Curas Villeros de Buenos Aires

 

Un buen amigo me ha regalado un libro titulado “Curas Villeros”, de Silvina Premat, que explica la historia de esos curas que, desde finales de los años 60, ejercen su ministerio en las “villas” de Buenos Aires, asentamientos informales, una especie de favelas, que recogen a los estratos más pobres de la sociedad argentina, con abundante presencia de inmigración paraguaya y boliviana.

No soy un estudioso del tema y estoy seguro de que se me escapan matices importantes, pero voy a intentar compartir con ustedes algunos aspectos que me han llamado la atención:

 

  1. En primer lugar, la descripción del estilo de vida en las villas. La omnipresencia de la violencia, de las drogas, de la ruptura familiar, del abandono y la soledad, con grave menoscabo de la dignidad de las personas que allí habitan. Es cierto que el libro insiste en que incluso en ese entorno hay esperanza, hay historias de amor, de perdón, de sacrificio, de superación, pero aún así se hace difícil borrar la impresión de que las villas no deberían existir.
  2. La entrega de los sacerdotes que ejercen su ministerio en las villas es admirable. Nuevamente muchos insisten en que no son masoquistas y que aquello da sentido a sus vidas y que puede incluso resultar gratificante. No lo dudo, pero  aún así la entrega de estos sacerdotes resulta digna de elogio.
  3. Me queda la impresión de que los inicios de estos curas villeros estaban demasiado contaminados de política. Uno de los veteranos lo confiesa: “En la década de los 60 pecamos de mesianismo”. La importancia del compromiso peronista, las relaciones peligrosas con los Montoneros y sus devaneos con la violencia terrorista, de la que luego se irá alejando, rasgos muy presentes en la figura del precursor, el Padre Mugica, son demasiado evidentes, demasiado desaforadas. Esto no quita que también existiera un verdadero celo por la suerte de los habitantes de las villas, pero la contaminación ideológico existió.
  4. Parece que esa ideologización se ha ido difuminando con el paso del tiempo. El Padre Pepe di Paola cita como la clave de su vocación el testimonio de la Madre Teresa de Calcuta. Contrasta con los referentes de Carlos Mugica: Teilhard de Chardin, el Che, Helder Cámara o Camilo Torres entre otros. De hecho, los curas villeros de primera hora optaron por tener un oficio obrero a media jornada, con resultados más bien malos y abundantes abandonos del sacerdocio. Los curas villeros, en la actualidad, están plenamente dedicados a su misión, algo que los propios pobladores de las villas reclamaban.
  5. Me ha gustado el recurso a la religiosidad popular y a la presencia pública de la fe. Los curas villeros llevan alzacuellos, invitan a rezar en público, llevan en procesión a la Virgen por las calles de la villa, reparten estampas. El lema “Reza, calla y trabaja” me recuerda al Ora et Labora, con el añadido del callarse que, en este mundo de ruido y charlatanería no está nada mal.
  6. A menudo he tenido la impresión de que los curas villeros transitan al filo de la navaja. Lo hacen físicamente, jugándose la vida, enfrentándose a narcotraficantes, a políticos, a quien sea, dando un testimonio valiosísimo. Pero también doctrinalmente, resbalando a veces hacia una visión dialéctica que, aunque no puede ocultar la impresionante labor que realizan, la puede poner en peligro. Por ejemplo, cuando el Padre Pepe afirma que sienten la villa como propia, afirma que “nos identificamos con su cultura asumiendo lo bueno y lo malo”; si asumir es partir de un hecho, de acuerdo, si es valorar, resulta evidente que no. O más adelante, cuando habla de la historia de los curas villeros, “que surgió hace más de cuarenta años, cuando la Iglesia decidió ir a vivir con su pueblo de fe, el pueblo villero”. El pueblo de fe es la Iglesia entera, la de las villas, pero también la de Recoleta o incluso de San Isidro. O más adelante, cuando el Padre Jorge Torres afirma que la misión del sacerdote frente a los ricos es interpelarlos: “mi misión como sacerdote es denunciarlos”. ¿Y qué tal anunciarles el Evangelio? (que resulta, si se toma en serio, más removedor que mil denuncias “sociales”). Botán, por su parte, sostenía que “Jesús ama al hombre libre, liberado y liberador”, y yo que creía que Jesús amaba a los pecadores, esto es, a todos los hombres.
  7. El riesgo de volcarse en un trabajo terrenal, olvidando lo sobrenatural, está presente. Aflora en algunos momentos, como cuando el padre Charly dice que no quiere para él una fecundidad mística, “el sacerdote que sólo está en la parroquia y celebra la misa por la salvación de todos”, y continúa, “para realizarte como hombre tenés que hacerle bien a alguien. ¿No te parece fecundo sacar a un pibe de la droga?”. Más allá de que ese cura que se limita a decir misa y a divagar en un mundo de nubes no existe y de que, en efecto, sacar a un pibe de la droga es algo muy importante (que sin la ayuda de Dios somos incapaces de lograr), ¿no resulta evidente que la santa misa es ya un bien enorme? O cuando el Padre Zamolo afirma que “lo propio del sacerdote es escuchar y ver en qué puede ayudar”. No es que no sea verdad, que lo es, pero es que el sacerdocio es mucho, muchísimo más que eso.
  8. ¿Cuáles son los resultados de la labor de los curas villeros? Mucho y muy poco. Muy poco porque la mayoría de los muchachos no consiguen salir de ese mundo de droga, violencia, familias rotas. Mucho porque cada uno que lo consigue es un milagro, y los hay. El Padre De Chiara, en otro momento del libro, dice: “si nuestra meta es que se dejen de drogar, el porcentaje de resultado es muy bajo. Si lo que buscamos es que se sientan amados, como es en verdad, el porcentaje es alto”.

Ya ven ustedes, un fenómeno complejo y apasionante, que nació contagiado de ideologismo liberacionista pero que me da la impresión de que ha ido dejando gran parte de ese lastre por el camino. Una presencia de la Iglesia allá donde nadie va, un testimonio real de que para la Iglesia cada hombre, cada alma, tiene un valor incalculable. Y, por cierto, un fenómeno clave para entender la mentalidad de quien fuera el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco.