En este valle de lágrimas

 

Conozco gente que ante una alegría corre a celebrarlo con la Virgen. No es extraño que tras un alumbramiento lleguen flores, y seguro que algunos recordarán la bonita costumbre de que las novias, tras el enlace, depositaran el ramo a los pies de su advocación preferida.

Bien, pues con todo y eso, siguen siendo pocos los que tras un feliz acontecimiento acuden a la Virgen a dar gracias y a ofrecer una simple flor. Sin embargo, cuántas personas he visto llorar a los pies de María. Sobre todo en el pueblo, en los pueblos, ante la imagen de la patrona. Sobre todo mujeres, pero no solo mujeres.

Tengo clavados los ojos rojos de tantas personas que ante ella, tras la pérdida de algún ser querido, el diagnostico de una terrible enfermedad, una separación, un gravísimo problema familiar, simplemente lloraban y rezaban, rezaban y lloraban. Quizá es que su única oración era llorar y  mirarla.

Hoy me ha dado por pensar en ese dato curioso de que acuda mucha  más gente a la Virgen en las tristezas que en las alegrías. Tal vez porque la madre ve reír a los hijos a lo lejos y con eso le basta. Sin embargo cuando lloran, cuando están más blanditos, cuando el alma se les parte, entonces sí sabe María que es el momento del abrazo, de tomar a cada hijo de la mano y acariciar su alma con palabras de consuelo que derrama con sus ojos como suave bálsamo en la herida.

Parece que lo que estoy escribiendo iría mejor para un viernes santo que para la solemnidad de la Inmaculada. Quién sabe para cuándo o cómo mejor. El caso es que hoy se me ha ocurrido y vaya usted a saber por qué.

He de confesar que a mí me pasa lo mismo. Tampoco sé hacer llegar ninguna explicación. Pero cuando tengo un día malo, cuando el dolor llega a casa, cuando he sufrido heridas en el alma me salen la mirada y la oración a la Virgen. Es más, en los momentos de mayor debilidad acudo especialmente a la capilla de adoración perpetua y allí, delante de Jesús Sacramentado siento la presencia y el abrazo de su Madre.

En la capilla, al fondo, tenemos un preciso cuadro de la Virgen del Rosario, de tal modo que cuando rezas la Virgen queda a tus espaldas, no para que la reces, sino para rezar contigo. Pues bien, en los momentos duros, en esos días que uno siente de manera especial el cansancio y el agobio por mil cosas, es cuando bajo a la capilla, rezo y siento que María me está mirando y me da fuerzas. Ya ven qué cosas.

Bendita la Virgen, la que hoy celebramos como Inmaculada, que es consuelo cuando llega el momento de suspirar, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Bendita sea.