Pretenden curar la desgracia de mi pueblo como cosa leve

Leemos en la segunda epístola de San Pedro:

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

2ª Ped 1,19-21

Días atrás he traído a este blog y a este portal las advertencias proféticas de uno de los santos más importantes del siglo pasado, coetáneo nuestro. Toca hoy traer a un profeta del que no cabe la menor duda que habló inspirado por el Espíritu Santo, pues sus palabras forman parte de la Escritura. Sus textos fueron escritos en una época muy concreta pero sirven para iluminar la realidad de la Iglesia, el Israel de Dios, hoy en día.

Antes que nada, conviene recordar lo que el apóstol San Pablo dijo de aquellos que siendo gentiles, han sido injertados en la viña del Señor:

Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.  Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado.
Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.  Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.

Rom 11,17-22

Teniendo esa advertencia en mente, leamos:

Déjate amonestar, Jerusalén, no sea que mi alma se aparte de ti y te convierta en desierto, en tierra inhabitada.

(Jer 6,8)

Cosa buena, y sabia, es estar dispuestos a recibir la corrección del Señor. Una corrección destinada a nuestro bien, para que no caigamos en la tentación de entrar por la puerta ancha que conduce a la perdición y que nos ayuda a volver sobre nuestros pasos si ya hemos entrado por ella. Si no hacemos tal cosa, nuestra alma, y también gran parte de la Iglesia, se convertirá en desierto. Un desierto lleno de almas que vagan por el Sinaí, dando tumbos de acá para allá, sin confiar plenamente en la realización de la promesa de una tierra prometida, que para nosotros es la Jerusalén celestial.

Así dice Yahvé de los ejércitos: “Haz cuidadoso rebusco, como en las viñas, de los restos de Israel; vuelve tu mano, como vendimiador, entre los sarmientos, ¿A quién hablaré? ¿A quién amonestaré que me oiga? He aquí que tienen oídos incircuncisos, no pueden oír nada, La palabra de Yahvé es para ellos objeto de escarnio, no gustan de ella“.

(Jer 6,9-10)

¿Cuántos viven hoy como si las palabras de Cristo fueran mera literatura destinada solo a unos pocos y no a ser para todos el pan nuestro de cada día, el maná que baja del cielo para alimentar nuestras almas? ¿cuántos ignoran sus advertencias sobre la necesidad de alejarse del pecado? ¿cuántos están dispuestos a recibir el perdón que el Señor concede graciosamente a la adúltera pero no a obedecer su mandato de “no peques más” (Jn 8,12)? ¿cuántos creen de verdad lo que nuestro Salvador dijo al paralítico de la piscina de Siloé, al que había sanado: “Mira que has sido curado; no vuelvas a pecar, no te suceda algo peor” (Jn 5,19)?

Escarnecen hoy la Palabra de Dios quienes la leen o la oyen pero rechazan la gracia que les capacita para ponerla en práctica, ignorando que Cristo mismo preguntó: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo? (Luc 6,46)?". Por ejemplo, si Cristo nos dice que divorciarse y volverse a casar es adulterio, ¿en nombre de quién o de qué se propone decirles a los adúlteros que no están en grave peligro de condenación, robándoles la gracia que les lleva al arrepentimiento que les permite comulgar y salvarse?

Porque, desde el pequeño al grande, todos están ávidos de rapiña; desde el profeta al sacerdote, todos cometen fraude. Pretenden curar la desgracia de mi pueblo como cosa leve, diciendo: ¡Paz, paz! cuando no hay paz.

Jer 6,13-14

Ay, ay, ay, de los que buscan la falsa paz del mundo, la paz mentirosa para un pueblo de Dios que está construida sobre la traición a los mandatos del Señor. Sean “profetas", sacerdotes, pequeños o grandes, no sirven a Aquél que nos rescató. Cosa leve les parece la mundanización y secularización de la Iglesia. Ladrones de almas, a los que el Señor se enfrentará cara a cara.

Serán confundidos por haber obrado abominablemente. Y no se avergüenzan. Por eso caerán entre los que caigan. Al tiempo de la cuenta resbalarán, oráculo de Yahvé.

Jer 6,15

¿Y en verdad creen que Dios no les confundirá hoy? ¿Piensan quizás que Dios se ha mudado, de forma que no salve a su pueblo de quienes le conducen por caminos extraños? ¿Acaso ha dejado el Señor de amar a sus hijos para dejarlos en manos de quienes buscan el aplauso del mundo y no la gloria del Todopoderoso?

Así dice Yahvé: Haced alto en los camino y ved, preguntad por las sendas antiguas: ¿Es ésta la senda buena? Pues seguidla y hallaréis reposo para vuestras almas. Pero dijeron: “No la seguiremos”. Yo os había dado atalayadores: ¡Atención a la voz de la trompeta! Pero ellos dijeron: ¡No queremos oírla!

Jer 6,16-17

No, no quieren oír la voz de los profetas. La enmudecen escondiendo su mensaje al pueblo. No quieren que los fieles reciban la luz de las sendas antiguas, de la Tradición, de la enseñanza prístina de la Iglesia, de sus santos, doctores, concilios y papas. Y si alguno osa levantar la voz, reaccionan como con San Esteban, mártir: “Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él” (Hech 7,54).

Por eso oíd, pueblos; entiende, congregación, lo que les acaecerá."Oye tú, tierra: He aquí que yo traeré una desventura sobre este pueblo; éste es el fruto de sus malos designios, porque no atendieron a mis palabras y despreciaron mi ley“.

Jer 6,18-19

Con temor y temblor pregunto: ¿acaso no tememos sufrir el castigo de Dios que purifique a su Iglesia por no haber combatido pecados nefandos y herejías destructoras?

¿No oímos hoy la voz del apóstol?

Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis.

2ª Cor 11,2-4

Mas sabemos que Cristo prometió que las puertas del Hades no triunfarían. Sabemos que aunque nosotros no seamos siempre fieles, Él sí lo es. Por eso rezamos cada Misa “no tengas en cuenta nuestros pecados, sino mira la fe de tu Iglesia", en la certeza de que Él escucha nuestra oración.

Señor, salva tu Iglesia, salva tu pueblo, sálvanos por gracia.

¡Santidad o muerte!

 

Luis Fernando Pérez Bustamante