Democracia, diálogo y libertad de expresión. Ya vale de tomar el pelo al personal

 

Dice una gran persona que me aprecia muy de verdad que con lo que voy escribiendo en mis posts cada día estoy haciendo más “amigos”. No es el objetivo fundamental de mi vida ni me hice sacerdote para pasteleos, abrazos, componendas, quedar bien con todos y aceptar cualquier cosa como buena por eso de la moderación, la tolerancia y el respeto, que un viejo alcalde de pueblo lo traducía en su inventada palabra “moderancia”.  Ni moderancia ni gaitas.

Hartito estoy de que en todo, incluyendo las cosas de la fe, la gente me venda como fundamentales tres cosas a las que me voy a referir: democracia, diálogo y libertad de expresión. Tararí. ¿Alguien podría comprender que un sacerdote, un obispo, no digamos el papa, tuviera como objetivos fundamentales de su ministerio fomentar la libertad de expresión, el diálogo y la democracia?

El obispo, leemos en la “Apostolorum successores” 8, “principio visible de unidad en su Iglesia, está llamado a edificar incesantemente la Iglesia particular en la comunión de todos sus miembros y de éstos con la Iglesia universal, vigilando para que los diversos dones y ministerios contribuyan a la común edificación de los creyentes y a la difusión del Evangelio. Como maestro de la fe, santificador y guía espiritual, el Obispo sabe que puede contar con una especial gracia de Dios, que le ha sido conferida en la ordenación episcopal. Tal gracia lo sostiene en su entrega por el Reino de Dios, para la salvación de los hombres, y también en su empeño por construir la historia con la fuerza del Evangelio, dando sentido al camino del hombre en el tiempo”.

Es decir, que según las entendederas de un servidor, la clave del ministerio pastoral es que el obispo sea “maestro de la fe, santificador, guía espiritual”. Y los sacerdotes colaboradores en ello. Ahí es donde para un servidor chirría todo lo anterior. Vamos a ello. Palabra a palabra.

Democracia. Palabra mal entendida y expresada que la gente, sin excluir a la gente de Iglesia, convierte literalmente en una apuesta por la “acracia”, ya saben, ¿no estamos en una democracia? pues entonces puedo hacer lo que me dé la gana. Para empezar, democracia no es eso, es el respeto absoluto a lo que todos deciden. Pero es que la Iglesia no es democrática ni falta que hace. Empezando por  Cristo que eligió a los que quiso porque quiso y `puso a Pedro por cabeza sin elecciones ni nada.

Pero es que los hay que hablan de teología democrática. ¿Qué quieren? ¿Que votemos la vigencia de los mandamientos? Lo han intentado en el pasado sínodo con el sexto… ¿Qué el credo sea sometido a una asamblea mundial? ¿Referéndum sobre cada versículo del evangelio? ¿Qué pasa si la gente vota que no hay Dios o vota a favor del aborto libre? ¿Quién decide lo que hay que votar y lo que no? Ya hay democracia en algunas cosas de la Iglesia.

Sigo con el diálogo. Completamente partidario del diálogo como lo hacía Jesús: hablaba con todos, pero no era un hablar por hablar, era una llamada a la conversión al evangelio. Lo que nos venden como diálogo no es esto, no, lo que se pretende es un pasteleo de dialogar para llegar al sincretismo, al consenso, al todo es igual, al sancocho espiritual. Un diálogo en el que el católico renuncia a proclamar su fe, incluso e mostrar sus creencias, creyendo que así hace algo que merezca la pena. Hablamos para llegar a la conclusión de que hay un solo Dios, o una fuerza especial o un algo tiene que existir y que lo importante es respetarnos. Pues eso, que si hay que hablar se habla, pero hablar por hablar…

Genial lo de la libertad de expresión, que en la práctica pretende enseñarnos que todo vale (de nuevo el relativismo), que tan válida es una idea como su contraria, que todo es según el color del cristal con que se mira, y que hay que estar abiertos a los mayores disparates y escucharlos como si hablara un renovado oráculo de Andalucía, Galicia o País Vasco, según esa nueva teoría según la cual infalibles, lo que se dice infalibles, solo algunos teólogos y el papa Francisco.

Lo que se pretende vendernos como libertad de expresión es dejar a las Rafaelas y Joaquinas de turno a merced de unos lobos vestidos de cordero empeñados en que la fe es lo que a ellos les parece al margen de la tradición, la  fe, el catecismo y la liturgia de siempre.

La Iglesia, sus pastores, empezando por el papa y los obispos –porque los curas somos simples colaboradores de estos- tiene como misión anunciar íntegra la verdad recibida, llamar a la conversión, conducir a los hombres por el camino del cielo, enseñar a vivir como hijos de Dios rescatados en Cristo.

Pero claro, decir esto, es ser ultra, conservador, es morder. Pues nada, lo seremos. El próximo domingo Cristo Rey. No sé por qué me da, quizá esté equivocado, que a mí, como sacerdote, lo principal que me preguntará Nuestro Señor no será si he sido democrático, dialogante y si he fomentado la libertad de expresión. Posiblemente me diga que si he sido capaz de cuidar a todos, atender a los pobres y sobre todo, de enseñar la verdad y ayudarles a llegar al cielo. Pero vaya a saber.  Lo mismo me pregunta por la moderancia…