El baculazo como opción no tan extraordinaria

 

Tienen los fieles tal impresión de falta de autoridad en sus pastores que cuando un obispo ante una situación especialmente complicada señala que hasta aquí hemos llegado y toma una decisión firme, decimos que ha pegado un baculazo. Por ejemplo: vaya baculazo, ¿no te has enterado? El obispo llamó ayer al párroco de Tal, le ha cantado las cuarenta por aquello que ya sabes y sin más, trasladado a la otra punta.

Pocos baculazos hay. Los obispos, y lo entiendo porque a los párrocos nos pasa algo parecido, tienen horror sobre todo a ser tachados de dictadores, tiranos y poco de democráticos, como si ser democrática fuera la primera nota distintiva de la realidad eclesial. Todo muy por las buenas y sobre todo con mucha “moderancia” que decía aquel de mi pueblo. No tiene que ver. Mucha moderancia, mucha serenidad, nada de agresividad ni pérdida de nervios, pero el báculo en su sitio pastoreando a las ovejas y sacudiendo en todo lo alto al lobo si hace falta.

Hace un par de días estábamos en una de las reuniones del catecumenado de adultos de la parroquia y en ella revisábamos las notas características de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Alguno de los asistentes me decía que si función del apóstol y del obispo como sucesor es defender y transmitir la fe recibidas de los apóstoles, cómo se explicaba que en algunas parroquias o en algunas facultades se enseñaran y transmitieran barbaridades y aquí nunca pasa nada.

Hablamos de ayudar a los pobres y desvalidos, de proteger a los débiles. Completamente de acuerdo. Pero no nos creamos que débiles son solo ese parado sin subsidio, el chaval metido en la droga, la madre de familia que necesita imperiosamente pagar un recibo de la luz, las personas que viven en la calle. Estos necesitan cariño, ayuda eficaz, protección y un báculo que los pastoree y conduzca por el camino de la dignidad y de la vida.

Hay otros débiles en la comunidad que a veces pudieran sentirse dejados de la mano de su obispo y pastor. Pienso en las Rafaelas y Joaquinas de todo el mundo, en la gente de fe honda y muy elemental, en esas viejecitas que llevan una vida entera alimentándose de rosario y misa diaria. Pongo mi corazón en esos chiquitines que nos confían con siete u ocho añitos para que les enseñemos los rudimentos de nuestra fe. En los jóvenes que buscan vivir con sinceridad el evangelio sin componendas. Me acuerdo de esos miles y miles de católicos que cada domingo acuden a celebrar la eucaristía. Esos son hoy los débiles de la comunidad.

Estos pobres, sean Joaquina y Rafaela, el niño de primera comunión, los jóvenes, la gente de misa dominical necesitan un pastor que garantice que son cuidados y atendidos según la fe y la doctrina recibida de los apóstoles. Alguien que les asegure al cien por cien que las misas se van a celebrar según manda la iglesia y no según el capricho del cura de turno, que la catequesis de los niños transmite la fe de la Iglesia y no se queda en qué bonito es compartir. Necesitan que su obispo cuide de los jóvenes de forma que reciban íntegra la doctrina, sin falsear lo que nos parece más complejo.

Demasiadas veces los fieles se encuentran a merced de nuestros caprichos de curas párrocos. Uno dice que confesarse no es necesario, el otro que lo importante es compartir. Ese que el rosario ná de ná, aquél que el sexo no es pecado, mientras que para Fulano ducharse desnudo es pecado mortal y acudir a la playa riesgo casi segur de condenación eterna.

Báculo, señores obispos. Empuñado con guante de seda, pero báculo. Por Joaquina, por Rafaela, por el chiquitín que acaba de comenzar la catequesis, por los jóvenes para que reciban una fe sin adulterar, por las familias que acuden a misa cada domingo. Báculo. De pastor que cuida, de pastor que espanta al lobo. Por todos ellos.