Nosotros los cristianos somos ya luz

Entre las muchas tentaciones que pueden amenazar, de caer en ellas, la salud espiritual de un cristiano, figuran dos que pueden parecer antagónicas, pero que parten de un mismo error: no conocer el papel de la gracia.

Es muy peligroso confiar en las propias fuerzas para alcanzar la santidad. Además de peligroso, es inútil. Sencilla y llanamente, no se puede.

También es muy peligroso creer esa mentira de que “Dios sabe que no puedo cambiar y me acepta como soy porque Él es amor y acoge a todos".

Sí, Dios quiere que tengamos parte en nuestro camino a la santidad. Sí, Dios nos acepta y nos ama en nuestra situación actual. Pero tanto en un caso como en el otro, Él tiene el mando. Lo tiene para santificarnos, lo tiene para librarnos de nuestra condición. Su paciencia es cuasi infinita, pero no nos ha dado el Espíritu Santo para que nos quedemos como estamos, en nuestra incapacidad para mejorar o en nuestra comodidad ante una situación pecaminosa, sino para obrar en nosotros el arrepentimiento y hacer eficaz el propósito de enmieda.

Enseña San Pablo:

Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados,  y vivid en caridad, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave.

Efe 5,1-2

¿Cómo puedo ser imitador de Dios?, se preguntarán muchos. Siendo Él tan santo, tan perfecto, tan “inalcanzable", ¿qué puedo hacer yo, pequeño, con defectos y pecados, débil? Pues bien, nadie desespere. Explica San Agustín:

Nosotros los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos la armadura de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad.

(San Agustín, Tratado sobre el evangelio de San Juan, 35-8-9)

Y leemos en el libro de Proverbios:

Mas la senda de los justos es como luz de aurora, que va en aumento hasta ser pleno día.

Prov 4,18

Estimados hermanos, casi da igual en qué momento del día nos encontremos, mientras ya haya amanecido Cristo para nosotros. Es claro que unos están todavía casi a oscuras, apenas pueden dar un paso sin tropezar. Pero ni aunque corrieran en dirección contraria a por donde sale el Sol de Justicia en sus vidas, podrían evitar ser iluminados por Él. Solo la necedad y la ceguera autoimpuesta por matenernos pertinaces en serios pecados puede llevarnos de vueltas a las tinieblas.

Otros viven ya a plena luz, pero permanecen algo remisos a que el fuego del Espíritu Santo les caliente lo suficiente como para ser antorchas que den calor a un mundo gélido por el pecado.

Y otros, a decir verdad no muchos, viven ya en el cénit de saberse escondidos del todo en Cristo, de forma que no solo anhelan ser, sino que pueden decir en verdad:

y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.

Gal 2,20

Hay gracia, hay esperanza, hay luz, hay sol para todos. Estamos llamados y capacitados para imitar a Dios, porque Dios, por la fe, nos ha hecho hijos suyos en Cristo. El Señor nos quiere santos. El Señor nos concede ser santos. Seamos santos pues. Es ya hora de ser o empezar a ser aquello para lo que hemos sido creados y elegidos:

Por tanto, ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, en quien bien trabada se alza toda la edificación para templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu.

Efe 2,19-22

Vosotros, pues, como elegidos de Dios, santos amados, revestios de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad…

Col 3,12

Somos “labranza de Dios” (1ª Cor 3,9). Sabiendo que todo es desigino del rey celestial y verdadero agricultor:

Del mismo modo que el colono, cuando se dispone a cultivar la tierra, necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también Cristo, el rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la humanidad desolada por el pecado, habiéndose revestido de un cuerpo humano y llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la hierba mala; y, habiéndola así trabajado incansablemente con el madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo del Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.

San Macario, obispo (Hom 28)

 

Laus Deo Virginique Matri

Luis Fernando Pérez Bustamante