ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 28 de diciembre de 2014

La frase del día - 28 de diciembre

"Que el dulcísimo Niño Jesús os traiga todas las gracias, todas las bendiciones, todas las sonrisas que plazca a su infinita bondad". (San Pío de Pietrelcina)

 


El papa Francisco

El Papa en el ángelus: 'La Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano'
Texto completo. Francisco reza un Ave Marí­a por las familias en dificultad y saluda con un aplauso a todos los abuelos del mundo

Francisco a las familias: 'Un hijo es un milagro que cambia la vida'
Texto completo. El Santo Padre destaca que la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia. La presencia de estas familias es una esperanza para la sociedad

Iglesia y Religión

El rector del Pontificio Colegio Español, nuevo obispo de Barbastro-Monzón
El sacerdote Ángel Pérez Pueyo sustituye a monseñor Alfonso Milián Sorribas, que ocupaba la sede desde 2004

Espiritualidad

La paz es el futuro
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Santo Tomás Becket - 29 de diciembre
«Defensor del clero frente a las ingerencias del poder civil encarnado por el monarca inglés Enrique II, del que fue su canciller y amigo, este arzobispo fue decapitado en el interior de la catedral donde se hallaba orando»


El papa Francisco


El Papa en el ángelus: 'La Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano'
Texto completo. Francisco reza un Ave Marí­a por las familias en dificultad y saluda con un aplauso a todos los abuelos del mundo

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Familia de Nazaret. El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y san José en el momento en el que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se dirigen al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2, 22-24).

Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los grandes atrios del templo. No resalta a la vista, no se distingue… ¡Y sin embargo no pasa inadvertida! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2, 22-38). Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los reúne? Jesús. Jesús los reúne: los jóvenes y los ancianos. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡Cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su rol en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos --Simeón y Ana-- saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo.

El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José, Dios es verdaderamente el centro, y lo es en la persona de Jesús. Por eso la Familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.

Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo en el acontecimiento dramático de la huida en Egipto. Una dura prueba...

El Niño Jesús con su Madre María y con san José son un icono familiar sencillo pero muy luminoso. La luz que ella irradia es una luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía, falta el perdón. Nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a la familia que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar…

Que nuestra solidaridad concreta no falle, en especial a las familias que están pasando por las situaciones más difíciles, por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, tengan dificultades por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar, tengan dificultades de entendimiento e incluso de desunión. En silencio oramos por todas estas familias... (Ave María).

Encomendamos a María, Reina y Madre de la familia, todas las familias del mundo, para que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda recíproca, y para eso invoco sobre ellas la materna protección de Aquella que fue madre e hija de su Hijo". 

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Pontífice recordó en la oración a los pasajeros del avión malasio desaparecido y a los pasajeros de los barcos accidentados en el mar Adriático:

"Queridos hermanos y hermanas,

Mi pensamiento se dirige, en este momento, a los pasajeros del avión malasio desaparecido durante el viaje entre Indonesia y Singapur, así como a los pasajeros de los barcos --en tránsito en las últimas horas en las aguas del mar Adriático-- involucrados en algunos accidentes. Mi cercanía --con el afecto y la oración-- a los familiares, a los que viven con aprensión y sufrimiento estas situaciones difíciles y a los que participan en las operaciones de rescate".

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

"¡Hoy el primer saludo lo dirijo a todas las familias presentes! La Sagrada Familia os bendiga y os guíe en vuestro camino.

Os saludo a todos, romanos y peregrinos; en particular, a los numerosos chicos de la diócesis de Bérgamo y Vicenza que han recibido o están a punto de recibir la Confirmación. Saludo a las familias del Oratorio de la Catedral de Sarzana, a los fieles de San Lorenzo in Banale (Trento), a los monaguillos de Sambruson (Venecia), a los scouts de Villamassargia y a los empleados de la Fraterna Domus".

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Os deseo a todos un buen domingo. Os doy las gracias de nuevo por vuestras felicitaciones y por vuestras oraciones. Seguid rezando por mí. ¡Buena comida y hasta pronto!"

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Francisco a las familias: 'Un hijo es un milagro que cambia la vida'
Texto completo. El Santo Padre destaca que la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia. La presencia de estas familias es una esperanza para la sociedad

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco se ha reunido este domingo con miles de familias europeas, que han querido celebrar con el Pontífice argentino la fiesta de la Sagrada Familia, en el Aula Pablo VI. En un clima acogedor y alegre, el encuentro con el Santo Padre ha tenido lugar con motivo del décimo aniversario de la Asociación de Familias Numerosas de Italia.

Después de escuchar a dos matrimonios, uno joven y otro más mayor, el Papa se ha dirigido a los niños para preguntarles: "¿A qué hora os habéis levantado hoy? ¿A las 6? ¿A las 5? ¿Y no tenéis sueño?". Con una enorme sonrisa, Francisco ha enseñado a los presentes los cuatro folios que llevaba preparados y ha dicho: «¡Pues con este discurso os haré dormir!». La broma ha desatado las risas y los aplausos de todos.

Durante su intervención, el Pontífice ha recordado que "cada uno de vuestros hijos es una criatura única, que no se repetirá jamás en la historia de la humanidad. ¡Cuando se comprende esto, es decir que cada uno ha sido querido por Dios, uno se sorprende ante el gran milagro que es un hijo! ¡Un hijo cambia la vida! Todos hemos visto --hombres, mujeres-- que, cuando llega un hijo, cambia la vida, es otra cosa. Un hijo es un milagro que cambia la vida".

"Vosotros, niños y niñas, sois precisamente eso: cada uno de vosotros es un fruto único del amor, venís del amor y crecéis en el amor. ¡Sois únicos, pero no estáis solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas os hace bien", ha añadido.

El Santo Padre ha proseguido su discurso explicando que "los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de la comunión fraterna desde la primera infancia. En un mundo marcado a menudo por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia; y estas actitudes luego van en beneficio de toda la sociedad". "La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad", ha subrayado.

En un homenaje a las personas mayores, que también eran muy numerosas, ha señalado que los abuelos no solo proporcionan "ayuda práctica", sino también "apoyo educativo". Así, ha enfatizado que "los abuelos conservan los valores de un pueblo, de una familia, y ayudan a los padres a transmitirlos a los hijos". "En el siglo pasado, en muchos países de Europa, han sido los abuelos los que han transmitido la fe", ha insistido.

Por último, el papa Francisco se ha referido con preocupación a "las familias afectadas por la crisis económica, en las que el padre o la madre han perdido el trabajo, y donde los hijos no lo encuentran". Tras subrayar las dificultades que afrontan las familias, ha deseado que las instituciones públicas y la política les dediquen mayor atención y apoyo. Y ha finalizado sus palabras realizando una petición: "Por favor, seguid rezando por mí, que soy un poco como el abuelo de todos".

Texto completo del discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Antes que nada una pregunta y una curiosidad. Díganme: ¿a qué hora se han despertado hoy? ¿a las seis? ¿a las cinco? ¿y no tienen sueño? ¡Pero yo con este discurso los hare dormir!

Estoy contento de encontrarlos en ocasión de los diez años de la Asociación que reúne en Italia a las familias numerosas. ¡Se ve que ustedes aman a la familia y aman la vida! Y es bello agradecer al Señor por esto en el día en el cual celebramos la Sagrada Familia.

El Evangelio de hoy nos muestra a María y José que llevan al Niño Jesús al templo, allí encuentran a dos ancianos, Simeón y Ana, que profetizan sobre el Niño. Es la imagen de una familia “alargada”, un poco como son sus familias, donde las diversas generaciones se encuentran y se ayudan. Agradezco a Mons. Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, - especialista en hacer estas cosas – que ha deseado tanto este momento, y a Mons. Beschi, que ha fuertemente colaborado en hacer nacer y crecer su Asociación, surgida en la ciudad del beato Pablo VI, Brescia.

Han venido con los frutos más bellos de su amor. La maternidad y la paternidad son dones de Dios, pero recibir este don, maravillarse de su belleza y hacerlo resplandecer en la sociedad, esto es su tarea. Cada uno de sus hijos es una creatura única que no se repetir nunca más en la historia de la humanidad. Cuando se entiende esto, es decir que cada uno ha sido querido por Dios, ¡nos quedamos sorprendidos de cuanto grande es el milagro de un hijo! ¡Un hijo cambia la vida! Todos nosotros hemos visto – hombres, mujeres – que cuando llega un hijo la vida cambia, es otra cosa. Un hijo es un milagro que cambia una vida. Ustedes, niños y niñas, son propio esto: cada uno de ustedes es un fruto único del amor, vienen del amor y crecen en el amor. ¡Son únicos, pero no solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas les hace bien: los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de la comunión fraterna desde la primera fase de la infancia. En un mundo marcado frecuentemente por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia; y estas actitudes luego son un beneficio para toda la sociedad.

Ustedes, niños y jóvenes, son los frutos del árbol que es la familia: serán frutos buenos cuando el árbol tiene buenas raíces – que son sus abuelos – y un buen tronco – que son sus padres – Decía Jesús que todo árbol bueno da frutos buenos y que todo árbol malo da frutos malos (cfr. Mt 7,17). La gran familia humana es como un bosque, donde los arboles buenos traen solidaridad, comunión, confianza, ayuda, seguridad, sobriedad feliz, amistad. La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad. Y por esto es muy importante la presencia de los abuelos: una presencia preciosa sea por la ayuda práctica, sea sobre todo por el aporte educativo. Los abuelos cuidan en sí los valores de un pueblo, de una familia, y ayudan a los padres a transmitirlos a los hijos. En el siglo pasado, en muchos países de Europa, han sido los abuelos a transmitir la fe: ellos llevaban a escondidas al niño a recibir el bautismo y transmitían la fe.

Queridos padres, les estoy agradecido por el ejemplo de amor a la vida, que ustedes cuidan desde el concebimiento hasta el fin natural, a pesar de todas las dificultades y lo pesado de la vida, y que lamentablemente las instituciones públicas no siempre los ayudan a llevar adelante. Justamente ustedes recuerdan que la Constitución Italiana, en el artículo 31, exige una atención especial a las familias numerosas; pero esto no encuentra un adecuado reflejo en los hechos. Se queda en las palabras. Deseo pues, pensando también a la baja natalidad que de hace tiempo se registra en Italia, una mayor atención de la política y de los administradores públicos, a todo nivel, con el fin de dar la ayuda prevista para estas familias. Cada familia es célula de la sociedad, pero la familia numerosa es una célula más rica, más vital, y el ¡Estado tiene todo el interés de invertir en ella!

Sean bienvenidas las familias reunidas en Asociaciones – como esta italiana y como aquellas de otros países europeos, aquí representados – y sea bienvenida la red de asociaciones familiares capaces de estar presentes y visibles en la sociedad y en la política. San Juan Pablo II, en este sentido, escribía: «las familias deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar y deben asumir la responsabilidad de transformar la sociedad: diversamente las familias serán las víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia» (Exh. Ap. Familiaris consortio, 44). El compromiso que las asociaciones familiares desarrollan en los diversos “foros”, nacionales y locales, es propio aquel de promover en la sociedad y en las leyes del estado los valores y las necesidades de la familia.

Bienvenidos también los movimientos eclesiales, en los cuales ustedes miembros de las familias numerosas están particularmente presentes y activos. Siempre agradezco al Señor al ver a papás y mamás de las familias numerosas, juntos a sus hijos, comprometidos en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por mi parte les acompaño con mis oraciones, y les encomiendo bajo la protección de la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Y una bella noticia es que propio en Nazaret se está realizando una casa para las familias del mundo que van en peregrinación allá donde Jesús creció en edad, sabiduría y gracia. (cfr. Lc 2,40).

Rezo en especial por las familias más afectadas por la crisis económica, aquellas donde el papá o la mamá han perdido el trabajo, - y esto es duro – donde los jóvenes no logran encontrarlo; las familias heridas en sus sentimientos y aquellas tentadas a rendirse a la soledad y la división.

¡Queridos amigos, queridos padres, queridos jóvenes, queridos niños, queridos abuelos, buena fiesta a todos ustedes! Cada una de sus familias sea siempre rice de ternura y de la consolación de Dios. Con afecto los bendigo. Y ustedes, por favor, continúen a rezar por mí, que yo soy un poco el abuelo de todos ustedes. ¡Recen por mí! Gracias.

(Traducción de Radio Vaticano)

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Iglesia y Religión


El rector del Pontificio Colegio Español, nuevo obispo de Barbastro-Monzón
El sacerdote Ángel Pérez Pueyo sustituye a monseñor Alfonso Milián Sorribas, que ocupaba la sede desde 2004

Por Redacción

MADRID, 28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - La Santa Sede ha hecho público este sábado el nombramiento del sacerdote Ángel Pérez Pueyo como obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón, tras aceptar el papa Francisco la renuncia por edad de monseñor Alfonso Milián Sorribas, que ocupaba la sede desde 2004. El nuevo prelado es, hasta la fecha, rector del Pontificio Colegio Español San José de Roma.

El obispo electo nació en Ejea de los Caballeros (Zaragoza) el 18 de agosto de 1956. Con diez años ingresó en el Seminario Menor Metropolitano de Zaragoza, donde cursó estudios hasta el año 1972, cuando pasó al Seminario Mayor. En 1974 inició los estudios eclesiásticos en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón, para continuar, desde 1977, en la Casa de Formación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, en Salamanca. Finalizados los estudios, en 1979, ingresó a todos los efectos en la mencionada Hermandad Sacerdotal.

Fue ordenado sacerdote en Plasencia (Cáceres) el 19 de marzo de 1980. Obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Civil de Salamanca.

Tras su ordenación sacerdotal, en 1980, y hasta 1985, fue formador en el Seminario Menor de Tarragona y tutor y profesor en el Colegio-Seminario. En 1985 fue nombrado rector del Aspirantado Menor de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos en Salamanca, y tutor en el Colegio Maestro Ávila, cargos que ocupó hasta el año 1990. Desde 1990 hasta 1996 fue miembro y Coordinador Pastoral del Consejo Central de los Operarios Diocesanos. Colaboró con los cursos para Formadores de Seminarios en Buenos Aires, Caracas y Lima; en los organizados por la Comisión de Seminarios de la Conferencia Episcopal Española (CEE) durante varios años en Santander; y en los Cursos para Formadores de Seminarios de lengua española y portuguesa.

En 1996 fue nombrado director general de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, cargo que desarrolló hasta el año 2008, cuando fue nombrado secretario técnico de la Comisión Episcopal de Seminarios de la CEE, donde permaneció hasta su nombramiento como rector del Pontificio Colegio Español en Roma, en el año 2013.

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Espiritualidad


La paz es el futuro
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Por Cardenal Lluís Martínez Sistach

BARCELONA, 28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - "La guerra es una locura". Esta es la denuncia que hizo el papa Francisco cuando visitó, el pasado septiembre, el cementerio de Fogliano di Redipuglia -donde recordó y oró por las víctimas de la Primera Guerra Mundial-, ante la "masacre inútil" de aquella guerra que el papa Benedicto XV intentó parar sin poderlo conseguir.

Haciendo memoria de aquella Gran Guerra, el papa Francisco alertó que en la actualidad se puede hablar de una Tercera Guerra Mundial que se desarrolla "por partes", con las crueldades, abusos y sufrimientos que sufre con frecuencia la población civil más indefensa.

En este panorama oscuro, quisiera subrayar la actualidad del llamado espíritu de Asís, un espíritu que la Comunidad de Sant'Egidio -fundada por el profesor italiano Andrea Riccardi- ha asumido y al que da continuidad. El espíritu de Asís tiene su origen en el mensaje de san Francisco -recordemoslo ahora, que hemos conmemorado los ocho siglos de su paso por Cataluña como peregrino hacia Santiago de Compostela-, y más recientemente en el encuentro interreligioso de oración por la paz que convocó en Asís el papa san Juan Pablo II en 1986. Ese fue un evento que tuvo un gran eco, porque respondía a un deseo sentido por muchos hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo y de todas las creencias.

La Comunidad de Sant'Egidio celebró el último de estos encuentros anuales del 7 al 9 de septiembre en la ciudad de Amberes, con el título de "La paz es el futuro", recordando que se cumplen los cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial. En el llamado espíritu de Asís, hombres y mujeres de diversas religiones y culturas se encuentran los unos junto a los otros, no los unos contra los otros, con el convencimiento de que en lo más profundo de cada tradición religiosa hay un fundamento para encontrarse y orar juntos por la paz.

La paz no es fácil pero es posible. Por ello, el beato Pablo VI inició la celebración de la Jornada Mundial de la Paz el día primero de año. Francisco, que eligió este nombre recordando que el santo de Asís fue un apóstol incansable de la paz, ha escogido este lema para la Jornada de la Paz del próximo 1 de enero: "Nunca más esclavos, sino hermanos".

La paz es posible. El diálogo entre las religiones, las culturas y las personas es hoy una necesidad para vivir juntos -para convivir en regiones y ciudades que cada vez son más complejas y con una composición étnica y religiosa más plural. El diálogo y el encuentro interpersonal es necesario que se conviertan en una práctica diaria, en una forma habitual de vida, en una cultura de la convivencia en la pluralidad. Así se ha dicho de manera muy clara en el Congreso de Pastoral de las Grandes Ciudades que hemos celebrado en Barcelona durante el año que ahora termina. 

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Santo Tomás Becket - 29 de diciembre
«Defensor del clero frente a las ingerencias del poder civil encarnado por el monarca inglés Enrique II, del que fue su canciller y amigo, este arzobispo fue decapitado en el interior de la catedral donde se hallaba orando»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - Nació en Londres, Inglaterra, el 21 de diciembre de 1118. Era hijo de una familia de origen francés; su padre era comerciante. Cursó estudios con los canónigos regulares de Merton, en Surrey, y tras la pérdida de sus padres, entrando ya en la veintena, se ganó el sustento trabajando primeramente al servicio de un familiar y luego con un señor aficionado a la cinegética y a la cetrería, deporte que heredó y cultivó durante un tiempo. Era inteligente y sagaz, exquisito en el trato. Había pasado por París y Bolonia donde había cursado teología, de modo que a los 24 años el arzobispo de Canterbury, Teobaldo, lo acogió entre los suyos y obtuvo para él muchas prebendas.

En 1154 después de recibir el diaconado, el arzobispo lo designó arcediano de Canterbury. Hasta la muerte de éste, acaecida en 1161, Tomás mostró su pericia y delicadeza en asuntos diplomáticos de cierta envergadura que el prelado le encomendó dentro y fuera de las fronteras. Estas misiones le llevaron en distintas ocasiones a Roma. Teobaldo veía en su estrecho colaborador un hombre valiente y fiel, que defendía la verdad; contó siempre con su aprobación y confianza. Estas y otras cualidades no pasaron desapercibidas para el rey Enrique II que hacia 1155 le había nombrado canciller suyo. Ambos mantuvieron una estrecha amistad. Fue una relación entrañable que sobrepasó el vínculo que les unía en las difíciles cuestiones de estado que compartían.

Tomás tenía una personalidad arrolladora y compleja. Fue templando su orgulloso temperamento, inclinado a la ira y a la violencia, a fuerza de oración y disciplina. Durante un tiempo fue excesivo en su prodigalidad, pero reconocido en su innegable generosidad a la hora de agasajar a todos, incluidos los ricos, y especialmente a los pobres. Tocante a la defensa de su país, en el campo de batalla no tenía precio. Era un aguerrido y valiente general que se sentía cómodo luchando por los suyos, a la par que vestía el hábito clerical.

Al fallecer Teobaldo, Enrique II lo designó sucesor suyo para ocupar la sede arzobispal haciendo uso del privilegio que le había conferido el pontífice. Al saber que fraguaba este nombramiento, Tomás pareció adivinar lo que iba a suceder, y vaticinó: «Si Dios permite que yo ascienda a la dignidad de arzobispo de Canterbury, no pasará mucho tiempo sin que pierda los favores de Vuestra Majestad, y todo el afecto con que vos me honráis se transformará en odio. Puesto que Vuestra Majestad proyectará hacer ciertas cosas que vayan en perjuicio de los derechos de la Iglesia, mucho me temo que Vuestra Majestad requiera de mí una ayuda o una aprobación que no podré darle. No faltarán personas envidiosas que aprovechen esas ocasiones para alentar una amarga e interminable desavenencia entre vos y yo».

Así fue. El 3 de junio de 1162 Tomás recibió el sacramento del orden y a continuación fue consagrado arzobispo. Entregado en cuerpo y alma a su misión, se propuso guardar celosamente los derechos del pueblo y de la Iglesia. De la noche a la mañana dio un cambio radical a su forma de vida, hecho que fue ostensible para quienes le conocían. Centrado en la oración, el ejercicio de la piedad y caridad con los desfavorecidos, templado y moderado al extremo en sus costumbres culinarias, que eran harto frugales, se esforzaba por todas las vías posibles en seguir el camino de la perfección. Humildemente pidió que no le ocultaran las flaquezas que advirtieran en él: «Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven en mi comportamiento algo que no está de acuerdo con mi dignidad de arzobispo, les agradeceré de todo corazón si me lo advierten».

Las disensiones con el rey llegaron pronto. Tomás repudiaba cualquier prebenda del monarca sobre sus súbditos, como propugnaban las «constituciones»de 1164. Le había apoyado siempre incondicionalmente, pero no podía tolerar las presiones que ejercía sobre la Iglesia. Su rechazo a las decisiones que tomaba Enrique II oprimiendo al pueblo y haciéndole objeto de distintos atropellos, supuso para él un destierro de seis años en territorio francés. Primeramente vivió con la comunidad cisterciense de Pontigny, pero la ira del rey que amenazaba la vida de todos si cobijaban a Tomás, hizo que en 1166 éste se trasladara a la abadía de San Columba Abbey, en Sens, donde se gozaba de la protección de Luís VII de Francia. Hasta que el papa Alejandro III medió entre las partes y aunque Tomás le rogó que lo reemplazase en su misión por otra persona, no logró convencerle, por lo cual regresó a Canterbury. Su vuelta estuvo marcada por la convicción de que iba hacia su muerte. Ante la aclamación de sus seguidores manifestó: «Vuelvo a Inglaterra para morir». Impugnó las decisiones de obispos que acogieron las «constituciones» poniendo de manifiesto que nada había cambiado en él, y actuó como mediador de quienes veían pisoteados derechos elementales.

Harto y resentido, en un momento dado el rey farfulló ante un grupo de personas su deseo de liberarse de aquel «clérigo infernal que le hacía la vida imposible». Cuatro componentes de su séquito, que le oyeron, tomaron literalmente sus palabras. Buscaron a Tomás, le acosaron en el interior de la catedral donde se hallaba, y sin inmutarse ante su valentía, mientras decía: «En nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia, estoy dispuesto a morir», lo decapitaron brutalmente el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III lo canonizó el 21 de febrero de 1173.

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