Dr. Raúl Leguizamón, autor del libro Fósiles Polémicos: respuesta a un comentario

 

Publicamos la respuesta del Dr. Raúl Leguizamón a una interesante observación que el comentarista “José” hizo en el post titulado  ¿Hay fósiles que contradigan la “teoría de la evolución"?


 

 Dr. Raúl Leguizamón

 

Sin el menor ánimo de polemizar, sino con el de aportar elementos de juicio para el esclarecimiento mutuo, quiero hacer unas pocas observaciones sobre algunos comentarios a los fósiles “históricamente incorrectos”.

Los hallazgos llamados “El cráneo de Castenedolo”, fueron encontrados por el Profesor Ragazzoni en 1860 y en 1880, en depósitos del Plioceno, en Castenedolo, Italia, y estudiados luego (1884) por el profesor Giuseppe Sergi (y no por Sergio Sergi, su hijo, como señala correctamente el comentarista “José”), uno de los padres de la Antropología Física en Italia, quien estaba totalmente convencido de la autenticidad del fósil (humano) y de la capa sedimentaria (plioceno) en que fue hallado. El ilustre antropólogo francés Juan Luis Armando de Quatrefages, era de la misma opinión. Hallazgos adicionales se realizaron en 1889. La objeción del profesor Issel (sobre el contenido de sal de los restos) se refería a los hallazgos de 1889 y no a los originales de 1860/1880.  A raíz de los estudios realizados por el afamado antropólogo británico Sir Arthur Keith, de fósiles humanos pliocénicos en Ipswich, Inglaterra, ambos estudiosos intercambiaron información y los dos estaban persuadidos de la existencia de fósiles humanos en el plioceno (ver aquí). Sin embargo, años más tarde Keith cambió de opinión y no estaba seguro respecto del hallazgo de Castenedolo. Para un análisis más detallado del caso, sugiero la lectura del libro de Arthur Keith, The Antiquity of Man, pp. 245 y sig. (ver haquí)

Y también, El Hombre Fósil de Frank Cousins, pp. 46 y sig. (aquí)

El cráneo Calaveras, fue descubierto en 1866, en la grava aurífera de depósitos del plioceno en Bald Hill, California y todos los individuos relacionados con el caso estaban plenamente convencidos de que era genuino, incluyendo el reconocido geólogo J. D. Whitney quien lo analizó exhaustivamente y lo hizo ampliamente conocido.

Curiosamente, Thomas Wilson, quien según la nota de Ernst Conrad realizó el test de flúor para negar la autenticidad de este fósil, dice explícitamente que no se realizó este test, y aparentemente apoyaba la existencia de fósiles humanos en el plioceno, uno de los cuales es el cráneo Calaveras (¿?) (cfr. http://www.jstor.org/stable/2452924 pp. 304, 305 y 306).

Por otra parte, el análisis del contenido de flúor es irrelevante, ya que este método no se usa para medir la antigüedad absoluta de un fósil, sino para establecer la relación entre dos objetos, la antigüedad de uno de los cuales se conoce con certeza (ver aquí)

Para un exhaustivo análisis de este hallazgo me permito sugerir el excelente trabajo de Edward C. Lain and Robert E. Gentet, cuyo enlace adjunto (aquí).

Ahora bien. Si aceptamos la versión oficial y atribuimos este fósil a una broma hecha por algunos mineros (como quiere el autor de la nota, Ernest Conrad), esto nos lleva a las siguientes conclusiones: 1- los mineros tenían los suficientes conocimientos de antropología como para reconocer un fósil; 2- se las ingeniaron para fusionar el fósil con el material de la mina que lo rodeaba; 3- la historia del hallazgo fue fabricada de tal manera que escapó a la detección del Profesor Whitney; 4- finalmente, todo esto fue hecho por puro y desinteresado amor al fraude, ya que los perpetradores del mismo no obtuvieron ninguna ganancia material ni prestigio por él y nunca publicaron la realidad del fraude para ridiculizar a los expertos. Esto suena un tanto extraño para mí.

 La Mandíbula de Foxhall: encontrada cerca de Ispwich, Inglaterra, fue descartada, únicamente, porque se veía moderna y eso iba en contra del dogma darwinista. Sin embargo, también se encontraron herramientas de piedra “rostro-carinates” (indicativos del plioceno), en estratos situados más abajo que la mandíbula de Foxhall. Sir Arthur Keith aceptaba sin vacilar estos hallazgos. The Antiquity of Man, pp. 200-201; 224-226 (cfr. aquí).

 Nos quedan todavía otros “políticamente incorrectos” tales como el famoso fósil Sondé, encontrado en 1909 por la Dra. Selenka y que está en estratos geológicos más antiguos que el Pitecantropo de Java (ver Fósiles Polémicos, ed. Nueva Hispanidad, 2002,  pp. 55-56); el astrágalo de Turkana y el húmero de Kanapoi (p. 89) y las huellas encontradas por Mary Leakey en Tanzania (p.133). También el cráneo de Olmo (p. 132), el esqueleto de Galley Hill (p. 132) y otros, como Swanscombe y Fontechevade.  

 Respecto de la mandíbula de Abbeville, no he encontrado ninguna descalificación seria de este fósil. Lo barrieron de escena pues en esa época todavía estaba vigente la leyenda semibestial del H. de Neandertal y no podía aceptarse que la mandíbula (humana) fuese más antigua que el “eslabón intermedio”, esto es, el H. de Neandertal. (Ver The Antiquity of Man, de Sir Arthur Keith, p. 200-201). La versión de que Boucher de Perthes les pagaba a sus operarios por cada mandíbula encontrada –además de sonar a calumnia barata– no veo por qué descalificaría por sí mismo a este fósil.

 Si alguien desea realizar un estudio más profundo del tema me permito recomendarle el magnífico libro «Los Hombres-Simios: ¿Realidad o Ficción?», de Malcolm Bowden, 2ª edición, 1984 (ver aquí).

 Respecto del uso del C 14 para la datación de las muestras, es necesario recordar que este sólo se aplica a los especímenes con restos orgánicos. Si el fósil está completamente mineralizado, no nos sirve. Es por ello que para la datación de los fósiles generalmente no se usa el C14, sino el Potasio-Argón, y la muestra no se toma del fósil sino de la turba alrededor de él. Además, en este y en todos los métodos de datación radiométrica (Uranio-Plomo; Rubidio-Estroncio; etc.) hay que realizar una serie de suposiciones que son indemostrables (certeza sobre el contenido inicial de C14 del espécimen; seguridad de que no hubo contaminación de las muestras; ritmo constante de desintegración del elemento radioactivo y varias más). Y todos los métodos tienen un margen de error no despreciable. Ver Fósiles Polémicos, p. 141. Consultar además aquí y aquí.

Ahora bien. Si una datación de C 14 (o cualquier otro método químico o radiométrico) echa por tierra todos los procedimientos clásicos de la Antropología Física (análisis morfométrico de los hallazgos, evaluación estratigráfica, integridad de los sedimentos suprayacentes al fósil para descartar un enterramiento posterior, etc.) y toda la pericia de calificados antropólogos, entonces ¿qué clase de ciencia es la Antropologia física? Volvemos a lo que decía Sir Solly Zuckerman, una de las máximas autoridades mundiales en Antropología Física en el siglo XX, quien comparaba la interpretación de la historia fósil del hombre con la percepción extrasensorial, en el sentido de estar ambas disciplinas fuera del registro de la verdad objetiva y en donde cualquier cosa es posible para el creyente en dichas actividades, el cual es a veces capaz de sostener cosas contradictorias al mismo tiempo. (Sir Solly Zuckerman, Beyond the Ivory Tower, Tapling Pub. House. 1970, p. 19). Con lo cual estoy completamente de acuerdo.

Si aceptamos por otra parte, que los métodos radiométricos son la última palabra en la evaluación de los fósiles, entonces hay que arrojar a la basura el 80 % de los más importantes hallazgos fósiles, es decir, a todos aquellos que se llevaron a cabo antes de la introducción de los métodos radiométricos. En fin. Basta tomar conciencia de la intrincada maraña de datos (muchas veces contradictorios y selectivamente escogidos) que están involucrados en los análisis de fósiles, para darse cuenta de que todo este asunto es por demás endeble. Lo único cierto es que, salvo raras excepciones, los fósiles acaban por tener siempre la edad que el antropólogo que los estudia quiere que tengan. (Ver el caso de las vicisitudes del cráneo 1470, de Richard Leakey, en Fósiles Polémicos, p. 143).

Debemos tener presente además que los fósiles –por sí mismos– nunca demuestran nada. Todo depende de la interpretación que se haga de ellos, vale decir, de los presupuestos teóricos con que se los analiza. Un fósil humano y un fósil de mono “se parecen”, en el sentido de que un mono es más parecido al hombre que un elefante. (Dejo de lado por el momento las grandes diferencias entre un mono y un hombre). El parecido es un hecho. Cómo explicar este hecho, pertenece a la teoría. El darwinismo propone que el parecido se debe a que el hombre se originó del mono, mediante el mecanismo de las mutaciones al azar y la selección natural. Este es el punto decisivo. No el parecido, el cual puede ser (y lo es en muchísimos casos) el resultado de una misma convergencia y no de una misma descendencia. Repito. No existen datos empíricos puros, y casi que podríamos decir que no existen “datos” sino sólo “captos”, esto es, que lo importante no son los hechos dados sino la manera en que ellos son interpretados o captados, de ahí “captos”. Si el mecanismo de la transformación de un mono en un hombre (o de cualquier ser en otro) no está demostrado (y absolutamente no lo está), entonces el parecido entre dos o más seres es irrelevante. Los fósiles son siempre evidencia circunstancial, pasibles de ser interpretados en más de un sentido. Y no hay un sentido unívoco. Lo que hay es un sentido “oficial” o “canónico” o “establecido” al respecto, pero ello se debe a que la mayoría de los investigadores aceptan –consciente o inconscientemente– el darwinismo y a partir de allí interpretan los hallazgos. Y esto es así, porque no hay ciencia sin presupuestos filosóficos previos. O, para decirlo con las palabras de Sir Karl Popper, el epistemólogo más importante del siglo XX, no hay ciencia sin prejuicios, es decir sin las expectativas anticipatorias en la mente del investigador. Adjunto un excelente resumen sobre el tema que posiblemente sea de alguna utilidad:

http://www.ancient-hebrew.org/ancientman/1009.html 

Dr. Raúl Leguizamón