«Las migraciones justifican nuestra fe»

Profesor de Moral Social e investigador del Instituto de Estudios Migratorios de la Universidad Pontificia Comillas, José Manuel Aparicio Malo ha participado en Málaga en las Jornadas de Pastoral Social y Cáritas celebradas en el colegio de Gamarra.

-“El encinar de Mambré” es el título de su ponencia. Abraham como ejemplo de acogida al inmigrante…

-Es un pasaje muchas veces desconocido del Antiguo Testamento, pero de los más importantes. Ahí se vincula la experiencia del encuentro con los inmigrantes con la bendición de Dios. Mi reflexión es que, si pensamos en determinadas pastorales sectoriales: infantil, juvenil, etc., no es fácil encontrar referencias directas en la Biblia sobre su relevancia. Y, sin embargo, sí que es posible hacerlo en el ámbito de las migraciones. Esto cambia la forma de abordar nuestro planteamiento pastoral. Las migraciones, en definitiva, son parte de nuestros fundamentos teológicos. A las migraciones no se puede acudir como parte de un compromiso ético, sino como parte del núcleo que justifica nuestra fe.

-El Papa ha denunció recientemente ante el Parlamento Europeo que el Mediterráneo no puede convertirse en un gran cementerio…

-Este tipo de pronunciamientos parece muy novedoso, pero en el fondo refleja la tradición de la Iglesia. La forma de contemplar al emigrante dentro de la teología católica es distinta a la que ejerce el sistema jurídico. En la Biblia, nosotros vinculamos los migrantes a la bendición de Dios; y, en el sistema jurídico, se entiende como algo que tiene que ser gestionado por el Estado primando el sentimiento de nacionalidad. Son dos planteamientos totalmente distintos que justifican que las expresiones de esta preocupación puedan ser tan proféticas como las que usa el Papa Francisco.

-Para muchos, los flujos migratorios provocan miedos y recelos ¿Qué les dice la Iglesia?

-La mayor denuncia por parte de la Iglesia respecto al fenómeno de las migraciones es la reclamación del derecho a no tener que emigrar. Esto supone, no la supresión de fronteras, sino una situación de cooperación internacional, de eliminar las causas de injusticia, de desigualdad social. Incluso el propio Juan Pablo II habla de que los estados tienen derecho al control de fronteras para la salvaguarda del bien común. Los miedos y las reticencias se pueden comprender. Pero, más allá de este punto, seguramente responden a prejuicios infundados y en cierto punto a privarse de la riqueza que genera el contacto intercultural y la acogida de los inmigrantes.

(Antonio Moreno Ruiz – Diócesis de Málaga)