La mala suerte que tuvo el cura Juan con el párroco que le tocó

 

Juan lleva apenas un par de añitos de cura y ya adelanto que no es de Madrid ni está en la diócesis de Madrid. Pero… un día pasó por la parroquia, casualidades de la vida, pasó y estuvimos charlando un rato.

Cuando un sacerdote diocesano recibe su primer destino, generalmente como vicario parroquial para que vaya aprendiendo, lo primero que se pregunta es si tendrá suerte con el párroco que le toque. Si será comprensivo, si será un tirano, si será un buen amigo y compañero, si alguien que le ayude y enseñe, o tal vez un sacerdote que le haga la vida imposible. Ya saben que los curas somos así de raros.

Juan no está contento con su párroco. Me contaba que no le deja iniciativa, que se siente controlado, que le pone pegas por todo. La primera es que fuera de su día libre, ese que oficialmente tenemos todos los curas y que no siempre podemos disfrutar, le tiene sujeto a la parroquia con reuniones, misa y confesionario. Pero… eso es lo de menos, y mira que le importa.

Lo que más le molesta es que por lo visto el cura párroco que le ha tocado, parece que en mala suerte, le ha dicho que hay que celebrar según el misal y que no admite otra cosa. Fíjate, me decía el curita joven, qué poca confianza. Tampoco pasa nada si cambio alguna oración, o un día de calor celebro sin casulla. No veas cómo se pone. Me exige que haga el lavabo y hasta me ha reconvenido porque en la oración de los fieles dice que nunca pido por la Iglesia, que según él es la una intención que nunca puede faltar.

Como pueden ver, un auténtico ogro el párroco. Así se lo dije a Juan: ¡qué barbaridad! ¿Así que te ha tocado un cura párroco que pretende que celebres según el misal romano? ¡Qué horror! ¡Dónde iremos a parar!

Llega el pobre a una parroquia, se encuentra con un sacerdote que le ayuda a tener horarios, a estar pendiente de los fieles todo el día, que intenta que aprenda a atender a los fieles de forma especial celebrando los sacramentos y formando en la fe, convocándoles para la oración, la reflexión, el compromiso con los demás, y especialmente con los pobres. Un cura que le habla de echar horas, de estar siempre, de desgastarse del todo por Cristo y por las almas. Un sacerdote que le instruye en el respeto a la liturgia de la Iglesia como servidores de Cristo y de los hombres, que le enseña la humildad suficiente como para acatar lo que nos pide la Iglesia, y el respeto a los fieles que tienen derecho a que las cosas se hagan segín la Iglesia establece y no según los peculiares caprichos de don Fulano. 

Pues ya lo ven. Un párroco tan raro que pone horas de trabajo y encima pretende nada menos que en la parroquia se celebre según el misal romano. Inaguantable.