida fui tu peste; muerto seré tu muerte, ¡oh papa!» (Pestis eram vivus, mo riens ero mors tua, papa). Pero Ratzeberger no estaba presente, y ninguno de los testigos, que narran minuciosamente todo lo sucedido en aquellas últimas horas, refieren semejante hecho, aunque tanto Jonas como Coelius muestran conocer ese antiguo verso luterano. Por lo cual debemos pensar que Ratzeberger se equivocó de tiempo; Lutero no escribió ese verso en Eisleben poco antes de morir, sino en Altemburg en su viaje de regreso de Coburg, a principios de octubre de 1530. Verso que en su grave enfermedad de Esmalcalda (1537) dejó a sus amigos para que lo pusieran en su sepulcro como su mejor inscripción funeraria (M. RATZEBERGER, Die handschriftliche Geschichte 138).

«Yo muero en odio del malvado (es decir, del papa), que se alzó por encima de Dios»(«Ego morior in odio des Boswichts, qui extulit se supra Deum» (Tischr. 3543b III 393).).

Estas palabras las pronunció también en Esmalcalda, pero de igual modo las podía haber pronunciado en Eisleben a la hora de la muerte, porque no cabe duda que en su pecho alentó siempre toda la fuerza de su odio inveterado contra el «anticristo» de Roma.