Elogio de la fe sencilla

 

Entre las características de la fe está, sin duda, la sencillez. La fe, la confianza en Dios y la aceptación de la verdad que Él nos ha manifestado en Jesucristo, no conoce el artificio ni el engaño.

Prototipo del creyente es María. En Ella, en su fe, no hay “ni la menor sombra de doblez”, como decía San Josemaría.

Cada día admiro más la naturalidad y la espontaneidad con la que los creyentes sencillos expresan y defienden su fe. No les hace falta, a estos cristianos, pertenecer a nada especial. No son miembros de ninguna asociación. No pretenden destacar, no presumen de ser los mejores ni los más puros. No presumen de nada. Solo creen, confiando en que Dios les acompaña en los momentos buenos y malos de la vida.

Obviamente, no es malo asociarse con otros para vivir la fe. No es malo seguir un movimiento de vida cristiana. No es malo ingresar en una orden religiosa. Todo eso es muy bueno, si se hace con sencillez.

Desde muy antiguo ha existido en la Iglesia la tentación gnóstica, el deseo de pertenecer a un grupo reservado y exclusivo, a una especie de clase aristocrática que, a diferencia de los simples fieles, no solo cree, sino que “sabe”.

Los creyentes sencillos no presumen de “saber”. Se conforman con la Misa que se celebra en su Parroquia, con las confesiones, con el rezo del Rosario y con muy poco más. No piden, con una exigencia absoluta, la exposición solemne del Santísimo Sacramento, porque son conscientes de que el Señor está realmente presente en cualquier sagrario de la tierra, por olvidado que esté ese sagrario.

¡Claro que es muy bueno exponer el Santísimo Sacramento! Pero no se debe entrar en una lógica de lo “extraordinario”. Lo “extraordinario” resalta lo “ordinario”, y no lo puede sustituir.

Si se pretende que lo extraordinario sea lo ordinario, todo se pervierte. Si se pretende que el milagro haga las veces de la providencia ordinaria, todo se pervierte. Y, si uno va al fondo de las cosas, no hay muchos elementos – alguno sí, no se puede negar – que distancie a la providencia ordinaria del milagro.

Da la sensación, a veces, de que, en la Iglesia, nos dejamos seducir por una lógica del “más difícil todavía”. Parece que los medios ordinarios de salvación – la oración y los sacramentos – ya no valen nada si no están acompañados de no se sabe qué misterios y milagros.

La fe es sencilla porque el Verbo se hizo carne – no creo que ninguna otra verdad del Credo haya costado tanto a la hora de ser aceptada - . El Verbo se hizo carne; es decir, Dios se ha acercado a nosotros, ha descendido a nuestro nivel.

Ser cristiano es algo simple, nada aristocrático. Consiste en creer realmente que el Hijo de Dios se hizo hombre. Consiste en ir a Misa cada domingo, en confesarse con frecuencia, en rezar y en hacer obras de misericordia.

Todo lo demás, todo lo que ayude a lo esencial, bienvenido sea. Pero no compliquemos artificialmente las cosas.

 

Guillermo Juan Morado.