Las llaves de Pedro – Meditaciones en Santa Marta: Si el corazón es como un mercado

 

 Francesco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

Vamos a traer a estas “Llaves de Pedro” las meditaciones que el Santo Padre Francisco pronuncia en la Casa de Santa Marta en las homilías diarias que allí celebra, tomadas  las mismas de  L’Osservatore Romano.

Martes, 7 de enero de 2014: “Si el corazón es como un mercado”

Papa Francisco en Santa Marta

El corazón del hombre se parece a «un mercado de barrio» donde se puede encontrar de todo. El cristiano debe aprender a conocer en profundidad lo que pasa a través de él, discerniendo aquello que sigue el camino indicado por Cristo y lo que lleva, en cambio, al indicado por el anticristo. El criterio para orientarse en esta elección dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa del martes 7 de enero, en la capilla de Santa Marta— es seguir el itinerario indicado por la encarnación del Verbo.

El Pontífice propuso esta reflexión al comentar la primera carta de san Juan (3, 22 - 4,6) en la cual el apóstol «parece casi obsesivo» al repetir algunos consejos, en especial: «Permaneced en el Señor».

«Permanecer en el Señor» repitió el Papa, y añadió: «El cristiano, hombre o mujer, es quien permanece en el Señor». Pero, ¿qué significa esto? Muchas cosas, respondió el Santo Padre. Si bien, explicó, el pasaje de la carta de san Juan se centra en una especial actitud que el cristiano debe asumir si quiere permanecer en el Señor: es decir, la plena conciencia «de lo que sucede en su corazón».

El cristiano que permanece en el Señor sabe «lo que pasa en su corazón». Por ello el apóstol, destacó el Pontífice, «dice: Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios; sabed discernir los espíritus, discernir lo que oís, lo que pensáis, lo que queréis, si es propio del permanecer del Señor o si es otra cosa, que te aleja del Señor». Por lo demás, «nuestro corazón, prosiguió, tiene siempre deseos, ganas, pensamientos: pero, ¿todos éstos, son del Señor? ¿O algunos de éstos nos alejan del Señor? Por ello el apóstol dice: examinad todo lo que pensáis, lo que sentís, lo que queréis… Si esto va en la línea del Señor, funciona; pero si no va en esa línea…».

Por ello es necesario «ponerlos a prueba, repitió el Obispo de Roma citando una vez más la carta de san Juan, para examinar si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo». Y falsos, advirtió, pueden ser no sólo los profetas, sino también las profecías o las propuestas. Por ello es necesario vigilar siempre. Es más, el cristiano, indicó, es precisamente el hombre o la mujer «que sabe vigilar sobre su corazón».

Un corazón, añadió el Papa Francisco, en el cual hay «muchas cosas que van y vienen… Parece un mercado de barrio donde se encuentra de todo». Precisamente por esto es necesaria una obra constante de discernimiento; para comprender, especificó el Pontífice, lo que es verdaderamente del Señor. Pero «¿cómo sé se preguntó que esto es de Cristo?». El criterio a seguir lo indica el apóstol Juan. Y el Santo Padre lo recordó citando una vez más la carta: «Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo».

«Es así de sencillo: si lo que tú deseas, o lo que tú piensas explicó, va por el camino de la encarnación del Verbo, del Señor que vino en carne», significa que es de Dios; pero si no va por ese camino, entonces no viene de Dios. Se trata, en esencia, de reconocer el camino recorrido por Dios, quien se «abajó, se humilló hasta la muerte de cruz». Abajamiento, humildad y también humillación: «éste, indicó el Pontífice,  es el camino de Jesucristo».

Por lo tanto, si un pensamiento, si un deseo «te lleva, añadió, por el camino de la humildad, del abajamiento, del servicio a los demás, es de Jesús; pero si te lleva por la senda de la suficiencia, de la vanidad, del orgullo o por el camino de un pensamiento abstracto, no es de Jesús». Lo confirman las tentaciones que Jesús mismo sufrió en el desierto: «Las tres propuestas que el demonio hace a Jesús eran propuestas que querían alejar a Jesús de este camino, del camino del servicio, de la humildad, de la humillación, de la caridad realizada con su vida».

«Pensemos hoy en esto, propuso el Pontífice. Nos hará bien. Primero: ¿qué pasa en mi corazón? ¿Qué pienso? ¿Qué siento? ¿Presto atención o dejo pasar, que todo vaya y venga? ¿Sé lo que quiero? ¿Examino lo que quiero, lo que deseo? ¿O lo tomo todo? Queridos míos, no prestéis fe a cada espíritu; examinad los espíritus». Muchas veces, añadió, nuestro corazón es «como un camino, donde pasan todos». Pero precisamente por esto es necesario «examinar» y preguntarnos «si elegimos siempre las cosas que vienen de Dios, si sabemos cuáles son las que vienen de Dios, si conocemos el criterio auténtico para discernir» nuestros deseos, nuestros pensamientos. Y, concluyó, no debemos olvidar jamás «que el criterio auténtico es la encarnación de Dios».

No es lo mismo tener un corazón limpio y sano, espiritualmente hablando, que tenerlo sucio y sometido a las vicisitudes del mundo y sus caprichos.

El texto al que se refiere e Papa Francisco (Primera Epístola de San Juan) hace mucho hincapié en algo importante y alrededor de lo cual hace girar su meditación el Santo Padre: hay que permanecer en Cristo.

Dicho así podría parecer cosa fácil: se permanece en el Hijo de Dios y no hay más problema.

Sin embargo, no ha de ser cosa tan sencilla cuando el título de lo que hoy nos dice es “Si el corazón es como un mercado” que es como decir que no está con Cristo sino muy alejado del Emmanuel.

Si estamos cerca de Cristo no será nuestro corazón, en efecto, como un mercado donde se puede encontrar de todo y de todo puede escogerse según nos convenga. Es decir, no nos comportaremos de una forma relativista en la que prima y convence lo que, en cada ocasión, nos convenga y nos interese. Así, seguramente, cuando eso nos venga bien, nos alejaremos de Dios y comprenderemos a Jesús sólo en lo que sea de nuestro gusto.

Es bien cierto que tal forma de comportarse no es la propia de un hermano de Cristo. Cuando tenemos el corazón como un mercado es más que probable que, efectivamente, hagamos de nuestra vida un auténtico desatino espiritual.

Por otra parte, cuando no consentimos que nuestro corazón sea como un mercado (donde todo lo posible y alcanzable, sea lo que sea, se puede alcanzar y es posible) nuestro comportamiento como católicos estará de acuerdo con una forma de ser lo más acorde posible a la que Cristo predicó y con la que, precisamente, se entregó por nosotros.

Tenemos, pues, dos posibilidades y formas de llevar una existencia humana: de acuerdo con Cristo y permaneciendo en Él o manifestando disconformidad con el Señor y, por tanto, haciendo de nuestra capa un sayo (y es mala cosa que una capa se convierta en vulgar trapo)

Utiliza el Santo Padre, para apoyar su meditación, una palabra que dice todo de lo que significa eso de “permanecer en Cristo”: encarnación.

Tal palabra dicho mucho: que Dios quiso hacerse hombre y que se abajó y se humilló por nosotros, que se olvidó de que era el Creador y quiso estar entre sus hermanos los hombres (entre aquellos otros nosotros) y gozar, sufrir, llorar y padecer como lo hacían aquellos que vivían en su tiempo y, en fin, que murió como hombre alejado de la fama social o la aquiescencia de las masas.

Todo eso significa permanecer en Cristo y evitar que nuestro corazón sea un mercado porque quien tiene claro que es hermano de Cristo y que es su discípulo no puede permitirse el lujo de ser mundano y carnal sino espiritual y del cielo.

A este respecto, existe una forma, un procedimiento, digamos, de llevar a cabo una existencia donde el mercado sea el lugar donde vamos a adquirir aquello que necesitamos y quede muy alejado de nuestro corazón: preguntarse, cada vez que se va a hacer algo, qué quiere Dios, Cristo, de nosotros.

Es cierto que eso es difícil pero, que se sepa, aún no se ha podido demostrar que ser católico sea cosa fácil. 

  

Eleuterio Fernández Guzmán